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Festival de Cine Iberoamericano de Huelva

Trampolín cinematográfico o espejismo

ENVIADO ESPECIALEl Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, cuya undécima edición se ha clausurado recientemente, al margen de la calidad de los títulos -no todo depende del acierto con que se ha seleccionado la oferta, sino, y en gran medida, de los méritos de la producción del año-, choca con una serie de problemas que debería resolver si no quiere que se cuestione el interés informativo de su propuesta y el pequeño prestigio que se ha labrado en una década.

Lo primero sería mejorar la calidad de las proyecciones y la comodidad y limpieza de las salas, mucho más tercermundistas que las imágenes que desfilan por la pantalla; segundo, habría que dotarse de una infraestructura informativa adecuada para un certamen que se quiere internacional y habla del acercamiento entre continentes; tercero, no repetir el error de renunciar a tener una película española en competición, pues de ello se derivan importantes beneficios en lo que a popularidad se refiere; cuarto, no organizar sesiones de homenaje a un cineasta si no se tiene la seguridad de poderlas arropar con la presencia del homenajeado, pues, de lo contrario, lo que se logra es la atonía y desinterés que ha acompañado este año la retrospectiva de Nelson Pereira dos Santos; quinto, fijarse unos objetivos de difusión comercial a corto y medio plazo, objetivos claros e irrenunciables que eviten la penosa impresión que produce el repaso de 10 años de palmarés escaso en películas estrenadas, ya sea en salas o a través de televisión.

Un festival debe publicitar adecuadamente sus mejores películas, ser trampolín para su difusión, pues de lo contrario se transforma en un espejismo -poco confortable, además- para unos cuantos especialistas.

Uno de los trabajos más interesantes vistos en el festival ha sido Tangos, el exilio de Gardel, película franco-argentina de Fernando Solanas. De su brillantez e interés ya dimos cuenta cuando se presentó en la Mostra veneciana, donde logró el Gran Premio Especial del Jurado.

Crónica del exilio argentino

Ahora sólo cabe constatar lo paradójico que resulta ver que esta crónica del exilio y la nostalgia argentina, tratada en clave de comedia, drama o musical según conviene, sea la cuarta coproducción entre Latinoamérica y un país europeo incluida en el programa onubense y ninguna de las cuatro es con España. Otro síntoma de la nula trascendencia del festival para la industria española.La película chilena Hechos consumados, la peruana Gregotio y la argentina El rigor del destino (galardonada con el Colón de Oro) son tres intentos de acercamiento a la realidad e historia reciente de tres países, pero la primera naufraga en sus ínfimas condiciones de producción y nula capacidad para trascender la obviedad de sus símbolos, mientras la segunda se empeña en un cursi empeño de poetización de la infancia y la pobreza hasta derivar en una suerte de película de Joselito con intenciones de izquierdas.

El caso de El rigor del destino es distinto. Su director, Gerardo Vallejo, sabe hacer cine y lo demuestra en varias secuencias, pero la película se deja atrapar en el cepo del sentimentalismo patriotero. Es así como fracasa este bienintencionado relato del reencuentro entre un abuelo y su nieto, entre la Argentina popular, pobre y vitalista y la nueva Argentina, que quiere saber lo ocurrido durante el paréntesis militar.

La demagogia populista, nátificadora de la sabiduría de los humildes, impregna todo el filme y estropea los buenos oficios técnicos del director, demasiado apegado aún a su propia y dramática peripecia popular.

Fuera de competición se ha presentado Mala racha, de José Luis Cuerda, una producción de TVE negrísima, con tal acumulación de miserias y desastres que parece suave calificarla de tremendista. La primera parte muestra el submundo que rodea a un boxeador veterano que va ole derrota en derrota. Es un infierno solanesco poblado por seres deformes o abocados al fracaso más colosal. Luego el filme deriva hacia el relato fantástico -no en el tono, sino en el arguimento- y se convierte en una versión miserabilista de El conde Zaroff en la que los combates de boxeo son, literalmente, combates a muerte destinados a satisfacer un club de apuestas privado.

Sancho Gracia y Eufemia Román en los papeles protagonistas están espléndidos y también debe elogiarse el trabajo de Cuerda, aunque no consiga ensamblar satisfactoriamente las dos partes del filme y la segunda pierda poder de convicción.

Pero aparte de la estima que merezca la labor de todos los profesionales que intervienen en Mala racha, interesa dejar constancia de la misteriosa línea seguida por TVE para este tipo de producciones, que alterna las académicas adaptaciones literarias con trabajos insólitos e inclasificables, sólo adecuados para ser emitidos en horas de escasa y bien dispuesta audiencia, capaz de aceptar propuestas como la de Cuerda, que conectan con esa temible tendencia del cine español más culto e inteligente, abocado a repetir una y otra vez una imagen del país que entronca con ese tópico tremendista que niega la posibilidad de una sociedad moderna y sólo encuentra inspiración en tramas depresivas.

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