_
_
_
_
Entrevista:Entrevista a José María de Areilza,ex ministro de Exteriores

José María de Areilza, el español civilizado

El ex ministro de Exteriores ingresa el jueves en la Academia

Juan Cruz

Cuando José María de Areilza, vasco, de 78 años, entre, el próximo jueves, en la Academia Española, contemplado por los Reyes, que han querido escuchar el discurso de ingreso del que fue secretario del consejo del conde de Barcelona, probablemente lo haga como habitualmente llega a los sitios: oteando el horizonte, como el viajero que es, caminando con una lentitud de alfombra, como un hombre que se impone el paseo como una manera de amansar las ideas, y sonriendo hasta donde le permite la solemnidad que venga al caso.

Areilza, escritor de viajes, comentarista político y narrador de historias -acaba de publicar su libro de ficción Siete relatos-, tiene el privilegio de haber dado a la luz una de las frases de fortuna de la transición española. A él se debe, según recuerda, el término derecha civilizada, y él mismo es un exponente de ese carácter civilizado que él otorga a cierta derecha española. Tolerante y levemente altivo, su porte intelectual es el del europeo moderno que está más cerca de Heath que de Thatcher, mucho más próximo -incluso- a Mitterrand que a Le Pen.A la Academia de la Lengua llega con una dilatada vida profesional en el ámbito de la diplomacia y de la política. Fue alcalde de Bilbao en la posguerra, y esa adscripción al franquismo le ha valido varapalos biográficos a los que él responde con la frase que Cánovas usó en las Cortes para replicar a quien le reprochaba su pasado. "Cada vez que hablo ante esta Cámara", vino a decir Cánovas, "tengo en cuenta mi pasado, y nadie lo conoce mejor que yo". Areilza añade hoy: "Un hombre que no asume públicamente los rumbos que ha tenido que rectificar está abocado al fracaso o a la inepcia".

Con esa biografía fue el primer ministro de Asuntos Exteriores de la restauración monárquica -y como tal fue el rostro de la primera foto de portada de este mismo periódico, en el que él ahora colabora asiduamente- y luego fue presidente de la Asamblea del Consejo de Europa. Antes -después de su aventura municipal en Bilbao- - fue director general de Industria y, sucesivamente, embajador en Washington, Buenos Aires y París. La transición española le situó cerca de la jefatura del Gobierno, a la que aspiró, pero fue Adolfo Suárez el elegido. Él no niega que ésa fue su apetencia, pero considera que quienes hicieron el trabajo que a él se le hubiera encomendado "realizaron una gran labor. El proceso de transición democrática fue un gran acierto por la forma en que se llevó a cabo y por las consecuencias que ese esfuerzo ha tenido en los últimos 10 años". ¿Hubiera legalizado Areilza el PCE con tanta celeridad como Suárez? "Por supuesto. Cuando era ministro de Exteriores me preguntaron en París si yo le facilitaría un pasaporte a Santiago Carrillo. Claro que sí, dije, y eso desató las iras de la derecha ultramontana. Pero era mi opinión. Y la sostuve'.

Habitualmente viste de oscuro, con chaleco, y en los buenos restaurantes de Madrid le dispensan el tratamiento de conde de Motrico que le corresponde con la familiaridad de quien reitera la visita como un habitual del sitio.. Cuando le entrevistamos, en los salones del hotel Ritz, de Madrid, se le acercó una joven, que le saludó y le piropeó largamente. "Eres", le dijo, "el más europeo de los españoles importantes". Areilza le besó la mano y musitó: "Exagera usted". La joven concluyó su conversación laudatoria con una pregunta que Areilza respondió como un diplomático de carrera que hubiera leído a Sóren Kierkegaard. "¿Crees en el destino?", le preguntó la chica. "Sí, después de que ha ocurrido", le respondió.

Carácter cercano

Quienes le han visto sin oírle en tertulia entenderían que su perfil adusto y como altivo esconde un cierto desprecio por lo que dicen los demás. Los que le han oído saben que ésa es una impresión falsa. Puede iniciar una conversación así: "¿Trabajas mucho?". Tras la respuesta, Areilza diría: "Y estás bien organizado?". Luego seguiría interesándose por el mundo del que proviene su interlocutor, y alguna que otra vez hablará de sí mismo y de algunos fantasmas que pueblan Motrico, el refugio que él tiene en la costa vasca. Ese carácter cercano a lo que el interlocutor diga signa la vida cotidiana de este hombre metódico que hoy seguirá, casi con toda seguridad, la misma agenda de siempre, combinando el paseo con los amigos con la tertulia "en la que se habla de todo y por su orden".

José María de Areilza tiene 78 años, pero conserva un entusiasmo juvenil que le hace reír ante la anécdota habitual de la grandeza y la miseria de los humanos. Muy proustiano en sus aficiones literarias, él mismo es un pozo de memoria que le acompaña con la edad. ¿Y qué es la edad? "La edad es el tiempo que se ha vivido, convertido en estructura de recuerdos, que es lo que finalmente es el hombre: una pirámide de memoria".

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_