Un fracaso de Reagan
LA VOTACIÓN en el Congreso de EE UU sobre la ayuda a la contra representa un serio fracaso para Ronald Reagan, sobre todo porque éste se había comprometido mucho personalmente para lograr los 100 millones de dólares que había pedido para la guerra sucia contra el Gobierno de Managua. Había dramatizado la cuestión al máximo, hablando de amenazas a la frontera sur de EE UU, pensando que una reacción popular presionaría sobre los congresistas vacilantes. "Llega ahora la prueba decisiva para el Congreso de EE UU", dijo en un discurso televisado. "¿Dará éste la ayuda a los que luchan contra la libertad, a fin de que hagan frente a los tanques y a la aviación rusa, o abandonarán a la resistencia democrática al enemigo comunista?". Hay que reconocer que el pueblo norteamericano -sensible, sin duda, a la cuerda patriótica, que Reagan suele manejar con eficacia- en este caso no se ha dejado influir, y la votación del Congreso refleja que no existe un ambiente popular tan amplio en favor de la política intervencionista.Entre las causas de este fracaso del presidente, la primera es, sin duda, que la contra ha demostrado su incapacidad para convertirse en una fuerza real frente al sandinismo. Como escribe The New York Times, "a los cinco años están más lejos de la victoria que nunca. Más dinero puede financiar más batallas, pero dólares extranjeros no pueden comprar una revolución democrática". Por otra parte, existe el temor de que se repita el proceso que llevó a la guerra de Vietnam: primero, ayuda; luego, consejeros, y más tarde, tropas. En otro terreno, las propias exageraciones del presidente se han vuelto contra él: algunas de sus acusaciones más sensacionales contra los sandinistas han sido desmentidas incluso por organismos oficiales norteamericanos, como en la cuestión de la droga. Por su parte, el Gobierno de Brasil ha protestado por la alusión a una ayuda a inexistentes "guerrillas" en dicho país. Sectores importantes del Congreso y de la opinión pública están convencidos de que hay otro camino -basado en la negociación, en la colaboración con los Gobiernos latinoamericanos para abordar las tensiones en Centroamérica.
Sin embargo, el voto del Congreso del jueves no es, en modo alguno, definitivo. Reagan está resuelto a lograr de una u otra forma, en el Senado y en nuevos debates en el Congreso, la ayuda para la contra. No le impresiona el hecho, muy serio, de que en esta cuestión EE UU se encuentra aislado frente a la actitud definida prácticamente por todos los Gobiernos latinoamericanos, con la excepción de las dictaduras de Paraguay y Chile. Ha sido significativa la declaración del delegado venezolano ante el Consejo de la Organización de Estados Americanos en Washington, mientras el Congreso discutía sobre la ayuda a la contra, recordando el deber de todos los miembros de dicha organización de resolver sus conflictos de modo pacífico, sin recurrir a la fuerza ni directa ni indirectamente. Hablaba en nombre de Argentina, Brasil, Colombia, México, Panamá, Uruguay y Venezuela. Se trataba de una más de las muchas gestiones que han hecho esos ochos países para manifestar su desacuerdo neto con la política de la Administración de Reagan en relación con Nicaragua. Conviene recordar asimismo que la Comunidad Europea ha apoyado las gestiones del Grupo de Contadora encaminadas precisamente a plasmar soluciones pacíficas. Estas gestiones habían llegado a un texto de tratado que estuvo a punto de ser firmado y que preveía sistemas internacionales de control sobre fronteras, presencia de militares extranjeros, niveles de armamentos. Y se abrían asimismo posibilidades serias de avanzar hacia una reconciliación nacional. Los trabajos de Contadora se hallan hoy interrumpidos como consecuencia, sobre todo, de la política de Reagan. Además, esta política contradice y priva de razón los esfuerzos, tanto latinoamericanos como europeos, por convencer a los sandinistas de que deben realizar cambios, garantizar el pluralismo político y dar un espacio a las fuerzas de oposición. En la actual situación de América Latina, esa política de Reagan es un error gravísimo. Mañana puede convertirse en una catástrofe. La política de intervención militar indirecta tiene solamente dos desembocaduras: o la guerra total o empujar al sandinismo a la máxima dureza revolucionaria y militarista. En una victoria de la contra no cree absolutamente nadie.
En los recientes debates del Congreso de Washington se ha manifestado una tendencia preocupante: el retorno a un maniqueísmo que recuerda la triste etapa de la caza de brujas del senador McCarthy. Según The New York Times, se extiende el temor en el Congreso de que las exageraciones de Reagan preparen "una campaña sucia en noviembre", en la que quienes hayan expresado reservas ante sus propuestas puedan ser acusados de ayudar al comunismo. Un proceso de este género tendría consecuencias graves no solamente en el plano interior. Precisamente lo que suscita admiración en el mundo es la capacidad de la democracia norteamericana de promover un debate libre, de permitir que la opinión pública, la Prensa, el Parlamento puedan oponerse a posiciones que el presidente considera vitales. En otras épocas, el macartismo provocó una degeneración del juego democrático y del pensamiento político que no fue ajena a las decisiones aventureras que empujaron hacia la experiencia dramática de Vietnam. Precisamente lo que hoy EE UU necesita evitar.
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