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Tribuna:EL DEBATE SOBRE LA 'GUERRA SUCIA' EN ARGENTINA
Tribuna
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Un cambio radical

Juan Gelman, cuando era chico, jugaba y a veces era vigilante y a veces ladrón. Ahora, Juan Gelman se dedica a la interpretación sociopolítica y descubre la pólvora: los argentinos seguimos comportándonos como argentinos. No somos japoneses ni practicamos la ceremonia del té ni nos hacemos el harakiri después de perder el honor. ¿Será eso de lamentar? ¿Será de lamentar que tampoco seamos congoleños, o lapones, o polacos, y nos sigamos comportando de acuerdo a nuestros genes, nuestra herencia cultural y el camino que vamos haciendo al andar?Juan Gelman se indigna por un hecho: un militar que al parecer encubrió un acto de terrorismo de Estado es ahora juez de instrucción en la misma causa. Y por ese hecho, repudiable, aberrante, que también me indigna a mí y que debe ser juzgado por la justicia en caso de que haya pruebas (y yo le ruego a Juan Gelman que las presente si las tiene), extrapola esta conclusión: los argentinos no respetamos las reglas de juego infantiles y mezclamos los roles, siendo simultáneamente vigilantes y ladrones, un razonamiento que a todas luces no se atiene a una lógica mínima, porque el encubridor pudo llegar a convertirse en juez de la causa debido a que algo cambió: cuando el oficial susodicho ayudaba a secuestrar y a desaparecer (si se me permite un desgraciado nuevo uso del verbo transitivo que hemos acuñado los argentinos), no había posibilidad de iniciar ninguna causa por hechos imputables al terrorismo de Estado.

Además de tan desgraciado verbo, los argentinos hemos inaugurado una forma de comportamiento cívico, nueva en el país, en Latinoamérica y yo me atrevería a decir en el mundo actual: el que un Gobierno civil, sin el apoyo de las armas ni de las finanzas internacionales, ni de la Iglesia ni del periodismo vernáculo, y con una oposición a veces salvaje y deshonesta, juzgue a tres Gobiernos militares de acuerdo a las normas del Derecho Civil.

Un cambio radical

En lugar de reconocer este hecho como un esfuerzo revolucionario que puede dar origen (y, en mi modesta opinión, ya lo ha hecho) a un cambio radical en el comportamiento ciudadano (y digo radical en toda la acepción de la palabra), Juan Gelman ahonda su amargura al señalar que los argentinos soportamos e incluso apoyamos Gobiernos que desconocieron hasta la vesania los derechos humanos, en complicidad con la patria financiera, y envía su tácito mensaje discepoliano: el mundo es y será una porquería. Sólo que el mundo en este caso es nuestro país, el único que tenemos.

Y lo señala con brocha gorda, cargando culpas en especial sobre los hombres de una ciudadanía que eligió un Gobierno que ha sido el único -hasta ahora- que intenta dicho cambio radical. Con brocha gorda y con beneficio de inventario (¿beneficio para quién?) y muchas lagunas porque en su basta ejemplificación olvida todas las décadas anteriores que propiciaron la irrupción de una ideología violenta que pretendía el cambio repentino de nuestra sociedad con consignas importadas, mientras olvida a quienes también olvidaron los derechos humanos al enarbolar banderas terroristas que prometían la utopía a corto plazo. ¿Por qué olvidará Gelman estos hechos? No será por desconocimiento.

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También olvida que todos los ascensos de jueces, militares y diplomáticos fueron negociados uno a uno y en saádicas pulseadas en la comisión específica del Senado (así llamadas por ser presididas por el senador Saadi, en la máxima dirigencia peronista hasta las últimas elecciones del 3 de noviembre, que, con un claro pronunciamiento antiautoritario, lo borraron del mapa del caciquismo criollo).

¿También se quejará de esta evolución cívica Juan Gelman? ¿La supondrá una maniobra táctica o una moda? ¿No concederá que los pueblos a veces aprenden, como a veces aprenden los adolescentes mal criados e incluso los jóvenes psicópatas cuando la dura realidad los obliga a abrir los ojos para, no seguir golpeándose en las llagas?

Cavar cimientos

Ante los terremotos, las erupciones volcánicas, las inundaciones, la deuda externa y la falta de cultura ciudadana que asola nuestro joven continente, uno puede llorar, patalear, insultar a Dios o a su madre, pegarle al prójimo o pegarse un tiro. También puede, con humildad y paciencia, cavar cimientos para que las construcciones humanas, las materiales y de las otras, entre ellas el Estado de Derecho, sean más estables. Eso es lo que está haciendo Raúl Alfonsín, y muchos millones de ciudadanos detrás y junto a él, sin renunciar a la revisión crítica y al castigo de los culpables.

¿Tendrá capacidad Juan Gelman para conceder el beneficio de la duda que significa abrir un camino a la esperanza para ser un poco mejores sin renunciar a ser argentinos? Juan Gelman lamenta que en nuestro país no se produzca una mutación genética repentina, algo que nos convierta en... ¿en qué?

¿Qué modelo le gustaría? Sospecho que no el británico, con todas las virtudes que tiene para consumo at home. ¿Acaso el español, con su guerra civil y sus 40 años de dictadura franquista? ¿Acaso el suizo? ¿El africano? ¿El nicaragüense? ¿El portugués?

Juan Gelman, que se duele de la esquizofrenia de la mayoría argentina, ya no debe de jugar al vigilante-ladrón, pero sigue añorando el país de las hadas y las varitas mágicas, que operaban milagros entre cenicientas, príncipes y brujas; es decir, en un mundo no humano.

Yo le aconsejo a Juan Gelman que siga dedicándose a la poesía, que lo hace muy bien. Para ello no necesita de razonamientos lógicos ni de datos de la sociología, la historia o la política: puede escribir páginas inspiradas con el solo dominio del lenguaje y de la imaginación.

Martha Mercader es novelista argentina -Juanamanuela Muchamujer (Planeta), Belisario en son de guerra (Planeta)- y directora del Colegio Mayor Argentino Nuestra Señora de Luján.

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