Formidable enzimólogo
Sería faena tentadora mostrar cómo los trabajos científicos de Severo Ochoa, a la manera de los tiempos de una sonata, van modulando su rica diversidad, sin perder su unidad básica, a lo largo de los 60 años transcurridos desde que publicó el primero de ellos, 'The Action of Guanidins on the Melanophores of the Skin of the Frog' (Proc. of the Royal Society, 102, 1928). A los futuros doctorandos en historia de la medicina o de la ciencia dejo tan sugestivo empeño. Constreñido por el tiempo de que hoy dispongo, me limitaré a consignar algunos datos cuantitativos -porque, cuando hay calidad en el producto, también su cantidad importa- y a describir sumariamente los hitos principales de la carrera de nuestro egregio compañero.Tras los dos años de estanciajunto a Carl y Gerty Cori, ya en Nueva York, primero como jefe del Departamento de Química, Farmacología y Bioquímica de la facultad de Medicina de la New York University, luego en el Roche Institute of Molecular Biology, de New Jersey, Ochoa llevará a cabo las investigaciones que han inmortalizado su nombre. Tres series de ellas quiero destacar.
La primera tiene como leitmotiv la enzimología metabólica: el estudio de la acción ordenadora y reguladora de los enzimas en el metabolismo de los principios inmediatos. Tal estudio tuvo su prólogo en la determinación del rendimiento energético de la fosforilización oxidativa, y culminó con el descubrimiento de dos enzimas, la citrato sintetasa y la piruvato deshidrogenasa; lo cual permitió dar conclusión efectiva al conocimiento del ciclo metabólico de los ácidos tricarboxílicos, el famoso ciclo del ácido cítrico o de Krebs. Con toda justicia podría llamarse ciclo de Krebs-Ochoa a este fundamental proceso de la actividad metabólica del organismo.
Pero esta importante hazafía científica iba a palidecer al lado de otra, la que en 1959 dio lugar a que se concediera a Severo Ochoa el Premio Nobel: el descubrimiento del enzima polinucleótico fosforilasa, y tras él, la sensacional síntesis del ácido ribonucleico, base de la del ácido desoxirribonucleico, lograda poco después por su discípulo Arthur Korriberg.
El código genético
Quedaba así abierto el camino para resolver el problema que el genial descubrimiento de Watson y Crick, la doble hélice, había propuesto a los biólogos moleculares: el desciframiento del código genético, obra conjunta de los laboratorios de Nieremberg, Ochoa y Khorana.
Iniciada por la síntesis del RNA, la tercera serie de los trabajos correspondientes a la plena madurez científica áe Severo Ochoa es la realización de algunas de las varias posibilidades abiertas a la investigación por esa fecunda hazaña: el desciframiento del código genético a que acabo de referirme -de labios del propio Ochoa vais a oír cómo se está llevando a cabo-, la biología de los virus, primer paso para conseguir secundum artem la victoria sobre esa reciente plaga del género humano, y la biosíntesis intracelular de las proteínas, proceso básico para la edificación específica de la materia viva.
En el curso de una grata conversación entre amigos, con el recuerdo de Xavier Zubiri en torno a nosotros, contraponía Severo Ochoa el carácter resueltamente creador de la obra de los artistas y los filósofos -Aristóteles y Kant, Cervantes y Goya, Mozart y Beethoven- y la condición meramente constatadora de los hombres de ciencia. Con sus descubrimientos, éstos se limitarían a decir a los demás: "Las cosas del mundo son así". De tal manera visto, el científico no pasaría de ser descubridor de hechos y formulador de leyes.
Como hazaña colectiva, en la cual tanta parte tiene Severo Ochoa, tal es, desde hace pocos decenios, el caso de la biología molecular. Varias son las razones que dan fundamento a este aserto.
La primera, que la biología molecular permite resolver de modo nuevo un problema biológico -y por extensión, cosmológico- que con muy diversos planteamientos viene ocupando, después de Aristóteles, la atención de los filósofos y los científicos de la naturaleza: la conexión unitaria entre estructura, función y génesis; el hecho de que a tal estructura corresponda tal función, y el de que ella, la tal estructura, sea el ocasional y más o menos estable resultado de tal proceso genético.
La segunda, que nos pone en la vía de entender la vida orgánica en términos de propiedad estructural de la materia, corno mutatis mutandis se entiende la peculiaridad del estado cristalino; y que, como ineludible consecuencia, nos sitúa de un modo inédito ante el gran enigma de la relación entre la vida orgánica y la vida humana, es decir, entre la relativa necesidad de los procesos biológicos y la relativa libertad de las acciones personales.
La tercera, que permite abordar con nuevos hechos y nuevas ideas el problema del origen de la vida en la evotución del cosmos y mueve a la fascinante empresa de fabricar en el laboratorio una materia con las propiedades de la que solemos llamar materia viva; por tanto, a romper de hecho con el omne vivum ex vivo que desde Redi, y a través de diversas formas y múltiples vicisitudes -las que representan los nombres de Spallanzani, Pasteur y Driesch- viene pesando sobre la mente de los biólogos.
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