La leyenda de Gorbachov
Cuando Mijail Gorbachov fue elegido para el puesto de primer secretario del Partido Comunista de la URSS, la prensa liberal, la izquierdista y eventualmente también la conservadora saludaron el acontecimiento como la victoria de una pretendida "ala reformista" en la cima del liderazgo soviético. En otros tiempos los reyes tenían que ser buenos, bravos o conquistadores para llevar el oportuno adjetivo unido al nombre. Gorbachov, más afortunado, no necesitó en absoluto llevar a cabo omniabarcantes reformas ni prometer cambios arrolladores para que se le confiriera la imagen de El Reformador. La leyenda de Gorbachoy en la Prensa occidental no está sostenida por la más mínima prueba ni tampoco está basada en un sólido conocimiento de la estructura y el modus operandi de la sociedad soviética. Por su parte, la Prensa soviética, verdaderamente experta en la creación de mitos alrededor del primer hombre, no confirma la imagen de El Reformador. Es bastante cautelosa y pone el acento en el más conservador de todos los principios: la continuidad (no mencionemos el hecho de que, ciertamente, estarían justificadas algunas dudas, aunque los periodistas soviéticos se lanzasen al por mayor a la fabricación del mito de El Reformador). Y sin embargo algunos analistas familiarizados con la forma de operar del sistema soviético hasta el más mínimo detalle, y que cuentan asombrosas historias fiables y ciertas sobre los modos como los líderes de ese sistema realizan sus valoraciones políticas, toman sus decisiones y llevan a cabo sus acciones -como ciertamente hizo, por ejemplo, Zdenek Mlynar, sobre todo en su excelente Night frost in Prague-, contribuyen a la febril actividad de elaborar la imagen de El Reformador fuera del sistema soviético. Porque la leyenda de Gorbachov es un producto occidental, sobre -todo europeo-occidental. Y siendo éste el caso, las razones para el surgimiento de esta leyenda no pueden buscarse en la Unión Soviética, sino en Occidente, y sobre todo en la Europa occidental. La imagen sintética de Gorbachov el Reformador se origina por una creencia fundada en los deseos más que en los hechos, que por su parte expresa una profunda necesidad. ¿Cuál es entonces la necesidad que hay detrás de este particular renuevo de una creencia basada en los deseos?La leyenda de Gorbachov comparte el rasgo común de todas las clases de creencias basadas en deseos, en cuanto que sus autores interpretan todos y cada uno de los fenómenos como un indicio factual de cumplimiento de un deseo. En esta disposición de ánimo, Gorbachov aparece como reformista porque es joven, porque lee inglés (como también lo leía otro reformador anterior a él, Andropov), porque rápida y dulcemente efectuó una redistribución de los puestos del liderazgo entre las mismas personas (redistribución sobre cuyo carácter reformista o no reformista sencillamente no hay ninguna noticia), porque tuvo éxito en zafarse de sus rivales, un éxito real, aunque no necesariamente la señal del reformador social. En el actual panorama que presenta la Prensa sobre la creencia basada en deseos, el papel del conservador, del halcón, se adjudica a Romanov por la elementalmente simple razón de que ha perdido, quedándose al margen. No podemos tener la más ligera duda: si Romanov hubiera obtenido el disputado liderazgo, tendríamos ahora la leyenda de Romanov el Reformador, y a Gorbachov se le adjudicaría el papel del conservador, del halcón. Gorbachov promete la modernización, se lanza a la promoción de la "eficiencia incrementada" y de "una disciplina más rígida", -¿acaso todo esto es una muestra clara como el cristal de celo reformista?- Uno puede, por supuesto, preguptarse con un cierto grado de escepticismo si hay, o en realidad puede haber, un nuevo primer hombre que prometa algo menos que la "eficiencia incrementada" o "una disciplina más rígida", o que, al introducir la era soviética de la prohibición, prometa más beneficios que los que prometió su predecesor estadounidense. No obstante, las preguntas escépticas nunca pueden vencer a una determinada creencia basada en los deseos.
No voy a entrar en especulaciones sobre el futuro. No quiero predecir con certeza, porque no lo sé, si se producirán o no ciertas reformas bajo el mando de Gorbachov. Lo único que sí sé es que la precondición absoluta, que ahora ha desaparecido por completo de la escena soviética, de una reforma genuina es una cumplida crítica estructural del pasado, y no en la forma de vagas referencias en nebulosos documentos del partido, sino en un debate público. Sobre la base de un análisis estructural de las sociedades soviéticas, que repetidamente he llevado a cabo en todas partes, yo creo que no sucederá nada, al menos nada de importancia social. Sin embargo, esto es una cuestión totalmente irrelevante en este contexto. Lo que es necesario analizar es el extraño y visible hecho de que sin ninguna reforma en ejecución que merezca este nombre, incluso sin una promesa explícita de reformas genuinas que, por supuesto, dada la historia soviética del pasado, justificarían una actitud decididamente cautelosa, en lugar de una actitud exuberante, la Prensa occidental se haya inundado con la completamente acabada imagen de Gorbachov el Reformista.
Las creencias basadas en los deseos siempre tienen una implicación mágica profundamente arraigada. Incluso el menos supersticioso de nosotros, una vez embarcado en el curso de una creencia de ese tipo, está convencido de que si deseamos fuertemente que algo no exista, ese algo se desvanecerá; o, de forma alternativa, si igualmente deseamos con todas nuestras fuerzas que algo exista, ese algo se materializará. En realidad, a veces lo mágico funciona. Si un consenso o un casi consenso confiere a una persona una imagen sin razón alguna, fuere la que fuere, la mera presencia de la imagen puede hacer que la persona en cuestión viva con arreglo a esa imagen. Los creadores del mito de Gorbachov el Reformador se arriesgan precisamente en esta clase de operación mágica. A veces parecen darse perfecta cuenta de que su leyenda o mito es justamente eso: una ficción; sin embargo, legitiman su fe en el poder de la magia. Si todo el mundo -parecen creer- se va a ocupar de difundir la imagen de Gorbachov el Reformador, Gorbachov no puede finalmente sino actuar de acuerdo con las expectativas y convertirse en lo que se supone que es, en un reformador.
El único lunar de estas expectativas mágicas es que ninguna imagen inventada en Occidente puede ejercer la más mínima influencia sobre un actor político cuyas decisiones no se toman en el contexto occidental. Pero algo más puede suceder, y ciertamente sucederá, si la leyenda conserva su fuerza. El líder soviético puede utilizar la imagen de Gorbachov el Reformador con propósitos manipuladores. Sin llevar a cabo ningún tipo de reforma, los políticos soviéticos pueden ejercer una presión sobre la opinión pública occidental, en particular sobre la Prensa, para que se tomen en serio los pronósticos y las expectativas occidentales y se reconozca que ya se han realizado arrolladoras reformas, y que la fisonomía de las sociedad soviética ha cambiado para mejor. Pueden seguir manteniendo en prisión, campos y manicomios a activistas y disidentes civiles, incluso en gran número, y pretender haber llegado a respetar los derechos humanos, o enviar trabajadores absentistas a campos de trabajo y pretender que han racionalizado la economía. De igual modo pueden elevar el precio de los géneros que escasean, hacer a los pobres incluso más pobres y pretender haber superado la escasez mediante la modernización. La leyenda de Gorbachov tiene ciertamente una función no ficticia: puede tranquilizar y reforzar la dolosa negligencia de los ciudadanos del mundo occidental respecto a los sufrimientos de los ciudadanos del mundo soviético. Y esta afirmación no es predictiva. El reforzamiento de la negligencia dolosa va viento en popa tras el rastro del mito de Gorbachov el Reformador.
La leyenda de Gorbachov se originó porque un número considerable de europeos occidentales desea creer que la Unión Soviética "no es tan mala como se supone que es". La cuestión real que está detrás de la leyenda es, pues, la del armamento nuclear. Los europeos se sienten verdaderamente amenazados por la perspectiva, aunque sea remota, de una guerra nuclear. Están y se sienten amenazados por la potencia nuclear soviética, pero saben -precisamente porque todas las reformas han fracasado en la sociedad soviética cuando todavía no eran más que proyectos- que desde Occidente no hay ninguna manera de influir en el poder soviético. Y dado que en la carrera de armamentos existen dos partes -una que no puede verse influida por la opinión pública y otra, Estados Unidos, que al menos en principio sí puede serlo-, toda la presión se ejerce sobre la parte estadounidense. Como resultado de ello, en la última década ha
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llegado a extenderse en la opinión pública europea occidental, y no sólo en la de izquierdas, un tipo irracional de antinorteamericanismo. Lo que quiero decir con la expresión antinorteamericanismo irracional no equivale a una crítica imparcial de la política exterior de Estados Unidos, para la que existen razones en abundancia. Y tampoco equivale a una crítica imparcial de los pasos positivos dados para llevar a cabo cambios estructurales en el sistema actual de dependencia europea del poderío militar de Estados Unidos. El antinorteamericanismo actual es un sentimiento masivo irracional en tanto que acusa unilateralmente a Estados Unidos de ser responsable de un supuesto incremento de la amenaza nuclear.
Sin embargo, una amenaza como ésta tiene que ser soportada por una transformación imaginaria de la Unión Soviética en una potencia benevolente que está cercada a la defensiva y en una total impotencia. Tal imagen de una Unión Soviética pacífica y benevolente y el conocimiento real del carácter interno del Estado soviético son sencillamente incompatibles. Por ello los "pensadores de deseos", algunos de ellos antiguos, perspicaces y fidedignos cronistas del carácter agresivo del Estado soviético como resultado de su sistema interno de dominación, nos sugieren una vía diferente de pensamiento: si realmente en la agenda de la Unión Soviética figura la época de la reforma, una política exterior benevolente se verá inevitablemente emparejada con una política interna providencial. Resulta bastante claro que nuestra necesidad del mito Gorbachov es incluso anterior a la elección de éste para el puesto de primer secretario.
No hay razón alguna para creer que la Unión Soviética o Estados Unidos deseen o, en consecuencia, desencadenen una guerra nuclear. Las grandes potencias se enfrentan realmente con graves problemas internos, pero no viven en los horrores de la agonía, no se suicidan. Ni si quiera existen razones para creer que la amenaza nuclear haya aumentado en la última década. Más bien lo que existe es una posibilidad bastante real de que las dos superpotencias entren pronto en un proceso de negociaciones, y aun cuando los resultados, según todos los indicios, vayan a ser escasos, el proceso puede incluso disminuir cualquier amenaza de ese tipo. No obstante, todos esos problemas, con toda su importancia, no guardan ninguna relación con la valoración del carácter del Estado soviético. La reducción de armas nucleares, tan beneficiosa internacionalmente, no tiene en absoluto ningún impacto sobre el carácter social de las decisiones internas soviéticas. La Unión Soviética no desencadenará una guerra nuclear (probablemente reduzca su arsenal nuclear), y sin embargo seguirá siendo tan mala como se supone que es. Sólo podemos esperar que esto venga a parar en un consenso incluso entre los más firmes defensores de los movimientos antinucleares. Si esto sucediera, dejaría de existir la necesidad de la imaginaria idea de Gorbachov el Reformador. En todo caso, siempre es preferible mirar a la cara de las realidades amargas que cualquier niñería de creencia basada en los deseos.
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