Una opinion desde casa
Tengo ya demasiados años como para creer fácilmente que las conversiones políticas bruscas sean posibles o que un artículo de prensa pueda convencer realmente a nadie de nada sentido hasta entonces como antagónico. Ya lo sé.Pero la oportunidad que me brinda EL PAÍS para que exponga libremente mi punto de vista personal sobre lo que mantiene en pie al movimiento nacional vasco no es desdeñable. Y tal vez estas líneas puedan ayudar a que algunos lectores lleguen a comprender (si no a compartir) algunas de las razones que hacen que una proporción importante de los vascos mantenga su escepticismo político respecto al Estado español en niveles tales que consideren estrictamente inútil la participación en las instituciones más representativas, regionales y estatales.
Voy a expresarme desde una sensibilidad especial hacia la problemática vasca, que es la mía, por supuesto, pero también la de muchos millares de abertzales. Se trata de una sensibilidad que, por ejemplo, explica que quien suscribe este artículo, ingeniero dedicado durante muchos años al cálculo de estructuras, haya acabado abandonando su, inicial oficina de proyectos para poder dedicar todas sus energías al estudio y a la enseñanza en la Universidad de materias relacionadas con la lengua vasca.
Lealtad
Aunque un potente sentimiento de lealtad hacia la propia lengua (sobre todo cuando está en trance de desaparición) es algo primario, general, conocido en todas las latitudes y previo a todo análisis, bien pronto se convierte en una coincidencia más global, propiamente patriótica, de lealtad hacia la comunidad portadora de la lengua. Porque es fácil comprender que el tal choque entre las lenguas no existe y que lo que se da en realidad es el choque entre los pueblos que las hablan.
De ahí que la toma de conciencia de la precariedad de la lengua propia, en las zonas justamente donde el proceso de sustitución lingüística es una vivencia de todos los días y allí donde el nivel cultural de la comunidad no es excesivamente bajo, se traduzca casi automáticamente en toma de conciencia de la opresión nacional que sufre el pueblo vasco.
No quiere esto decir, evidentemente, que1a única dimensión en que se palpa aquí esa sensación de opresión sea la lingüística, pero sí que en muy amplios medios, y por lo explicado antes, la sustitución lingüística en curso suele preceder en sólo pocos años a otros movimientos de lealtad hacia la comunidad de signo claramente político.
Ahora bien, la experiencia socio-lingüística (pensemos, por ejemplo, en Bélgica, Finlandia, y Canadá) ha demostrado ya que sólo las lenguas que gozan del llamado estatuto territorial tienen garantías de futuro y sólo en el interior de esas zonas. (El castellano tiene garantizado su futuro en México, pero no en California ni en Puerto Rico.) Por debajo de ese verdadero umbral de supervivencia, la única perspectiva es la asimilación al grupo lingüístico dominante. Siendo más claros, la absorción por la nación que controla es estado común.
Certeza
Esta certeza lingüística, por sectorial que pueda parecer el tema a quienes jamás han conocido en sus vidas un problema de lengua, puede explicar una parte importante de la crispación, por decirlo veladamente, que subsiste en este país. Aun dejando de lado (lo que es mucho dejar) la lucha secular de este pueblo por sus derechos históricos y olvidando (lo que es mucho olvidar) toda la sangre derramada por el autogobierno desde hace siglo y medio bajo una u otra bandera. El estatuto lingüístico de territorialidad no es algo indefinido, ni equívoco, ni polisémico. Es una situación jurídica bien concreta: la que poseen en su ámbito las lenguas normalizadas, la que conoce "el sueco en Suecia", para repetir palabras de Lluís Arancil. Y la que conoce el castellano en toda la extensión del territorio del Estado español.
Dicho de otra manera: el castellano tiene garantizado su futuro en todo el Estado español, en tanto que todas las lenguas regionales, a pesar de los estatutos autonómicos y de haberse declarado ritualmente que serán "objeto de especial cultivo y atención", sólo tienen garantizada su extinción.
El estatuto territorial es una especie de estatuto federal en el plano lingüístico e implica normalmente federalismo político paralelo.
Eslovenia, que goza de territorialidad lingüística, es una de las seis repúblicas que componen la federación yugoslava.
Las soluciones intermedias suelen terminar en conflicto. Bélgica, por ejemplo, que se encuentra 10.000 leguas por encima del Estado español en el terreno de respeto a las comunidades lingüísticas, está viviendo estas semanas una de las crisis más graves de su historia a causa de la presión creciente del pueblo flamenco en favor de una territorialidad estricta. Y es probable que la crisis sólo termine cuando Bélgica adopte un cuadro jurídico netamente federal.
Por dar otro ejemplo europeo: en 1975, la modélica y proverbial Suiza federal conoció la grave crisis del cantón bilingüe de Berna, predominantemente germanófono. Crisis que terminó en la división del cantón en dos, tras triple plebiscito de autodeterminación, y creación del jura francófono, con derechos territoriales para la lengua francesa en su interior. Y aquí está la madre del cordero. Las unidades políticas basadas en realidades multinacionales son focos de tensión constante, porque siempre surge en ellas una lengua (es decir, un pueblo) dominante.
Hace ya más de un siglo que un eminente presidente de la República española, Pi i Margall, escribía su célebre libro Las nacionalidades, verdadero manifiesto en pro de la transformación radical del Estado español y de otros Estados en un sentido decididamente federalista. Con el éxito que todos conocemos... Una institución tan moderada, tan tímida dirían otros, como la Academia de la Lengua Vasca, mal puede inspirar en nadie sospechas de extremismo político. Y sin embargo, al conocerse el texto de la Constitución vigente, y de su artículo 3, se dirigió al Rey en los siguientes términos: "... [el artículo 3] considera de forma discriminatoria a las lenguas nacionales distintas del castellano. ( ... ) No se aviene ni con la letra ni con el espíritu de la Declaración de los Derechos Humanos de Ginebra, suscrita por el Estado español. ( ... ) Supone la continuidad de la política de marginación histórica de nuestra lengua y su consagración en la ley fundamental del Estado..." (San Sebastián, 29 de septiembre de 1978).
SalidasNuestro pueblo no tiene salida lingüística en el marco constitucional actual ni la ha tenido, por supuesto, en ninguno de los. marcos anteriores. Tampoco tiene salida en otros terrenos, conviene recordarlo. No le demos vueltas. Es esa consciencia plena de impotencia la que impulsa a muchos vascos (y no sólo dentro de Herri Batasuna) a promover, más o menos frontalmente, un proceso firme hacia la autodeterminación. Son muchos los lustros de decepción acumulados, demasiados para seguir esperando indefinidamente que Madrid comprenda. Mucha gente aquí está profundamente hastiada de tanta incomprensión y de tan absurdo afán uniformizador. Son muchos los vascos que piensan que no hay solución vasca posible dentro del Estado español. Y de ahí las corrientes crecientes en favor de la autodeterminación y la independencia.
¿Por qué extrañarse entonces de que algunos, los más moderados, los más confiados justamente, miren con envidia creciente a Eslovenia y Yugoslavia?
La reacción racional debería ser mirar hacia Liubliana y Belgrado y dejar de pensar en reforzar las medidas policiales.
Pero parece que el triste sino de la humanidad es tropezar una y otra vez con la misma piedra.
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