La quiebra del Estado nacional
El escritor peruano hace un balance de los últimos años de su país. Desde los años sesenta, en los que fracasa la experiencia reformista-populista del primer Gobierno de Belaúnde Terry, a los regímenes militares de los generales Velasco y Morales Bermúdez, para finalizar con el análisis del segundo gran fracaso de Belaúnde y el inicio de la etapa actual, en la que el APRA y su joven presidente Alan García ocupen democráticamente el poder.
Todo en Perú parece hablarnos hoy de una enorme caducidad, agravada por la más grande crisis moral, política y social que haya conocido el país. La quiebra del Estado. nacional, tal como terca y ciegamente desearían. mantenerlo las fuerzas más reaccionarias del país, es un hecho que se remonta, a decir de muchos expertos, a los años sesenta y al fracaso de la experiencia reformista-populista del primer Gobierno de Fernando Belaúnde Terry. Vino en seguida la experiencia velasquista, militar, de marcado corte antioligárquico y antiimperialista; en un primer momento, de reforma agraria y nacionalizaciones de la banca y sectores clave de la economía nacional, caracterizado al comienzo por una fuerte estatización y durante los últimos años por una retórica que se contradecía en los actos y por un fuerte autoritarismo cuyos abusos fueron a menudo los típicos de cualquier dictadura militar. Tras el derrocamiento de Velasco por el general Morales Bermúdez se inició la franca derechización del régimen y se preparó el retorno de los civiles en elecciones democráticas.Durante la dictadura de Morales Bermúdez se produjo un hecho que, creo, la gente olvidó muy rápido. Éste fue el entierro del general Velasco, que vivía más olvidado de lo que en realidad estaba desde su derrocamiento. Sin detenerme en la osadía con que el pueblo desobedeció toda amenaza oficial acerca de los rigores con que se reprimiría cualquier desorden (la desobediencia se llevó a cabo con tanto orden que 12LS fuerzas del orden no atinaron a dar una sola orden...), lo realmente impresionante fue el aflujo de gente. Nadie convocó a nadie, por lo que habría que deducir que el poder de convocatoria del difunto general era algo nunca visto en la historia de la República de Perú. Sin embargo, al realizarse las elecciones de 1980, algunos generales primafásicos (los que acompañaron a Velasco en el poder hasta que, en 1977, empezó con Morales Bermúdez la "segunda fase de la revolución de las fuerzas armadas") intentaron ,ganar muchos votos con mucho velasquismo sin Velasco, pero esa vez el cadáver se quedó prácticamente mudo y la gente prefirió explicarlo todo con lo mismo de siempre: "Éste es un país increíble".
La ceguera de Belaúnde
Más increíble resulta hoy la ceguera por segunda vez del arquitecto Fernando Belúnde Terry en su segundo mandato. Volvía de un honorable destierro, con el honorable punto a favor de no haberse mezclado para nada con los desacreditados militares, con una lampa de oro para hacer campaña en un país en el que faltaban grandes obras públicas y con un lema que había que ser ciego para no darse cuenta: "Tú lo conoces, vota por él". El APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), acababa de perder a su legendario fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre, y la Izquierda Unida estaba más desunida que nunca. Con muchísimos votos y en elecciones limpias, Belaúnde regresó al palacio de Pizarro. Quiero decir que nadie, tanto como Belaúnde, regresó nunca tanto al palacio de Pizarro.
Lima se inundó de automóviles de lujo, de televisores en color para verlo constantemente, de lampas de oro y de restauración borbónica a la francesa, a pesar de ser el presidente tan norteamericano de obediencia y vocación. ¿Qué había significado el honorable destierro, el alejamiento de todo lo que oliera a militar primafásico, sobre todo la lampa de oro; qué significaba todo esto en un hombre al que ya se conocía y al que, por consiguiente, había que votar? Creo yo que, fundamentalmente, la ceguera ya total con que este hombre se encerraba en palacio cada vez que, cual convidado de piedra, el cadáver de Velasco venía a inquietar, con la nueva realidad peruana, la indígena, la mestiza, la chino-chola del chino-cholo pata en el suelo que fue Velasco, soldado raso nacido en una barriada ni siquiera limeña, sino provinciana, desde la cual se vino de polizonte a la capital, a mucha honra. Por eso es que a tanta gente le dolió el entierro de Velasco Alvarado.
Por eso es que a tanto limeño de ayer (sólo queda un 20% de limeños en Lima y, por supuesto, no todos son limeños de ayer), de la Lima de Chabuca Granda, de la que se fue, de la que ya no se puede quedar más, le molestaba extremadamente, le crispaba Velasco en la televisión: la forma en que garraspeaba, en que se mojaba la yema de un dedo para pasar las páginas del discurso a la nación, los tropezones en la lectura y las ocurrencias populacheras. En cambio, Belaúnde. Belaúnde con su lampa de oro. Su pelo cano. Su origen aristocrático. Su apellido tan conocido. Su proverbial probidad. Su dejar que todos los demás roben, como' siempre, además, pero, eso sí, sin tocar nada ni a nadie nunca él. Esto traía nuevamente olor a virreinato. Con ser arequipeño de nacimiento, Belaúnde ha sido, sin duda alguna, el último político antiguamente limeño. Con ser piurano y nacido en una barriada (tal vez su error estuvo en bautizarlas pueblos jóvenes con demasiada anticipación), Velasco fue, tal vez, uno de los primeros políticos limeños y peruanos con todo lo que esto comporta hoy de dramático y de nacional.
No hace mucho que Lima cumplió 450 años de fundada. La Ciudad de los Reyes, "la tres veces coronada villa", "la ciudad jardín" (que nadie se engañe, por favor) es hoy una sorprendente mezcla y conjunción de razas, costumbres y problemas que la han transformado completamente en pocos lustros. Científicos sociales, expertos en migración y políticos observan con tanto interés como alarma el desmedido crecimiento de la urbe más importante de Perú.
El significado de Lima
En Lima reside actualmente la tercera parte de la población del país, estimada en 18 millones de habitantes, que se cruzan a veces sin verse por siglos diferentes de la historia y hasta de la prehistoria. Perú es otro país más de América Latina (don mayor gravedad tal vez en sus variantes regionales), con las mismas estúpidas fronteras trazadas por los egoísmos locales inmediatamente anteriores y posteriores a la independencia de España: donde este país había trazado únicamente fronteras administrativas se inventaron países sin naciones o con varias naciones desligadas entre ellas. El caudillismo militarista de la primera mitad del XIX creó muchas banderas, himnos, ejércitos, medallas, para defender esas fronteras y todo en favor de sucesivos imperialismos servidos en bandeja por las familias residentes en la capital: los intereses de éstas conformaban el Estado nacional. Y así como Buenos Aires no fue nunca un puerto para una nación, sino Argentina una nación para- Buenos Aires, Lima no fue nunca el Perú, como tanto se afirmó, sino el anti-Perú, como lo afirmaron excluyentemente los indigenistas. Con la quiebra del Estado nacional, Lima es hoy incluyente, dramáticamente, Perú. ,El limeño de hoy no es el de ayer; tampoco el campesino que empezó a migrar a la gran ciudad por los años cincuenta. El limeño de hoy es el hijo de ese no limeño y no conoce la versión Pizarro-Chabuca Granda de la Ciudad de los Reyes ni mucho menos la visión Belaúnde de un mundo muerto.
Los cambios sociales son de tal envergadura que hace año y medio sucedió lo inimaginable para la otrora apacible clase alta limeña: las fuerzas de izquierda ganaron las elecciones municipales y, seis meses más tarde, el APRA llegó al poder en forma tan intachable que no sólo tachó de la escena política, por un buen rato al menos, a la derecha civil, belaundismo incluido, sino que el único rival de respeto que encontró, siempre en el juego democrático, fue al muy popular alcalde de Lima, apoyado por una serie de partidos radicales.
Nadie sabe con certeza cuántos pobladores hay en Lima, aunque se puede barajar una cifra que está por los seis millones. De éstos, un 40% vive en pueblos jóvenes, y otro 40%, en zonas tugurizadas de la vieja Lima colonial. Sólo tres de cada 10 niños de la ciudad jardin conocen un jardín en esta ciudad de arena, barro y cemento en la que nunca llueve. Un sociólogo calculó hace poco que si Lima decidiera realmente atender al ejército de migrantes necesitaría estrenar un colegio por día, un camión de basura, distribuir dos toneladas adicionales de alimentos y construir 10.000 metros cuadrados de vivienda. Tal cosa es imposible y Lima se convierte día a día en un infierno urbano en el que muchos pobladores agradecen el toque de queda impuesto por el APRA.
Hasta la música ha cambiado radicalmente. Adiós al vals criollo, la marinera, los aires afrocubanos, tan costeños y limeños, pero que hoy representan sólo el 5% de la sintonía radial, en una ciudad en la que los ricos viven en dos o tres guetos y los nuevos limeños o limeño-peruanos se pasean a sus anchas por la caótica ciudad que refleja el caos nacional y alberga a todos los sectores de intereses del nuevo Estado peruano. La chicha (mezcla de huayno andino y de caribeña cumbia colombiana) es el extraño híbrido que ha desplazado por completo a la salsa de clase media. Son los nuevos aires de Perú, en todo el sentido de la palabra, los que invaden hoy la vieja capital podrida, tan amada y detestada, tan ensalzada y menospreciada. En el choque, en la confrontación con la cultura urbana heredera de tradiciones coloniales, lo andino ha salido ganando, incluso superando la masiva entrada de la música extranjera.
Cuando surgió esta mezcla de huayno y cumbia, de mundo andino y caribeño, indio y negro o mulato, muchos la calificaron de música de chicheros, en forma peyorativa, pero la popularidad se ha traído abajo este significado y ya los científicos sociales la denominan cumbia andina o folk andino.
Concretar el nuevo Estado
La peruanización de Perú había empezado en la década de los cincuenta y bien puede hablarse, pues, de una quiebra del Estado nacional en los años sesenta. La historia del cadáver de Velasco podría terminar pareciéndose mucho a la de otro cadáver de extracción social semejante: el de Zapata en México. Pero sabemos que la historia mexicana no ha sido la peruana. Peruano de hoy, con sus virtudes, defectos y, sobre todo, con sus dramáticas limitaciones, me parece haber sido Velasco. Belaúnde, hasta en su pesada vanidad, es de ayer, y a ese ayer lejano parece haberlo vuelto a enviar el APRA. Como los Borbones en Francia, Belaúnde no aprendió ni olvidó nada. Aunque tuvo una segunda oportunidad. Cuando se fue con la lampa de oro ya no era el bueno, el probo, sino el calzonazos que dejó robar a medio mundo; ya no vivía en olor de santidad, sino en olor de coca y narcotráfico, de corrupción y de entreguismo nunca visto a la política de Reagan.
Fin de una ceguera. Los ojos estaban, por fin, abiertos. Catástrofe electoral de su delfín. Se había perdido la fe y se quería creer como nunca. El APRA aparecia como lo más nacional que teníamos, ahora que ya no teníamos Estado nacional. Por eso y por la juventud de su líder carismático ganó. Sendero Luminoso intentó nuevamente boicotear las elecciones. Esta democracia no es lo suyo. Lo demostró por primera vez cuando, en 1980, en su primer acto público, quemó un ánfora electoral. Desde entonces no se ha dejado de escuchar el violento monólogo senderista. Más y más. Belaúnde, por supuesto, dijo y sigue diciendo que se trata tan sólo de un grupo de fanáticos extranjeros. Esta democracia sí es, en cambio, lo del APRA y Alan García. En la medida en que ambos sepan situarse en la confluencia de todos los nuevos sectores de la sociedad que conforman el Perú de hoy le habrá tocado concretar el nuevo Estado peruano.
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