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Tribuna
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Reagan opta por la prioridad nuclear

Quien no está dispuesto a renunciar a las armas atómicas es que considera que existen cosas más graves que la destrucción de la Humanidad". Estas palabras de Hermann Scheer, uno de los redactores del programa del Partido Social Demócrata de la RFA, podrían aplicarse a la actitud norteamericana en la cumbre entre EE UU y la URSS.Será difícil hacer olvidar al mundo, que contemplaba el encuentro de Reikiavik con una cierta esperanza, que el presidente Reagan considera el mantenimiento de una prioridad nuclear estratégica, como es la del escudo espacial, más importante que las propuestas de desmantelamiento bilateral del sistema militar nuclear por etapas y plazos claramente definidos, desmantelamiento en el que Gorbachov había dado importantes pasos hacia adelante, mucho más adelante de lo que la URSS había dado nunca hasta ahora. El mismo Shultz reconoció que la URSS había llevado a la mesa de negociaciones un paquete importante y positivo.

Más difícil en cuanto que esta vez ese "algo más importante que una guerra atómica" sería el fin de las ganancias del sistema militar-industrial como resultado de la renuncia al proyecto de Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), proyecto costosísimo y cargado de jugosas contratas, así como, paradójicamente, irreal según los expertos. En efecto, la SDI implica un crecimiento en proporción geométrica del gasto y del sistema militar, sin llegar a constituir la defensa impenetrable que pretende ser.

Mantenerse firme en la SDI frente a las propuestas soviéticas de desmantelamiento progresivo de las instalaciones nucleares significa tres cosas: que el objetivo de Reagan no es un desarme progresivo, sino que sigue siendo la teoría de la disuasión, que en sí comporta un aumento del rearme por las dos partes, obligadas a reequilibrarse y, por tanto, un aumento del riesgo de conflagración; que Reagan tiene la intención de conservar el dominio de los medios y de los tiempos de guerra en manos de EE UU, o, al máximo, en manos de las dos superpotencias ignorando a Europa, que sería la primera beneficiada por las propuestas soviéticas; y en tercer lugar,que Reagan persigue el debilitamiento de Gorbachov dentro de la URSS, ya que el dirigente si.oviético se expuso demasiado en Reikiavik con sus propuestas de desarme, desafiando a la oposición militar interior porque necesita una auténtica distensión para poder llevar a cabo con menos trabas algunas reformas y para poder aflojar las riendas dentro de su campo de influencia.

Gorbachov regresa de Islandia a Moscú con un cierto prestigio de hombre de paz, pero algu-no le echará en cara su optimismo y propondrá que le responda a Reagan en su mismo terreno, echando abajo toda perspectiva de desarme y comprometiendo cualquier posibilidad de cambios internos y de recuperación del desarrollo civil en la URSS.

¿Para Estados Unidos es ésta una política firme? Parece ser más desatinada que firme. Por una vez tiene razón el dirigente soviético cuando afirma que Reagan le pareció prisionero de un sistema de fuerzas que no le permitía ninguna libertad de movimientos. ¿Es una política que pueda desarrollarse ulteriormente? Algunos comentaristas opinan que, después del fracaso de lo que por parte estadounidense se llamó una pre-cumbre, pero que ha demostrado ser una cumbre a todos los efectos, las conversaciones proseguirán porque el tono de los dos dirigentes no fue recípocramente insultante.

Pero resulta difícil imaginar cómo puedan proseguir mientras Estados Unidos se mantenga firme sobre el programa de iniciativas de defensa estratégica; se trataría de conversaciones no para el desarme, sino sobre el rearme. Cualquier estadista soviético que propusiera una vía de desnuclearización y una moratoria de los experimentos y que al mismo tiempo aceptara la SDI, seria acusado de dejar a su país en situación de sufrir una agresión sin posibilidad de respuesta.

No es una casualidad que el callejón sin salida de Reikiavik haya dejado preocupados, en primer lugar, a los goberantes europeos. Ni siquiera Helmut Kohl ni Margaret Thatcher han movido un dedo en defensa de Reagan, y, dada la postura del SPI) y del Partido Laborista, parece difícil que lo vayan a defender los Gobiernos italiano y español presididos por socialistas. La Europa escandinava estará furiosa y no está dicho que la Francia de Chirac esté de acuerdo. Nuclearistas hasta el fondo, pero debido a su propia force de frappe, ni siquiera los franceses son entusiastas de una situación que inevitablemente los coloca en una posición subalterna.

También desde este punto de vista, Reagan sale de la cumbre de Reikiavik más arrogante que reforzado. Para Europa es vital aislar las prioridades industrialmilitares de EE UU, aunque sólo fuera para impedir un crecimiento o incluso un mantenimiento en sus términos actuales del armamento soviético. Probablemente ésta sea una gran ocasión para desempeñar un papel directo de mediación, mejor dicho, para imponerlo, tal como reza el programa del SPD, que extiende la ostpolitik hacia la desnuclearización de una franja de las dos Alemanias. En situaciones como esta la iniativa es menos peligrosa que la inercia, y con mayor motivo ya que una firme posición europea hallaría interlocutores en EE UU fuera de los grupos de presión directamente interesados en la SDI; es decir, en todos aquellos que ven favorablemente formas graduales, pero seguras, de desarme. A partir de Reikiavik puede comenzar el fin de Reagan.

Rossana Rossanda es periodista, fundadora de Il Manifesto.

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