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FESTIVAL DE CINE DE LA HABANA

Desorden y poca calidad en la programación oficial

La densidad numérica de la oferta diaria de películas es, en las pantallas del Festival habanero, casi impenetrable, y resulta poco menos que imposible abarcar con sólo dos ojos la totalidad de la programación de los filmes que compiten para obtener alguno de los Premios Coral que se concederán el próximo día 16. Por otra parte, la calidad media de esta oferta es baja y, en ocasiones, se encuentra situada incluso bajo mínimos profesionales. La selección de filmes (en realidad habría que decir la falta de ella) es indiscriminada o, al menos, así lo parece: todo cabe, incluido lo peor.

Éste es, hoy por hoy, el cáncer que padece este Festival, que en otros aspectos se manifiesta pletórico de salud. La ausencia de una rigurosa selección de los filmes en competición hace que en ésta entre en liza un alto porcentaje de obras que no merecen la consideración de cine y que no pasan de ser un intento frustrado de parecerlo.La dificultad para solucionar los inconvenientes de este cajón de sastre en que se con vierte día por día la densa programación de la sección oficial del Festival habanero se origina en la no existencia, al menos aparente, de filtros meticuloso y exigentes en las condiciones mínimas de participación; si es que existen, tales filtros están neutralizados por un apriorismo: aquí se admite a concurso una película por el simple hecha de ser latinoamericana y no por tratarse de una buena película. Da la impresión de que es preceptivo que todos los países del área estén presentes, aunque lo que ofrezcan sea impresentable.

Parece casi unánime, entre los delegados y comentaristas, la idea de que la actual estructura de la sección competitiva del Festival necesita una reconsideración a fondo. De lo contrario, el Festival de La Habana, al aumentar la producción de cine en los países del área, corre el riesgo de convertirse en una especie de almoneda, en la que la opacidad de las baratijas acaba eclipsando el brillo de las joyas.

En el Seminario sobre Cine Latinoamericano, que, de manera paralela al Festival, tiene lugar todas las mañanas en el Palacio de las Convenciones y Congresos de La Habana, se han oído voces de protesta, sobre todo por parte de los cineastas jóvenes, contra el bajo nivel medio de la programación. En los medios consultados se tiene la impresión de que deberían crearse secciones paralelas o informativas que absorbieran la masa inerte de la programación y dejaran para el concurso tan sólo el ramillete de películas que merecen la pena.

La existencia de este seminario, en el que se discute, con disparidad de citerios muy acusada, la situación del cine en los países latinoamericanos, es uno de esos síntomas de salud a que antes aludimos, y que contrastan con los vaivenes de interés que ofrece el concurso de películas. No hay, probablemente, en ningún otro festival del mundo un lugar de encuentro, un foro de esta autenticidad.

La presión del recuerdo de las legendarias conversaciones de Viña del Mas, en el Chile de hace 20 años, gravita sobre los ponentes y sus contestadores, que desde el pasado día 9 han abordado, con notable hondura, los muchísimos problemas que el cine presenta desde las zonas de habla española del sur y el oeste de Estados Unidos hasta la Patagonia.

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