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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nuevas amenazas sobre el Mediterráneo

SOBRE EL Mediterráneo se ciernen de nuevo amenazas de guerra. El coronel Gaddafi ha designado zona de contaataque a todas las ciudades del sur de Europa. La reacción del lider libio no se ha hecho esperar. Estados Unidos mencionó abiertamente la posibilidad de atacar Libia, a la quie considera responsable de los últimos atentados terroristas perpetrados en Europa, y despachó de nuevo para las aguas próximas a la zona de conflicto a una importante fuerza aeronaval. Lord Carrington, como secrétario general de la OTAN, había apoyado también la iniciativa del presidente Reagan y de nuevo en corto espacio de tiempo la posibilidad de un conflicto imprevisible toma cuerpo en una zona que nos afecta directamente y que hipotéticamente pueden alcanzar el territorio español.Sin duda, se puede insistir en la necesidad de abrir un debate internacional sobre las implicaciones de algunos Estados en las actividades terroristas y existen algo más que sospechas para poder afirmar que el régimen de Muanimar el Gaddafi tiene contraídas responsabilidades muy serias en este terreno. Pero cuando el Gobierno de la nación más poderosa del mundo se permite hablar con toda naturalidad de "preparativos de acciones militares" en costas situadas a casi 15.000 kilómetros de distancia de su territorio, sin tener en cuenta el riesgo que eso pueda suponer para sus propios aliados, es muy posible que no se tomen muy en serio las consecuencias que para los países limítrofes -fundamentalmente Italia y España- pueden tener esas actitudes. Pero lo peor es que estas escaladas, de momento verbales, conducen a italianos y españoles a la constatación de la escasa capacidad de decisión que se posee y el alto riesgo que se corre. Por eso, ante esta actitud de Estados Unidos, no se puede afirmar que sea el tipo de trato que se espera de un aliado.

Varios Gobiernos europeos han levantado claramente su voz contra el desencadenamiento de acciones militares en el Mediterráneo y especialmente dos de los más autorizados por su situación geográfica -Italia y España-, sin que por ello se pueda dudar de su comproniÍso en combatir el terrorismo ni de su abierto antagonismo con el régimen de Gaddafi. Simplemente se trata de no ser los obligados a correr con los riesgos de un conflicto que tu dominan ni se les consulta.

Las conversaciones telefónicas mántenidas ayer por el presidente español con su homólogo italiano y la petición de Felipe González para que se celebre una reunión urgente del consejo de ministros de la Comunidad Europea son las reacciones mínimas que los ciudadanos de ambos países pueden esperar de sus gobernantes ante una situación como la que se está gestando en él Mediterráneo.

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Reagan no es el único que considera a Gaddafi un visionario con pretensiones expansionistas, que ha convertido a su país en un foco de desestabilización en el mundo árabe y África. Las sospechas sobre su implicación en actividades terroristas y su intervención en asuntos internos de otros países fronterizos con Libia son compartidas por todo el mundo occidental. Pero sería un error creer que Gaddafi es simplemente un loco que se mantiene a fuerza de represión. El líder libio representa una ideolo a, elemental si se quiere, basada en el nacionalismo y antiamericanismo, que cuenta con una clientela apreciable en pueblos árabes y africanos víctimas de una injusticia de siglos.

Estados Unidos ha intentado varias veces medidas de fuerza para derrocar a Gaddafi. No sería excesivo afirmar que el líder libio ha salido fortalecido cada vez que la VI Flota ha desplegado su potencial con pretensiones amenazadoras. Hay que recordar, por el contrario, que todos los rumores sobre descontento en las fuerzas armadas libias se han producido en etapas de tranquilidad.

La Administración norteamericana insiste en poner la VI Flota, concebida para la defensa del Mediterráneo, al servicio de misiones que parecen responder exclusivamente a los puntos de vista de Estados Unidos. Washington dice que el mundo no puede quedarse con los brazos cruzados ante el terrorismo, y tiene razón. Pero Europa tampoco está con los brazos cruzados. Francia y la RFA han expulsado a diplomáticos libios. España ha llamado a consultas a su embajador en Trípolí. Son medidas menores, pero simbólicas, y hay, por parte de todos, voluntad aparente de llegar más lejos. El ministro de Asuntos Exteriores de la RFA, Hans-Dietrich Genscher, ha pedido una política concertada entre Europa y los países árabes contra el terrorismo. Cabría preguntarse si el presidente Reagan elevaría la tensión a la misma altura si el hipotético escenario de conflicto estuviera a la misma distancia de las costas de Nueva Inglaterra que la que separa el litoral libio del levante español o el mezzogiorno Italiano.

Pero el Gobierno español se encuentra además ánte problemas específicos. Las amenazas de Gaddafi adquieren un coeficiente particular por la existencia de bases militares norteamericanas sobre nuestro territorio. Varias unidades de la fuerza expedicionaria naval norteamericana se han desparramado por los puertos de nuestro litoral para descanso de las tripulaciones y avituallamiento de navíos. Cabe preguntarse también si esos buques llevaban a bordo armamento nuclear o no durante sus estadías en nuestras aguas jurisdiccionales. Todas estas circunstancias generan un riesgo añadido para la seguridad de nuestro país y son extremos a consíderar, máxime si se tiene en cuenta la política de seguridad apnobada en el pasado referéndum, que incluye la reducción de fuerzas norteamericanas en España y la garantía de que nuestro país no albergará material nuclear. Todas estas cuestiones y la situación creada en el Mediterráneo merecen algo más que una nota de la Oficina de Información Diplomática o una comparecencia del ministro de Asuntos Exteriores en las pantallas de la televisión oficial.

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