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Matilde Martín Martínez

Chilena de origen español, pide ayuda a Felipe González para su hermano, preso en una de las cárceles de Pinochet

A Matilde Martín Martínez, de 36 años, chilena de origen español, secretaria procuradora en un instituto jurídico, la vida empezó a trabajarla duro -como a tantos compatriotas suyos - a partir del día 11 del más negro septiembre que ha conocido Chile. El mal, sin embargo, no estaba hecho del todo. En abril de 10 años más tarde, de 1983, le volaron a dinamita a su hermano Pedro. A fines de junio pasado le detuvieron a otro hermano, Jorge, y, 12 horas más tarde, le suicidaron a sus dos hermanas y a un sobrino.

Cinco días pasó Matilde, detenida y sometida a diversos interrogatorios: "Aunque no sufrí apremios fisicos, sí me infligieron tortura psicológica, amenazándome con lo que podía ocurrirles a mi madre y a mis hijos y, sobre todo, diciéndome que mi hermano Jorge, de cuya detención me enteré allí, iba a ser interrogado por el CNI. Y, en Chile, todos sabemos qué quiere decir eso".Cuando Matilde llegó a la cárcel de San Miguel, la cárcel de presos comunes en donde meten a las políticas de cualquier manera, sus compañeras de celda la estaban esperando con una mantita para el catre, algo de comida, agua caliente para un baño y la noticia de que sus hermanas, Mari Paz, de 33 años, madre de tres hijos, y Margarita, de 41 años, madre de cinco hijos, así como Isidro, de 18 años, hijo de esta última, habían sido encontrados muertos en su domicilio por los carabineros que acudían a detenerlos bajo la acusación de tenencia de armas y explosivos y pertenencia a un grupo terrorista.

Los periódicos del régimen -es decir, todos, en diversas gradaciones- montaron una vez más la parafernalia que se repite en los últimos tiempos: "Tres suicidios en refugio comunista", informaba La Nación, el preferido de Pinochet. En la misma página aparecía otro titular no menos pintoresco: "Chile es modelo en política habitacional".

Desde entonces, con su hermano Jorge, de 29 años, en la cárcel, convertida en el único sostén de lo que queda de la familia, Matilde pasa sus días llamando a todas las puertas, tratando de que se haga justicia. Que se establezca la verdad sobre la muerte de sus hermanas y su sobrino; y, sobre todo, que Jorge, que ha sufrido todo tipo de estremecedoras torturas y vejaciones, salga de la cárcel antes de que su condición de rehén de la dictadura -el verdadero papel de los cerca de 500 presos políticos que hay hoy en Chile- le haga perder la vida quién sabe cómo.

Jorge Martín Martínez es chileno de origen español, y por eso Matilde ha pedido a las autoridades de nuestro país que soliciten la extradición de su hermano. El propio Defensor del Pueblo está preocupado por su caso, como lo está por el de Rafael Pascual Arias, de 27 años -a quien torturaron metiéndole ratones vivos por la boca y el ano-, y cuya madre, Agripina Arias, como el padre de Matilde, Isidro Martín Fernández, fue pasajera del Winnipeg, el barco en el que Pablo Neruda embarcó al final de nuestra guerra a 2.000 republicanos españoles que creyeron dirigirse a la tierra de la libertad.

Entre tanto, la vida de Matilde corre serio peligro.

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