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Tribuna:PUNTO FINAL A UNA OBRA EN VARIOS IDIOMAS
Tribuna
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La vida como enseñanza

A poco más de dos semanas de la muerte de Pablo Serrano, se nos ha ido otro hombre igual que él, tan insigne como entero y verdadero. Personalmente yo le conocí tarde, bien entrados los años cincuenta, y desde el primer instante aprecié a la persona de una vez que era, al hombre con quien, incondicionalmente, se podía contar, al enemigo de las componendas, del estar a bien con todos, de las conciliaciones y los eclecticismos.Cuando, en 1965, ocurrió mi suspensión y subsiguiente separación de la cátedra, Antonio Tovar acababa de venir trasladado a la universidad de Madrid. Con suma discreción, pues era incapaz de aprovechar oportunidades para protagonizar cambios de postura, pero también con total firmeza, sin asomo de duda, pidió la excedencia del recién conseguido traslado y, desde entonces, nunca más volvió a enseñar oficialmente en España. Pronto nos reencontramos en Estados Unidos y reiteradas veces estuvimos juntos, en la universidad de Illinois, en Indiana, donde él enseñó hasta aceptar la cátedra de la universidad de Tubinga Meses después de aquella decisión suya, y no por mediación fámiliar, su hijo mayor y la mayor de mis hijas se conocieron y, en agosto de 1969, se casaron, con lo que nuestra amistad se reafir mó en parentesco.

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Era un sabio, sí, con toda suerte de honores académicos. Tras la filología clásica y las lenguas in doeuropeas, se distinguió, con renombre internacional en la investigación de las lenguas preromanas de la península Ibérica, particularmente en la vascología, y asimismo en las lenguas de Indoamérica del Sur. Pero su cultura era interdisciplinar y trasdisciplinar, y así, en el ámbito filosófico, son muy importantes sus libros sobre Sócrates y Platón.

Era, a más de sabio, un gran intelectual en la acepción técnico-política de la palabra, a la que yo tanto atiendo: un hombre, por carácter, quizá congénito, pero sobre todo personalmente labrado, muy directo y, a la vez, muy crítico; crítico, para empezar, consigo mismo y con su propio pasado; intransigente, incómodo cuando hay que serlo; compro metido también, plenamente, en las causas que, a su juicio, lo merecían.

Aunque oficialmente ya dije arriba que no volvió a enseñar en España, su vida entera fue una enseñanza y siguió enseñándonos a todos. Gran profesor, más amigo de sembrar saberes en seminarios que de conferenciar para grandes auditorios. Siempre estaba dispuesto a enseñar, sencilla y eficazmente, a todos, a nuestros nietos, por supuesto, a los discípulos, a los grandes y a los chicos, a quien quiera que se acercara a él con ánimo de aprender. Cuando, no hace mucho, se dedicó en la revista Enrahonar, del departamento de Filosofía de la universidad Autónoma de Barcelona, un homenaje a otro filósofo y amigo fallecido, el catalán Pep Calsamiglia, yo escribí de él que vivía la filosofia.

Vivir la enseñanza

Análogamente debe decirse de Antonio Tovar que vivía la enseñanza, que su doble vocación era la de la enseñanza y la investiga ción; quiero decir que, a mi juicio él aprendía en la investigación y en seguida enseñaba lo investiga do, graduando, según los oyentes, su varia lección. No todos somos iguales. Y si, comparándome con Calsamiglia, yo confesé que no fui capaz de aquella su fusión de filosofía y vida, paralelamente debo agregar aquí que mi verdadera investigación ha consistido, sobre todo, en aprender de los demás y, en especial, de los jóvenes, que tampoco llegué a esa fusión de enseñanza y vida, encarnada, a mi parecer, en Antonio Tovar. Tanto que, en sus desvaríos, paradójicamente lúcidos, de los últimos días ensayaba seminarios con las enfermeras del Hospital Clínico, que, con solicitud ejemplar, le han cuidado. Una de esas noches pareció morir, pero, pasajeramente, se recuperó, y entonces, vocacional enseñante, expresó el deseo de poder exponernos la experiencia, única, de haber traspasado la frontera de la vida... y haber vuelto a ella. Pero, por desgracia, tan precariamente vuelto a ella que se llevó para siempre consigo su última lección.

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