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Andrei Gromiko se conf¡esa

La personificación de la diplomacia soviética describe en sus memorias casi medio siglo de política internacional

Pilar Bonet

Andrei Gromiko, cuyas memorias acaban de ser publicadas en Moscú, nació en Minsk el 18 de julio de 1909. Su carrera diplomática fue fulgurante. A los 34 años ya era embajador en EE UU, y en 1946, ante las Naciones Unidas. En 1956 se convierte en miembro del Comité Central del PCUS, y en 1957 asciende a ministro de Exteriores. Se mantuvo en su puesto con Jruschov, Breznev, Andropov y Chernenko. En 1973 fue nombrado miembro del Politburó, y en 1985, con Gorbachov, Gromiko pasó a ser presidente del Soviet Supremo.

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Mao Zedong trató de convencer a la URSS para tender una trampa conjunta a EE UU, en caso de que este país invadiera China, durante un viaje secreto realizado por el ministro de Exteriores soviético Andrei Gromiko a Pekín en agosto de 1959. Así lo cuenta el actual presidente del Presidium del Soviet Supremo de la URSS en unas Memorias de dos tomos recién publicadas en Moscú que contienen numerosos datos de su carrera de casi medio siglo en la política internacional.Las Memorias de Gromiko son, hoy por hoy, el único libro autobiográfico de un dirigente soviético en activo. Leonid Breznev publicó varios tomos de memorias que han desaparecido ya de las librerías. Por su parte, Nikita Jruschov se vio forzado a negar la autoría de sus memorias publicadas en Occidente.

A lo largo de casi 1.000 páginas ilustradas con una colección de fotografías privadas y oficiales, Grom¡ko combina valoraciones ideológicas estereotipadas y detalles personales de su percepción de acontecimientos e interlocutores. Josif Stalin fascinó a Gromiko durante las conferencias de Teherán, Yalta y Potsdam, que decidieron la configuración europea tras la victoria contra Hitler. En Yalta, Gromiko dice haber comprendido, "posiblemente de una forma más clara que nunca antes, las cualidades extraordinarias que tenía esa persona, Stalin, quien "cogía al vuelo" el sentido "de lo que se le decía y tenía una atención y una memoria como "una máquina calculadora electrónica". Churchill, cuyo malestar era traicionado por el número de cigarros que fumaba, no le era simpático, pero el enfermo presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt le despertaba "compasión". Cuando "tenía emociones positivas" -lo que "sucedía muy raramente"- Stalin se permitía una "sonrisa de solidaridad". El dirigente hablaba poco, tenía unos ojos "expresivos y Henos de mil misterios" que utilizaba para mirar fijamente a su interlocutor hasta ponerlo incómodo. Gromiko dice no recordar que tuviera el rostro picado de viruela.

Stalin,"correcto y cultivado"

Cuenta que Stalin comía con desgana y bebía vino seco georgiano tras abrir él mismo las botellas. Era "correcto" y "cultivado", no permitía el "trato familiar" o los "golpes en la espalda" e incluso "cuando montaba en cólera evitaba las expresiones obscenas". Al final de sus reflexiones dedicadas a Stalin, Gromiko añade unas cuantas líneas con la crítica oficial de su gestión política, incluida la condena del "masivo aniquilamiento de inocentes, comunistas y sin partido".

Stalin y Mao Zedong no congeniaron ya en la visita que éste realizó a Moscú entre diciembre de 1949 y febrero de 1950. Cuenta Grorniko que ambos políticos no conseguían mantener una conversación fluida por falta de "un factor personal que les ayudara a establecer los contactos necesarios". Gromiko opina que hubiera sido necesario un "fino psicólogo" para entender qué les pasaba a ambos dirigentes durante una cena de gala dada el 14 de febrero de 1950 en el hotel Metropol de Moscú.

En agosto de 1958 Gromiko se encontró con Mao en Pekín en un viaje "de incógnito" decidido por la dirección soviética, según cuenta. Entre los temas de conversación estaba la "tensa situación" surgida entonces en las relaciones entre EE UU y la República Popular China, motivada por unas islas que se encuentran en la costa china. A finales de julio de aquel año los chinos habían comenzado una campaña propagandística para la liberación de Taiwan.

Mao le habría formulado a Gromiko el siguiente razonamiento: "Si EE UU ataca a China y utiliza incluso armas nucleares, los ejércitos chinos deben retroceder desde las regiones periféricas al interior del país. Deben atraer al enemigo al interior con la idea de que que las fuerzas armadas de EE UU caigan en las tenazas de China". En opinión de Mao, citado por Gromiko, "en caso de que estallara la guerra, la URSS no debía responder a los americanos en su estadio inicial ni "impedir que entraran profundamente en el interior del gigante chino". "Sólo después de que el Ejército americano se encontrara en la parte central de China, la URSS debía sorprenderlos con todos sus medios". Gromiko, que rechazó el plan propuesto, dice que las afirmaciones de Mao le sorprendieron por su "originalidad" y la "ligereza" con la que hacía un esquema de la agresión de EE UU contra China con utilización de armas nucleares y el modo de luchar contra esta agresión. Personalmente, Mao era un hombre "simpático y gentil", con sentido del humor y conocedor de la filosofía china. Cuando discutían cuestiones dificiles su cara se convertía en una máscara y eso sucedió en Pekín durante el viaje de Jruschov en octubre de 1959, en que Mao no dijo más que una decena de palabras de protocolo.

Gromiko se jacta de haber hablado con todos los presidentes que han pasado por la Casa Blanca en 48 años desde Franklin Delano Roosevelt, para quien tiene palabras elogiosas. De los nueve interlocutores, John F. Kennedy fue el que peor trato le dio al representante soviético. Fue durante la conversación sobre la crisis de los misiles de Cuba que ambos mantuvieron en octubre de 1962.

El ex ministro valora la personalidad y "rnodestia" de Richard Nixon y menosprecia la importancia del asunto Watergate en comparación con su actividad en el campo del desarme. No oculta Groiniko su admiración por el ex secretario de Estado norteamericano Heriry Kissinger, a quien califica de negociador "muy capaz" e "interesante" que gusta de teorizar y sentirse un heredero de Metternich. Desde que no pertenece a la Administración, Kissinger se ha cambiado la chaqueta en temas de armamentos en nombre de la "coyuntura", opina Groiniko.

El presidente egipcio Anuar el Sadat -"un pigmeo sobre el fondo de las pirámides"- es, posiblemente, el personaje que peor cae a Gromiko, quien le trata de fatuo con "rnanía de grandeza de carácter patológico". Gromiko, que evidencia poca cordialidad por los alemanes en general, acusa al ex canciller germano occidental Helmut Schinidt de no haberse librado del todo de la "filosofía de oficial de la Wehrmacht". Con un mordaz sentido del humor sobre las peculiaridades alemanas, cuenta Gromiko cómo en una ocasión enseñó a Schmidt un mapa sobre el estacionamiento de armas atómicas en Europa y en vez de obtener el comentario esperado, Schmidt se limitó a decir: "Si es posible, déjeme el mapa para mirarlo con más detalle".

Marilyn Monroe

Gromiko tiene opiniones muy convencionales sobre el arte (la galería Guggenheim de Nueva York le aturde y Picasso le pone en un aprieto) y sobre las mujeres. Una de ellas, Marilyn Monroe, parece haber dejado una huella especial en la memoria del político, quien recuerda cómo Marilyn estaba sentada "a unos cinco metrós" de él durante una visita a Hollywood. "¿Cómo está usted, mister Gromiko?", le dijo Marilyn de forma inesperada, "como si fuéramos viejos conocidos, aunque me encontraba con ella por primera vez en mi vida".

"Estoy bien. ¿Qué tal sus éxitos? La he visto muchas veces en películas", le dijo Groiniko, a quien ella "tendió la inano", antes de que la "cadena de huéspedes se lo llevara de una sala a otra". Comentando el suicidio de Marilyn, Groiniko señala que "las buenas relaciones" de Marilyn con la URSS no pasaron inadvertidas a los círculos norteamericanos apropiados". "¿Cómo pudo suceder? (...) Marilyn, siempre alegre, llena de vida, y de repente... el sucidio", se lamenta Gromiko. "Esta mujer sabía mucho, aunque en el cine a menudo parecía una ingenua", sentencia Gromiko. En diversas ocasiones, Groiniko se refiere de pasada a su esposa, Lidia Dmitrievna, con quien tuvo dos hijos. Una de las intervenciones más destacadas de Lidia en el libro es la de conseguir utilizar un salero de oro macizo que había pertenecido a Catalina II y se encontraba en la residencia norteamericana del ex embajador de EE UU en Moscú Joseph Davies. "La lucha con el salero acabó con la decidida victoria de mi mujer", dice Grorniko.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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