Una cita de Shakespeare
La polémica teatral desatada por la carta abierta de Flotats a Joan de Sagarra, en la que, además de ellos dos, están interviniendo actores, directores, colectivos, críticos, funcionarios, periodistas y hasta algún espectador, está resultando un espectáculo digno de ser seguido por la categoría indiscutible de muchos de los participantes. Más aún, la polémica ya nació con vocación dramaticia por la notable intuición de Flotats al citar a Shakespeare en el Enrique IV, cuando el príncipe Hall proscribe de su presencia a Falstaff, su viejo compañero de farra, al iniciar su andadura gloriosa como rey Enrique Y, que ahora no necesita ni quiere a rebeldes y viciosos como él. La comparación me gustó. Casi todo lo que Flotats dice de sí mismo se encuentra soberanamente expresado por Shakespeare en las obras que dedicó a este príncipe, a su compañero y a la banda de "acólitos sarnosos". Como se encuentra en Shalcespeare que Enrique V, y su patriótico "¡Por san Jorge!", debe la mayor parte de su poder a la conquista de Francia. Y también casi todo lo que Flotats dice de Sagarra ya lo previó genialmente el gran Will al pintar a sir John Falstaff, el noble desclasado y cínico, con todos sus pecados, intemperancias, cambios y lecuras que el rey repudia y que supondrán, como veremos más adelante, la práctica expulsión,de Falstaff de la escena.Pero Flotats pasa por alto otros aspectos que Shakespeare, en su grandiosia concepción del hombre entero y nunca mutilado, no olvidó. Así, en aquella despedida, Enrique V recuerda sus propios abusos y calaveradas en lugar de ocultarlos, como hace Flotats al sustituir con puntos suspensivos la autoacusación del rey. Y Shakespeare no olvidó que esa despedida en la que opone la razón de Estado a la sinrazón subversiva tenía que ser uno de los momentos más crueles y dolorosos de sus obras, porque el público ama a Falstaff a pesar de los pesares. Le ama porque ha sido capaz de decir, con insuperable garra, unas cuantas verdades capitales sobre el mundo, la sociedad y el teatro; por sus famosos discursos sobre el jerez y la valentía, sobre la guerra y la supervivencia; por la fuerza revulsiva de los vicios, por su constante subversión de los valores y por aquella genial declaración donde Falstaff se retrata: "Las gentes de toda índole cifran su orgullo en burlarse a mi costa. El cerebro de esta estúpida arcilla, el hombre, no es capaz de inventar algo que haga reír más de lo inventado por mí sobre mí. No solamente soy ingenioso por mí mismo, sino que soy la causa de que tengan ingenio los demás".
Flotats demuestra en su carta que siendo un gran actor y director no es al mismo tiempo autor. Comete errores tan flagrantes como preguntarle a Sagarra: "¿Qué tiene que ver el teatro con las copas?", cuando cualquier autor, y desde luego Shakespeare, sabe que el teatro nació de la copa de Dionisos: precisamente es Falstaff la demostración más contundente. O al decirle al crítico que no le importan los escritos injustos y adversos, pero sí los que dedica a otros actores, para finalmente, en lugar de prohibirle que asista a las representaciones de éstos, como sería lo consecuente, le prohíbe que vaya a las suyas. Y conste que a Shakespeare le hubiese gustado eso de prohibir la entrada al crítico, pues Shakespeare no escribía para las ordenanzas, sino con toda la pasión. Pero a Flotats le falta malicia, como le ha dicho Albert Boadella en otra carta abierta, pues lo mejor que puede hacerse con un crítico indeseado es meterse con él desde la escena, como hizo él, utilizando maneras parecidas a las de Sagarra. Como antes ya hizo Shakespeare, añadiría yo, en sus Alegres comadres de Windsor, curiosamente muy inferior a las otras obras, por olvidar la grandeza imaginativa y subversiva de su personaje. Un personaje, Falstaff, que Shakespeare concibió, según parece, a partir de un enemigo, pero al que supo otorgar en Enrique IV, por obra y gracia de su sentido de la poesía y de lo humano, la genialidad que le ha hecho inolvidable.
Por todo ello, yo me veo obligado a observar, a pesar de mi estimación hacia Flotats, Sagarra, Albert Boadella y todos los demás, que ninguno de ellos ha citado a los autores, a no ser -y esto es significativo de su necesidad- como argumento a su favor. Digo que son los autores de ahora y de aquí, reales o posibles, quienes podrían a la corta o a la larga, si aquéllos no estuviesen empeñados en representar esos 666 personajes que no buscan autor, crear las obras totales que, tal vez inspiradas en el dramatismo indudable, aunque insuficiente, de los intereses contrapuestos que han aflorado en esta polémica, diesen mayor prez y gloria, y tal vez moderada inmortalidad, a nuestro teatro. es periodista y escritor.
Babelia
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