Interés por lo trivial
Durante los años sesenta, Andy Warhol se convirtió en director de cine. Él afirmaba que se limitaba a "fotografiar lo que ocurría", y así era, aunque lo que ocurriese fuese nimio. Por ejemplo, en la célebre Sleep muestra, sin cambiar nunca el ángulo de la cámara, a un individuo durmiendo. A esta acción mininal hay que sumarle el efecto de los cortes de los empalmes de cada rollo que se suceden con una cadencia de tres minutos. Eso es todo. En Empire, el protagonista es el famoso rascacielos, y en vez de contemplar durante seis horas un cuerpo humano tendido, se nos ofrece un documental, también minimal, sobre los cambios que se producen en el edificio durante ocho horas. Es la respuesta conceptual o pop -la etiqueta es discutible- a las diversas catedrales de Rouen impresionistas.
Lentitud
Andy Warhol reunió a una serie de gente en su almacén neoyorquino de la calle 47, bautizado, con la mayor redundancia, como la Factory. De allí salieron más de 150 películas de muy distintos metrajes, firmadas en algunos casos por el propio Warhol, obra o idea de su séquito en muchas otras ocasiones. No siempre están faltas de lo que convencionalmente denominamos acción, aunque sí compartían todas ellas ese mismo gusto por una realidad capturada en directo y no manipulada posteriormente ni en el laboratorio ni en la mesa de montaje. A menudo los protagonistas eran los habituales de la Factory, gente que pertenecía a minorías oprimidas por cuestiones de sexualidad, cultura, droga e incluso criminalidad. Eso se reflejará en las películas salidas de la fábrica warholiana, pobladas de travestidos, mitómanos, músicos contrarios al hit parade, sadomasoquistas y consumidores de toda clase de drogas. Con el tiempo, y sobre todo con la intervención de Paul Morrisey, todo ese universo estallará, incorporándose alguna de sus figuras al cine más convencional. Así, el propio Morrisey, que inicia una carrera como director comercial, que, si en un principio se fundaba en conservar algunos de los estilemas de su vanguardismo underground, después le lleva a rodar ya como cualquier otro cineasta mediocre. Joe Dallesandro y Viva son quizá los dos actores más conocidos de entre los salidos de la Factory. El período de la marginación había acabado y delante estaba el mercado.
La obra del Warhol cineasta hay que entenderla, pues, como muy característica de los años sesenta. Según uno de sus hagiógrafós, Jonas Mekas, su trabajo es una versión americana del cinéma-vérité de los franceses.
Su mayor mérito es haber despojado al hecho de situarse detrás de la cámara de toda trascendencia, haber aceptado el interés de lo trivial y no avergonzarse del espíritu de voyeur que lo impregna todo. Para Norman Mailer, la contribución de Warhol consiste en "haber dado a los directores el valor suficiente para rodar una escena lenta sin tratar de acelerarla", mientras que el propio Warhol de lo que estaba más contento era de haber ampliado el área de decibles de quienes se dedicaban a filmar cine pornográfico.
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