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Un recital entre incunables

María Kodama, que traía el bastón de su marido, fue la aparición que terminó de sembrar el caos, a la vez que apaciguó los ánimos con su aire tranquilo y su aprobación explícita, el miércoles por la noche, en la Biblioteca Nacional.El nuevo director de la Biblioteca, Juan Pablo Fusi, había mostrado cierta preocupación porque no estuvieran listos los catálogos -fenómeno unido a la noción misma de exposición en España-, y el montador de la exposición, Luis Revenga, se inquietaba ante la extraordinaria capacidad de Antonio Carrizo para sacar constantemente, como un mago, documentos magníficos sobre Borges, que ya no era posible colocar en ninguna parte. Los visitantes no podrán ver esa foto de Borges junto a Fangio, el corredor de coches, o aquélla otra en la que posa junto a un montón de condecoraciones, imagen de tal ingenuidad que uno supone una treta del fotógrafo para obtenerla.

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El último proceso de selección se celebró en el segundo sótano de la biblioteca el martes por la tarde, en una delirante sesión en a que la principal censura la ejercía la premura del tiempo, que luchaba contra el entusiasmo de Carrizo. El argentino, veterano locutor de radio, alto, envolvente y simpático, escarbaba entre los recortes por él mismo enviados y tenía dificultades para no explicar las circunstancias de cada uno de ellos con su acento de porteño recién desembarcado. O si encontraba un poema, impostaba la voz y recitaba; recitaba a la antigua, lanzando la voz y poniendo drama en el asunto. "Lo primero que ví, hace tantos años / fue la sonrisa, y también lo último". Ése fue un verso de Borges dedicado a la dama Elvira de Alvear y recitado por Carrizo en los sótanos de la biblioteca, entre las fundas de incunables de maravilla y el silencio de las cámaras acorazadas. "¡Qué lindo!", decía Carrizo, y volvía a repetirse el verso para saborearlo otra vez. Entonces explicaba que Elvira de Alvear dirigió una revista cuyo secretario de redacción era el joven Alejo Carpentier, y que perdió la cordura hasta el punto de escribir una novela con sólo rayas.

Un recorte de los leídos en el sótano acorazado decía que "en emotivo acto asumió Borges la dirección de la Biblioteca Nacional", y la impresión era de vivir El libro de arena u otro laberinto.

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