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Nuevas realidades en el último tramo del siglo XX

Joaquín Estefanía

Cuando Stalin inventó lo del comunismo en un solo país estaba haciendo ortodoxia de lo que hasta entonces se había considerado un imposible. De entonces acá ha llovido mucho y la historia de las ideas políticas ha necesitado de revisiones y heterodoxias. El socialismo se ha adaptado y readaptado a las circunstancias, y no necesariamente cada una de ellas se ha considerado una etapa distinta de esa misma historia.Sin embargo, está aceptado que hay un antes y un después de Bad Gobesberg, por poner uno de los ejemplos más representativos.Desde hace unos años, la izquierda europea vive momentos de confusión, motivados algunos de ellos por la pérdida de paradigmas en los que mirarse; otros, por el abandono electoral del poder, y los demás porque la realidad del mundo en que vivimos ha hecho inservibles bastantes de los principios que la fundamentaron. En este: período se han hecho muchos análisis del fenómeno, aunque casi ninguno de ellos ha servido para establecer las nuevas señas de identidad; uno de los últimos ha sido realizado por Peter Glotz, ideólogo del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y acaba de ser editado en España. Se titula Manifiesto por una nueva izquierda europea.

De la significación que quiere tener este manifiesto puede servir el hecho de que ha sido prologado por el secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y presidente del Gobierno, Felipe González. González reitera en sus páginas una idea que ha formado parte de sus mensajes en los últimos cinco años: hay que superar las inercias ideológicas del pasado y romper con el conservadurismo de izquierdas. En su pequeño texto resume la idea final de Glotz: sólo dentro de una Europa con identidad podrá tener lugar hegemónico el socialismo y únicamente con el socialismo habrá garantías para la supervivencia de Europa.

Pero, al margen de este mensaje finalista y de las propuestas concretas que constituyen el elemento esencial del manifiesto, el libro de Gorz contiene unos ejes de análisis que se erigen en el principal valor del mismo. El alemán llega, por otros caminos, a conclusiones diametralmente opuestas a las de Stalin: la socialdemocracia en un solo país es una imposibilidad histórica en el último tramo del siglo XX; la izquierda cuenta con unas hipotecas que, de no ser tenidas en cuenta, devendrán en un fiasco para quienes mantienen el sentido progresista del futuro y situarán por mucho tiempo al conservadurismo al frente de los procesos políticos, económicos y sociales. Estas hipotecas, que resquebrajan sustancialmente las premisas del corpus ideológico de la izquierda clásica, han sido experimentadas de sobra por los socialistas españoles en el lustro de su mandato:

-Triunfo estructural de¡ individualismo basado en la propiedad. Nunca ha estado tan claro como ahora que las grandes sociedades están dispuestas a aceptar la existencia de un 10% o un 20% de desempleo, pero que bajo ninguna circunstancia admitirán siquiera un 5% de inflación. Ello lleva a la izquierda a una lección: que el gran capital (es decir, la derecha económica) y los bancos centrales pueden apoyarse en una coalición electoral que abarque un espectro social muy amplio para abogar por la aplicación de una política antiinflacionista, a pesar de que esta política suele tener como consecuencia, aunque no como meta, un aumento de la tasa de desempleo.

-Pérdida de poder de los Estados individuales, es decir, de sus burocracias políticas, frente a los bancos centrales, a los bancos que operan en el ámbito internacional, a los mercados financieros transnacionales y a los consorcios multinacionales. Glotz califica este fenómeno como la libanización de la función económica de los Estados industriales modernos; la libanización es "el origen de la pérdida de credibilidad de los Gobiernos democráticos que -ya sean de derecha o de izquierda-, cuando están en la oposición prometen cumplir con objetivos tales como la elinúnación del desempleo, la disminución de la inflación o un crecimiento económico considerable y cuando llegan al Gobierno no son capaces de realizarlos".

Helmut Schmidt explicaba que en el caso de que se pueda disponer de todos los instrumentos de política económica nacional a disposición de un Gobierno, éste sólo podría determinar el acontecer económico final en un 30%. La dismínución del poder de las administraciones centrales ya había sido prevista por Marx y desarrollada por Lenin, pero ninguno de ellos pudo determinarla en la profundidad de estos tiempos.

Todo esto lleva a la segunda lección para la izquierda: la ¡mposibilidad de un keynesianismo nacional: la rentabilidad media que se le debe ofrecer al capital que busca ser colocado para que se pueda siquiera considerar la posibilidad de una inversión productiva -lo que supone la creación de puestos de trabajo- es algo que ya no puede determinarse a través de la política de los Estados nacionales individuales. Glotz concluye que "la libertad de movimientos de los Gobiernos nacionales y de los bancos emisores no es que haya desaparecido, pero sí ha quedado muy mermada. Ahora ya pueden hacer los estadistas gestos elocuentes; éstos pertenecen más al campo del espectáculo que al de la política".

-Condiciones de vida dispares para sectores sociológicos considerados homogéneos hasta hace poco tiempo, lo que segmenta a los nuevos sujetos sociales y amplía la sociedad dual. La reestructuración del capital industrial está llevando progresivamente a una tercera revolución industrial con tendencias hacia el individualismo, que impiden hacer correctamente el antiguo análisis de clases sociales con apelación a los intereses comunes de todos los asalariados; hay una ruptura de los modelos clásicos con la generalización del trabajo a tiempo parcial; del trabajo por turnos; del trabajo a destajo o, por el contrario, la reducción de horas de trabajo; de la descentralización de los lugares de producción, con pequeñas plantas auxiliares o con el trabajo a domicilio en el sector servicios, etcétera. Estos factores han desconcertado al movimiento sindical, por lo que cabe preguntarse si serán capaces las centrales sindicales de movilizar a los nuevos obreros y de conservar su influencia en las fábricas más tradicionales.

Estas nuevas realidades no son las únicas con las que analizar el devenir histórico, pero sí son determinantes en el mismo para la izquierda clásica y moderna. Una izquierda que en buena parte se ha desprestigiado, precisamente, por poner la ideología delante de lo cotidiano y de lo realmente existente. Intentar borrar del mapa este nuevo estado de la cuestión es ponerse orejeras y acudir a la confrontación con herramientas inadecuadas para el cambio. Y éste es un mal comienzo para cualquiera. El libro del coordinador de la comisión ideológica del SPD supone una señal de alarma lo suficientemente nítida como para dedicarle atención.

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