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Shultz supedita la continuidad en el cargo a que Reagan garantice que no enviará más armas a Irán

Francisco G. Basterra

Ronald Reagan, enfrentado a la mayor pérdida de credibilidad desde que llegó a la Casa Blanca y bajo la amenaza de dimisión de su secretario de Estado, George Shultz, por la crisis de Irán, iba a tratar esta madrudgada (hora peninsular española) de convencer a los noerteamericanos -en una conferencia de prensa televisada- de que su política exterior no es una cadena de desastres y de que sus dos últimos años de presidencia serán efectivos. El jefe de la diplomacia norteamericana esperaba ayer garantías del presidente de que han acabado los suministros de armas a Teherán para seguir en su cargo

La radio pública norteamericana informó ayer, sin embargo, que Shultz abandonará la Administración y que Reagan ya ha decidido el nombre de su sucesor: el senador por Nevada Paul Laxalt.La Casa Blanca y el Departamento de Estado desmintieron esta información y observadores diplomáticos aseguran que Shultz, el único verdadero profesional de la actual política exterior norteamericana, ha ganado la partida y Reagan anunciará esta madrugada el final de la confusa política hacia Jomeini, que le ha llevado a romper el principio de no negociar con terroristas.

Sin embargo, Washington era ayer un puro rumor y hace mucho tiempo que no se aguardaba con tanto interés una comparecencia ante la Prensa del presidente, que hace tres meses que no se somete a las preguntas de los periodistas en directo. Un 79% de los norteamericanos no se ha creído la explicación de Reagan de que no se ha pagado un rescate, en forma de material bélico a Irán, por los rehenes estadounidenses en Líbano. A pesar de esta desconfianza, su índice de popularidad es aún de un 68%

Petición del presidente

La National Public Radio, citando fuentes de la Administración, informó que el presidente le había pedido a Shultz que siguiera unas semanas más en su puesto hasta que pase la tormenta provocada por la conexión iraní. La sustitución de Shultz por Laxalt, según esta información, se produciría a primeros de enero. Laxalt es un íntimo amigo del presidente que no se ha presentado a la reelección como senador y que tiene aspiraciones presidenciales. Es un personaje polémico que fue utilizado por Reagan para transmitir a Marcos, en Manila, el mensaje de que debía abandonar el poder.The New York Times informó ayer que Shultz continuará en su puesto -aunque parece confirmarse que habló de su dimisión con el presidente el pasado fin de semana en Camp David- si se acaban las entregas de armas a Jomeini y si el Departamento de Estado recupera el control de la política hacia Irán.

Shultz realizó el pasado domingo una sorprendente e inhabitual intervención televisiva, en la que se opuso frontalmente a la política del presidente con respecto a Irán y surgirió que podría dimitir. Reagan, el lunes, afirmó que no tiene planes para enviar más armas a Jomeini, lo que puede hacer pensar que ha ganado su pulso con la Casa Blanca.

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Desde su última conferencia de prensa televisada, una serie, de polémicas decisiones de política exterior y la pérdida del control del Congreso en las elecciones del pasado 4 de noviembre, han creado la impresión de un Reagan vulnerable y a la defensiva, mal aconsejado por aficionados.

Antes de llegar a la actual crisis iraní, el Consejo Nacional de Seguridad aconsejó al presidente una política de desinformación con relación a Libia, que estalló en las manos de la Casa Blanca.

Luego, el caso Hasenfus, el primer prisionero norteamericano en la guerra sucia contra Nicaragua, reveló que, a espaldas del Congreso que lo había prohibido, la Administración estaba dando cobertura a una cooperación de suministro de armas a la contra.

En las relaciones Este-Oeste, los pasos dados por la Administración parecen confirmar la afirmación de que una diplomacia en manos de amateurs está dañando la credibilidad del presidente ante sus aliados y en el interior del país. Primero fue el caso Daniloff, en el que el periodista fue canjeado por un espía soviético a pesar de la negativa de la Administración a reconocerlo.

A continuación, Reagan es empujado a la reunión de Reikiavik con Mijail Gorbachov, de una forma apresurada y sin una preparación suficiente. La cumbre de Islandia se convierte en' una sesión negociadora y el presidente está a punto de firmar un acuerdo de desmantelamiento nuclear total, que pone los pelos de punta a los aliados de la OTAN y los militares del Pentágono, que no fueron consultados.

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