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Tribuna:POLÉMICA SOBRE LA CRÍTICA
Tribuna
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Por la libertad de expresión

La crítica es un género de la literatura que considera la sociedad por sus obras; cuando aparecieron los diarios, la crítica fue asumiendo la preceptiva de la nueva forma de expresión, aceptó las coordenadas de tiempo y de espacio, la lectura a primera vista, la impresión de la actualidad. El periodismo de opinión, que complementa al de información, es crítico: de la política y los políticos, de las costumbres, la economía, los deportes o el arte en general. Su ejercicio forma parte de la libertad de expresión, de la que se beneficia el lector esencialmente o, si se quiere decir de manera más altisonante, el ciudadano.Se cuestiona ahora la crítica, aunque sea de una manera local y parcial, y no es más que una pequeña ondulación de un debate que se viene produciendo hace milenios. Hay un malestar profundo entre los criticados: el. poder y la oposición, los toreros y los teólogos, los escritores 31 los actores. Y los gremios, los sindicatos, los colectivos. Ninguno cree que ninguna crítica se ajusta ni objetiva. Puede en muchos casos no serlo. Como idea general, es imprescindible en un tipo de régimen que defiende la libertad de expresión. La idea de que la crítica es intrínsecamente mata, y la que se llama a sí misma creación es buena, es aberrante. Entre otras cosas, porque hay muy pocas distinciones de fondo.

La última discusión se está planteando en torno al teatro, y es también una resurrección de un viejo y cansado debate. Pero antes conviene ver un poco por qué en España, y ahora, rebrotael debate general de la crítica. Durante 40 años ha habido un régimen que la impedía en ciertos aspectos, y en todos ellos si se refería a un concepto estatal de la sociedad, su organización y sus fines, o sus personas públicas. En los últimos años de ese régimen hubo una auténtica y fuerte corriente en favor de la libertad de expresión: que se centrara en algún caso concreto, o en tomo a un nombre más vulnerado y perseguido por ejercer su crítica desde el teatro, es lo de menos. En aquellas largas luchas participaron personas que hoy están en el Gobierno o en las varias oposiciones, en la literatura, en el arte o en la música, al frente de gremios o asociaciones. En su nueva situación establecida protestan o denigran la libertad de opinión por razones parecidas a las del régimen anterior: creen que están haciendo un trabajo serio, una renovación de la sociedad y las costumbres, y que cualquier forma de negarles estas virtudes o su capacidad para hacerlo, la reducción a la realidad de lo que fueron sus propósitos, la consideran de mala fe. Franco y sus gentes pedían crítica constructiva, que debía ser la que reforzase ante el pueblo la acción política emprendida por ellos, en la que creían de buena fe. Cuando les parecía que no era constructiva, su censura la prohibía, sus ministros y sus jueces civiles o militares la condenaban, y el crítico estaba condenado al silencio.

Los mismos argumentos

En esta polémica que se refiere al teatro, pero que va mucho más allá, los argumentos que se esgrimen son los mismos: tan de buena fe, tan seguros de lo que dicen, que no se puede ver en ellos más que una ingenuidad de fondo y un desengaño de estas formas democráticas que ellos imaginaban de otra manera. Hay que renunciar a considerarles faltos de ética o de moral pública. Se pide que el crítico renuncie a su lenguaje, a su pequeña filosofía de la vida y a sus puntos de vista estéticos; se le exige que no ahuyente al público del espectáculo, que tenga en cuenta el largo esfuerzo y el abundante dinero que se ha invertido; que se limite a considerar el propósito del creador y no lo compare con otros; que no escriba de manera que pueda incitar a las autoridades a negar su dinero -las subvenciones- a quien ha creado un espectáculo, y que no desmoralice a quienes trabajan ni rompa proyectos muy interesantes. En todo esto hay muy poca contemplación del estado de la cuestión; es decir, si todos estos espectáculos son merecedores de ayuda, de público o de consideración (de respeto lo son todos). El crítico de periódico escribe para su lector: para que éste, que le es afín, vaya o no al espectáculo. Y también tiene derecho a opinar sobre unas inversiones públicas, y a creer que ciertas ayudas estatales -con el dinero de todos nosotros, como se dice siempre- pueden ser un despilfarro y ayudan a la destrucción del teatro. Hay críticos que lo hacemos mal, o somos torpes" o no acertamos; hay gentes de teatro que lo hacen mal, son torpes y no aciertan. La función es otra cosa y está por encima: el teatro es un hecho cultural, y la crítica, también. Forman opinión. La crítica del crítico es siempre posible: la crítica de su función general es codiciosa y defensiva, y niega sin quererlo la función crítica del teatro frente a la sociedad o a las ideologías o las costumbres. Se ha llegado a que la crítica -toda, se ejerza desde un escaño o desde un periódico, desde un púlpito o desde un editorial, o una manifestación en la vía pública- es una parte intrínseca y beneficiosa de nuestra sociedad. Y de un régimen que costó mucho traer y mucho irlo perfeccionando.

Los mismos críticos de la crítica la ejercen: contra sus compañeros insolidarios, contra las autoridades que no les dan el dinero que dan a otros -a los que ellos consideran peores o menos dotados de inteligencia y calidad-; contra los funcionarios; contra, en fin, los críticos que no gustan, en parte o en todo, de sus actividades. No tiene sentido. Sólo se explica dentro de una mezquindad de situación. El teatro es pobre, la lucha es muy dura, el público se va escapando hacia otras formas del arte dramático o de la literatura representada, la gloria se esfuma (se va hacia sectores diferentes), los grandes maestros escapan también a otras artes, los autores emigran y dedican su ingenio a otras formas de la literaiura en las que hay menos intromisiones y más calidad personal; y hasta hay otros perseguidores, otros tábanos, que acuden a justicias y autoridades para que prohíban algunas actividades del teatro porque son críticas para sus conceptos de vida. Todo ello lo centran, ahora, en el crítico de diario o con la crítica de teatro como función, y no contra éste o aquél de los que podemos ser críticos desafortunados, o de los que sean prevaricadores, o comprados, o miserables. Como sus acusadores antiguos y actuales, quieren que los jueces les supriman y les prohíban, estos otros piden que los críticos sean apartados por sus directores de periódico o despedidos por sus empresarios. Incluso piden que medien las autoridades: como en los tiempos contra los que ellos -y todos- luchamos para que las autoridades no dañaran la expresión.

Actitud irracional

No parece una actitud racional. Sobre todo, no está en acuerdo ni con el sistema democrático de expresión libre ni con el sistema histórico de que los escritores críticos contribuyan a la constitución de su sociedad con su propia cultura, con su lenguaje y con su doctrina. No siempre hay intereses encontrados, y muchas de las personas que ahora inauguran la polémica de la crítica han sido beneficiadas por ella o han recibido a través de ella un público favorable y una defensa cuando los sistemas injustos de poder les han querido atacar.

Pero es una parte de la condición humana que esto apenas se vea: una crítica que en parte o en todo es favorable no se anota como perspicacia, generosidad o buen análisis del crítico, sino como si no hubiera tenido más remedio, como si. el despliegue de talento que ha hecho el supuesto creador fuese tan abrumador que nadie pudiera sustraerse a él.

Hay que repetir que esto que ahora se plantea como cuestión del teatro es una situación nacional y una de las formas más aberrantes del desencanto. Nadie es hoy el evangelio -ni siquiera el evangelio-, pero entre todos contribuimos a la creación de una sociedad que buscábamos tiempo atrás. Hay críticos corruptos, hay políticos falaces, hay gentes de teatro que van a la caza de¡ dinero público sin más preocupación, hay funcionarios obnubilados o más preocupados por su carrera que de otra cosa. Convendría que entre todos nos enfrentásemos con ese estado de cosas que, efectivamente, va avanzando, en lugar de ceder. Hay formas de desenmascarar cada caso si uno se atreve. Pero decir que la política es mala, que los árbitros son injustos, que los jueces son vagos y maleantes, que los críticos son amargados o que los periódicos son soberbios no es más que malos modales y son falsedades genéricas. Van en contra de quienes las utilizan.

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