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Los nuevos narradores italianos rechazan con beligerancia la imagen de colectivo homogéneo que se les atribuye

Tomàs Delclós

El Institut d'Humanitats y la universidad Menéndez Pelayo han organizado en Barcelona un encuentro de nuevos narradores italianos en el que intervienen Roberto Pazzi, Aldo Busi, Daniele del Giudice y Andrea de Carlo. El hecho de agruparlos es una estrategia puramente espacial, porque los protagonistas rechazan de plano cualquier idea asociada a grupo y, en algunos casos, sus opiniones manifiestan una discrepancia irreconciliable entre ellos.

Roberto Pazzi ha publicado en España su primera novela, Buscando el Emperador (Anagrama) y aparecerá en catalán su Enfermedad del tiempo (Quaderns Crema). Pazzi es, además, director de la revista literaria Sinopia, una publicación que el propio Pazzi define como "operación de sabotaje, donde no predicamos ideología sino que damos hospitalidad a la creación". Como critico literario rechaza los modelos ("es totalmente démodé redactar manifiestos, tener discípulos"), y reivindica el juicio como una manifestación subjetiva que sólo legitima el tiempo, tiempo que instaura a los clásicos. "Las actitudes individuales, sin apoyos grupales, son la condición de la posmodernidad, vivimos una sociedad atomizada, radicalmente individual". "Es evidente que tendemos a reconocer como bello aquello que sentimos como próximo y fraternal y la honestidad del critico reside en manifestar esta fraternidad que el tiempo convalidará o no. La crítica es un género literario personal, no una matemática analítica". Su beligerancia como crítico se expresa, asimismo, en sus opiniones contundentes sobre la literatura italiana.

Pazzi aborrece la "marea realista" que simbolizan desde Manzoni a Moravia. "La literatura muere cuando es autobiográfica o se encierra en el tiempo y el espacio del propio escritor". Pazzi reivindica la fantasía y la gratuidad. "Tanto el cristianismo como el marxismo han castrado la fantasía con su necesidad de definir el deber ser".

Reaccionarios

La poética de Pazzi se resume en una defensa beligerante de la fantasía. Su primera novela partió del recuerdo infantil de una foto de la familia del zar. "Cuando supe quienes eran todavía me resultaron más simpáticos porque yo me siento troyano y amo a los derrotados". Para trabajar este recuerdo, Pazzi abandonó la poesía "porque necesitaba expresarme de una manera menos simbólica, bífida. No quería hablar de mí mismo, sino hallar en la fantasía un lenguaje evocativo, cercano al sueño. No un relato teorizante, que discute, sino que visualizara un pasado no vivido".

Absolutamente ajeno a los predicados de Pazzi está Aldo Busi (su Seminario sobre la juventud ha sido publicada por Anagrama y Península prepara otros dos títulos). Busi compagina su trabajo como narrador con tareas más que prosaicas, no sólo por razones de economía doméstica sino para no alejarse de ese mundo que contempla. Durante unos meses vendió apartamentos infectos en la Costa Brava.

"Para mí, lo fundamental es la palabra", comenta, e identifica la gran narrativa con el realismo, "pero no en un sentido descriptivo sino de respeto a la voz anodina de los personajes que, al hablar, creen estar fabricando una máscara de sí mismos, una mascara, sin embargo, que a través de lo no dicho, los deja en evidencia. Madame Bovary no tiene grandes frases, la conoces y descubres en lo cotidiano. El gran problema de la narrativa italiana es la retórica, la gente habla sin tener nada que decir. El concepto debe salir del juego dramático de la palabra".

La última novela de Busi se titula Sodomía en cuerpo 11. "Lo de cuerpo 11 se refiere a la tipografía. El homosexual en la sociedad tolerante no existe como persona jurídica —no aparece en las leyes— y yo le doy esa dignidad notarial, este reconocimiento escriturado, a base de describir relaciones sodomíticas con un lenguaje similar al tecnicismo del científico cuando habla de microbiología". Busi considera a muchos de sus colegas, incluso a algunos que intervienen en el seminario, como unos reaccionarios que hacen ostentación de sabiduría y utilizan el mito de la inteligencia de manera fascista, para imponer su discurso. Tampoco su visión de la literatura italiana es indulgente y despacha a Sciascia con el adjetivo de manierista y a Moravia con el de pornógrafo burgués. Con respecto al dirty realism, a cuya poética algunos lo aproximan, lo considera muerto. "Surge del sentimiento de culpa provinciano de los norteamericanos y esos autores hacen morir a sus personajes en tazas de chocolate".

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