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Tribuna:TRAS LA 'CUMBRE' DE REIKIAVIK
Tribuna
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El control de armamentos tiene aún posibilidades

La cumbre de Reikiavik fracasó a causa de las diferencias entre soviéticos y norteamericanos respecto a las defensas estratégicas, o guerra de las galaxias, como se les denomina popularmente. Tales diferencias son fundamentales y existen desde marzo de 1983, cuando el presidente Reagan proclamó su visión de un mundo con unas defensas perfectas e inició la Iniciativa de Defensa Estratégica, o SDI. Reflejando el deseo de todos los políticos occidentales, buscaba asegurar la paz sin depender de las armas nucleares y evitar un mundo en el que existiera la posibilidad de una guerra nuclear catastrófica.Ante el temor de que las nuevas tecnologías de defensa basadas en el espacio produjeran graves desequilibrios y dieran a Estados Unidos una ventaja estratégica, y puede que incluso cierta superioridad, los soviéticos han intentado, consistente e inexorablemente, hacer abortar la SDI, pidiendo en las negociaciones la prohibición de todo tipo de investigación, excepto la investigación en laboratorio, del armamento espacial.

Las diferencias no se limitan al programa de investigación de la SDI, sino que, de manera más fundamental, atañen a la mejor manera de promover la paz y, en última instancia, a cómo lograr la eliminación de las armas nucleares. La visión de Reagan es de un mundo con un escudo defensivo, mientras que Gorbachov da prioridad a la reducción de las armas nucleares en un mundo sin armas en el espacio.

Todo dispuesto

Dadas estas diferencias, ¿por qué decidieron reunirse Reagan y Gorbachov en Reikiavik? Y lo que es más importante, el pasado mes de noviembre habían acordado en Ginebra celebrar futuras cumbres, y ninguno de los dos líderes deseaba que le acusasen de bloquear un próximo encuentro. A lo largo del último año, ambos bandos han estado haciendo propuestas y contrapropuestas, dando la impresión de que, por fin, se estaban desarrollando negociaciones serias. Los soviéticos y los norteamericanos acordaron en principio la eliminación de los misiles nucleares de alcance intermedio (INF) en Europa y la reducción en un 50% de las armas nucleares estratégicas.

Todo estaba dispuesto para una cumbre. La programación de una precumbre en octubre se convirtió en algo atractivo para cada uno de los dos líderes, principalmente por razones domésticas. Reagan pudo acallar a quienes criticaban su forma de llevar el caso Daniloff con el anuncio del encuentro de Reikiavik. Para los especialistas soviéticos, parecía que Gorbachov estaba buscando un período de respiro en cuestiones internacionales que le permitiera centrar su atención en sus problemas económicos.

Pero la cumbre parecía prometer más. Parecía que sería probable cierto progreso en el campo de los misiles nucleares de alcance intermedio cuando los soviéticos aceptaron las principales condiciones de Occidente, que los límites a los INF fueran globales (incluyendo a los SS-20 estacionado en Asia), que fueran iguales para ambos bandos y al menor nivel posible y que no afectaran a las fuerzas nucleares francesas y británicas. Incluso en el tema de las defensas estratégicas, se percibía la posibilidad de un acuerdo, ya que ambos bandos se habían centrado en dos de las cuestiones más cruciales: si iban a respetar el tratado ABM y por cuánto tiempo y si podían proseguir las investigaciones de la SDI y en qué grado.

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Ajuste de diferencias

A pesar de todo, las posibilidades de éxito de una cumbre y el optimismo generado dependieron siempre de un postulado crítico: el ajuste de las diferencias en la cuestión de la SDI. Cuando los dos dirigentes decidieron reunirse en Reikiavik, la mayoría supuso que ambos mantenían tal postulado. En otras palabras, habían aceptado estar en desacuerdo sobre la guerra de las galaxias.

No fue así, y la cumbre se vino abajo. ¿Por qué? ¿Fue la intención de Gorbachov, desde el principio, hacer que los progresos de la cumbre dependieran de algún gesto de Reagan en la cuestión de la SDI, creyendo que o bien Reagan haría concesiones o que la intransigencia de Reagan les sería políticamente útil a los soviéticos en Occidente? ¿O creía Reagan que Gorbachov necesitaba de tal manera un éxito de la cumbre que podría por lo menos conseguir una aceptación implícita, si no un acuerdo total, a un vigoroso programa de investigación de la SDI? ¿O estaba Reagan tan cautivado por su visión de una defensa perfecta que no podía desenvolverse en el mundo práctico y real de los acuerdos políticos? Cualquiera que fuera la motivación de Gorbachov, es obvio que no estaba dispuesto, y que no estará dispuesto, a legitimizar en ningún acuerdo el despliegue norteamericano de las defensas espaciales.

Si algunas de éstas son las verdaderas razones, las posibilidades del control de armamento son tenues. Aunque quizá los dos dirigentes intentaban conseguir demasiado en demasiado poco tiempo. Si ésta es su conclusión, y la pueden mantener frente a la crítica en ambos países, las posibilidades del control de armamento se avivan.

Con la voluntad de negociar seriamente, o al menos con el deseo de no cargar con la responsabilidad del fracaso total, se vislumbran en el horizonte posibles acuerdos de control de armamentos. En el caso de las INF, las fuerzas nucleares intermedias, tan sólo es necesario que las diferencias sobre defensas estratégicas se encaren en otras negociaciones. El acuerdo de reducción de fuerzas estratégicas ofensivas está igualmente próximo si se pueden posponer hasta la década de 1990 las decisiones sobre el despliegue de las defensas estratégicas.

Un lugar en la historia

La cumbre no ha logrado producir un acuerdo, ni siquiera dar la sensación de que EE UU y la URSS estén ahora dispuestos a volver a intentarlo. Ha resaltado de manera dramática las diferencias existentes y fundamentales en la cuestión de las defensas estratégicas. Puede que haya reforzado tanto las posiciones que Gorbachov espere a la llegada del próximo presidente en 1988 y que Reagan se contente con su lugar en la historia como el presidente que plantó cara a los rusos. O puede que haya mostrado el perfil de posibles acuerdos, que ambos dirigentes, como políticos pragmáticos y de experiencia, querrán aprovechar.

Sólo el tiempo lo dirá. Pero está claro que lo mejor para Occidente es resaltar no el fracaso de la cumbre, sino sus logros, y en crear presión pública para otras negociaciones, con el objetivo, esta vez, de conseguir acuerdos para su firma en una cumbre, y no únicamente una agenda de temas para debate.

Lynn E. Davis es jefe de estudios del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres.

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