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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Voluntad estética

En esta nueva versión de Divinas palabras hay una voluntad estética que parece relacionarse con la de los años de la escritura y de la primera vigencia de esta obra escrita en 1920; las siluetas que dibujaba Sileno, el vestuario con el color -ocre dominante, con manchones negros- de los ilustradores.El suelo del escenario es un campo seco y pedregoso, y en él se desarrolla la tragedia, que es principalmente la del hambre, dios aciago de todo este montón de harapos gruñones, de sus obscenidades y sus miserias, de la disputa por la carne mal animada del tullido que puede atraer la limosna.

Comedia bárbara

Divinas palabras

De Ramón María del Valle-Inclán (1920).Intérpretes: Joseba Apaolaza, Miren Gurrutxaga, Itsaso Azkárate, Karlos Odriozola, Ana Gorostiza, José Antonio de Miguel, Eloy Beato, Mila Espiga, Kike Díaz de Rada (Grupo Orain) Escenografía y vestuario: Pedro Moreno. Dirección: José Carlos Plaza. Círculo de Bellas Artes. Madrid, 5 de noviembre.

Divinas palabras está, por su lenguaje y desarrollo, dentro de las comedias bárbaras, pero es ya un esperpento, fechado en el mismo año que Luces de bohemia: José Carlos Plaza acentúa con su dirección de actores -que componen figuras, grupos, siluetas, a veces congeladas unos segundos como para que se pueda ver la composición del movimiento esta condición esperpéntica, al mismo tiempo que es implacable con los personajes, tan a-ras de tierra como los animales de vista baja. Todo un rumor animalesco viene de los laterales, imitado a veces por los mismos actores, otras por grabaciones.A mi juicio personal, hay demasiadas cosas en la puesta en escena -ruidos, guirigay, cambios de luces, movimientos incesantes con carreras enloquecidas- que van en detrimento de la reliquia del texto -aunque esté muy respetado- y de la comprensión de la acción.

Tampoco los actores son muy duchos en la palabra, aunque hacen sus esfuerzos. Es un problema que se presenta ya como habitual en el teatro, sobre todo en el joven, y que debe corresponder tanto a unas tendencias del teatro hacia la expresión corporal y el valor plástico de la escena, pero que también se está produciendo como una situación social, en la que las grandes migraciones internas, la fuerza dada a otros idiomas españoles y la defensa de los acentos locales al emplear el castellano están cambiando la prosodia de éste y, lo que es peor -aunque en este caso sea inaplicable-, la sintaxis.

Valle ya empleó un lenguaje en el que el castellano estaba aromado por el gallego y, muchas veces -incluso en esta obra tan Iocalizada-, por los madrileñismos que tanto siguió en los sainetes de los otros. Requiere siempre una dicción especial, que no se encuentra nunca o casi nunca en la representación de sus obras.

No hay que olvidar en todo esto las condiciones de la producción y de la existencia del grupo. No tienen dinero, y buscan más el arte que la imposición de la riqueza, y éste es un camino ejemplar en un teatro que ofrece el gasto como arte.

Orain es un grupo vasco joven. Ofrece las ventajas características de estas formaciones -cohesión, unidad, sentido conjunto de interpretación de la obra-, y también los inconvenientes de tener que acomodarse a los repartos: los jóvenes no parecen tener la carne pesada, grandota y dura de los personajes de Divinas palabras, ni tienen tampoco sus voces de aguardiente y humo.

Los actores de Orain ponen su entusiasmo, su creencia profunda en los papeles y en la literatura que interpretan y responden hasta el límite de lo posible a la visión de José Carlos Plaza del enigma Valle-Inclán, un poco mítico, y que se resolvería quizá haciendo lo que él mismo dispone en su escritura.

Todo tuvo éxito, y recibió muy buenos aplausos al final para los actores, el escenógrafo y el director de la obra: José Carlos Plaza.

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