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FESTIVAL DE BERLÍN

El certamen cruzó su ecuador bajo el signo de la mediocridad

Una sencilla historia de amor canadiense, Anne Trister, y un tremendo melodramón japonés, Gonza el lancero, fueron la anémica noticia oficial de la jornada de ayer. El certamen cruzó así su ecuador bajo un signo pesimista y apático, mientras en el hormigueo de los innumerables despachos de ventas del gran mercado del filme se trafica a destajo con el vacío. El resumen de esta primera mitad del festival es pobre: hay aquí algo de cine interesante, pero tan escaso como el sudor, y cercado por la abrumadora abundancia de oro y de insignificancia.Anne Trister, de la directora canadiense Léa Pool, es una bonita historia de amor entre dos mujeres, que llama la atención, más que por sus calidades intrínsecas, que no obstante las tiene, por su oportuno valor polémico frente al engendro que sobre el mismo asunto ofreció hace unos días la directora italiana Liliana Cavan¡, y del que ya hablamos en estas crónicas.

El bonito guión de Anne Trister está realizado con falta de experiencia por su directora, a la que le queda bastante por aprender en su oficio. Hay escenas de dúo conmovedoras, un elegante planteamiento del asunto amoroso y una resolución visual de éste algo pobretona, como si los vastos espacios abiertos canadienses se hubieran arrugado en acoquinadas distancias andorranas. No obstante, y pese a su madurez estilística, hay verdadero cine dentro de esta película.

Gonza el lancero es un desatado melodramón japonés de Mashairo Shinoda, director que, al contrario que la cineasta de Canadá, conoce a la perfección las marrullerías de su oficio, pero que con ellas compone un tremebundo asunto de adulterios y degollinas en el Japón del siglo XVI, con imágenes sin aliento y con un juego de actores carente de soltura, de energía y, lo que es, peor, de sinceridad. La fábula recuerda a la de Los amantes crucificados, aquel prodigio del genio de Kenji Mizoguchi, pero debemos reconocer que esta comparación es tan malvada como recordar el sabor del caviar a quien se está comiendo un bocadillo de bacalao en salmuera.

Babel

En días fríos y apáticos como el de ayer -en los que el aire se envenena con una tristeza completamente alemana-, la salsa del festival berlinés está en los innumerables y opulentos despachos de ventas de películas, los flemáticos, pero desquiciados almacenes, o más bien saldos, de la Babel cinematográfica mundial. Se trata de una especie de rastro sin bulla, sin cordialidad y sin polvo, donde gentes encorbatadas y con ínfulas de aviesos espías se deslizan sobre el sigilo de moquetas tan grandes como praderas, comprando y vendiendo latas llenas de celuloide, que no de cine.Éste, mientras tanto, discurre aquí por otros cauces de otros ríos: por los meandros del Panorama, de la Retrospectiva, del Fórum, de los destellos del Certamen, donde el cine se añora o se vive, pero no se contrata muerto.

Babelia

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