Para la paz uruguaya
El hecho, real y cierto, de que muchos tupamaros y otros que no lo eran fueron torturados y luego sufrieron una prisión de ignominia, fue sufrido por toda la sociedad uruguaya. Y entre las primeras medidas legislativas que el Gobierno de la democracia adoptó fue la ley de Amnistía, con la que se puso en libertad y se reintegró al goce de la normal vida civil a todos los que estaban sufriendo en las cárceles uruguayas por haber integrado las filas de la subversión. Pero también es cierto que otros, que también habían cometido delitos y no los habían pagado, se reincorporaron a la paz que se instaló con la vigencia de la democracia.Tanto sufrimiento como hubo en mi país borró, en cuanto se pudo, algunas realidades que nos hirieron en el alma. Los tupamaros fueron terroristas, como lo son -por ejemplo- los etarras en España y sus crímenes atentaron contra una sociedad organizada en democracia. Se levantaron contra la Constitución y contra un Gobierno -bueno o malo, ése es otro problema- legítimamente constituido. Asesinaron gente indefensa: sobrevive -aunque nos propongamos olvidarla- la imagen de un paisanito, peón de estancia que andaba por el campo, analfabeto, inocente y un tanto infantil. Como los tupamaros de una tatucera- (éste era el nombre supuestamente nativista que le daban a sus escondrijos campesinos) lo encontraron e imaginaron que les podría delatar, sin llegar a comprender que el pobre muchacho nada tenía que ver con el mundo de odios donde ellos andaban, resolvieron matarlo. Eso sí, después de una votación democrática. Y como ése, hay cientos de casos que los uruguayos, para encontrar un aire de paz, hemos resuelto olvidar.
Cuando nuestro Parlamento votó la ley de Amnistía que, vuelvo a decir, no sólo abrió las puertas de las cárceles a quienes estaban pagando con extremada y condenable dureza su condición de insurrectos, sino que habilitó a muchos que no habían sido sancionados, y que hoy no sólo están en libertad, sino que han recuperado sus empleos de bancarios o profesores (fue la suya, como se sabe, una insurrección de clase media y casi en unanimidad, y no de obreros y gente del pueblo), pensamos que todo había terminado. La dictadura se había instalado mucho después de terminar la subversión. Quienes luchamos contra ella no fuimos terroristas ni tupamaros. Fuimos los políticos que nos quedamos en el país, como los que optaron por el destierro, pero creyendo en la democracia y la salida en paz. Y el pueblo llano. El que ha hecho nuestra historia.
La libertad, sin violencia
No creíamos en la violencia. Pero teníamos el orgullo de no temerle a la de arriba, como no le habíamos temido a la otra. También hemos resuelto, por amor al país, olvidar nuestras propias amarguras.
Nunca pudimos calcular hasta cuándo iba a durar la dictadura. Llegó un día en que los militares se sintieron solos, luego de un plebiscito histórico en que el pueblo uruguayo, con su clase política proscrita y condenada, pero combatiendo, votó en contra de un proyecto constitucional continuista. Ahí fue cuando Uruguay comprendió que sus viejas tradiciones civilistas estaban tan vivas como siempre, y volvimos a sentir que la libertad la podíamos reconquistar sin violencia.
La transición uruguaya y el diálogo entre los partidos políticos y un Ejé rcito que no tuvo -las Malvinas -empezó allí. Todos los uruguayos sabíamos, sin asistencia de sociólogos y politicólogos que se fatigaron para interpretarnos, que se trataba de un diálogo y de una transición similar a la que siempre ha ocurrido en nuestra historia. De allí surgieron las conversaciones que luego se llamaron del Club Naval, porque en su sede fue donde se realizaron.
El general Líber Seregni, recién liberado de una prisión que nos dolió a todos y que él olvidó dignamente, como presidente del Frente Amplio estuvo en esas conversaciones, con los colorados y con los cívicos, y contra la opinión de los nacionalistas. Y él sabe tan bien como lo sabemos nosotros que aquéllas fueron conversaciones entre un Ejército que detentaba el poder, que no había sido derrotado, y las fuerzas políticas, que no tenían la carta de la victoria entre sus manos.
Todos sabemos que el pacto del Club Naval fue, precisamente, eso, un pacto. Que permitió la salida constitucional, la reincorporación de los partidos políticos, la vigencia de los que algunos llaman con frivolidad democracia formal, sin que corriera una sola gota de sangre.
Cuando el 1 de marzo de 1985 se instaló el Gobierno civil, emergente de las elecciones del noviembre anterior, limpias como han sido siempre nuestras elecciones, todos respiramos hondo. Uruguay se reinte graba a su tradición democrática, luego del período dictatorial, que fue una pesadilla, pero, también, después de la insurrección tupamara, que transcurrió durante la vigencia constitucional y que no fue obra de guerrilleros, sino de terroristas. También la olvidamos, como pesadilla que fue.
La ley de diciembre de 1986 la ley de "caducidad de pretensión punitiva del Estado", fue votada por legisladores del Partido Colorado, el partido del Gobierno, y por la mayoría de los legisladores del Partido Nacional. No la votaron los representantes del Frente Amplio, cuya tendencia, en la persona de su presidente, el general Seregni, había suscrito el pacto del Club Naval. Es decir: había reconocido que estábamos inmersos en un proceso de transición para llegar a la integridad de la vida democrática. Esta transición, combatida en su momento por serio, fue aceptada, como un hecho irreversible, por la mayoría de los legisladores del Partido Nacional.
Antes de ser sancionada esta ley, los mandos del Ejército,uruguayo dieron, a conocer un documento en el que reconocen sus culpas y comprometen su acatamiento al poder civil. ¿Es que no vamos a admitir la validez de los documentos, salvo cuando emergen de nosotros y no de las otras partes del diálogo nacional?
La ley es un texto político de valor histórico en el camino de la reconciliación. Si en marzo de 1985 el Parlamento votó la primera parte de esta reconciliación, reincorporando a los tupamaros (a los que delinquieron y pagaron con dureza, pero también a quienes nada pagaron) a la vida civil y a la paz social, por la que tanto luchamos todos los uruguayos demócratas, por qué y con qué razones se nos va a negar el derecho a la segunda etapa de esa misma reconciliación? ¿En qué estamos adheridos para siempre, a los odios del pasado o la invocacíón de la violencia y la venganza?
Mirar hacia el porvenir
Y es que Uruguay, su pueblo y su Gobierno, están trabajando en serio por la recuperación que debemos lograr para mirar hacia el porvenir. No voy a invocar los índices de vitalidad económica, el esfuerzo por el renacimiento de la educación, la salud y la cultura que están haciendo el Parlamento y el Gobierno, ni la lucha por poner al día un Estado envejecido y retrasado. De todo ello, todos los uruguayos tenemos conciencia y no es necesario recurrir a cifras que todos nos sabemos muy bien.
He visto que en Madrid se ha constituido un comité que recoge firmas con la intención de derogar, por medio de un plebiscito, tal como indica nuestra Constitución, la ley que he mencionado. Y aunque parezca una paradoja, este movimiento me parece muy plausible. Es evidente que los uruguayos que firmarán no sólo están preocupados por los problemas delpaisito (subrayo la expresión porque me resisto a hacerla propia), sino que están, moralmente, comprometidos a retornar al país para cumplir con el acto electoral que están reclamando.
No sé si el reclamado plebiscito se cumplirá o no. Será necesario, de acuerdo a,la norma constitucional, que así lo indique la voluntad expresa del 25% de los inscritos habilitados para votar y, por lo que se ha dicho, aún no se ha llegado a esa cifra. Quienes no han firmado el pedido plebiscitario no es que no lo hagan por que tengan miedo (el acusar de tener miedo a los adversarios es un viejo recurso de la peor política subdesarrollada), sino porque, como su representación, la mayoría del cuerpo legislativo está de acuerdo con una política de reconciliación, que es una apuesta hacia el futuro. En esa apuesta estamos muchos uruguayos. La mayoría de los uruguayos, que no nos proponemos denostar ni menospreciar a nuestros compatriotas, piensen como quieran.
Para eso, para pensar cada cual de acuerdo con su propia conciencia y respetarnos entre nosotros, es por lo que hemos hecho algunos sacrificios y logrado, hoy, la libertad que nos rige.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.