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Reactivación económica y déficit estructural

La obsolescencia tecnológica y las elevadas expectativas inflacionarias registradas a lo largo de la última década, según afirma el autor de este artículo, han anulado la eficacia de la política keynesiana de reactivación económica, basada en la expansión de la demanda interior, ya que los aumentos de la demanda instrumentados mediante políticas fiscales compensadoras tienden a elevar y consolidar el nivel del déficit público.

Actualmente existe un consenso en el área de la OCDE de que no es posible elevar permanentemente el nivel de actividad sin una reestructuración, a fondo del sistema productivo que se vea acompañada por una reducción significativa de las, expectativas inflacionarias.A este respecto, la experiencia norteamericana parece confirmar que se puede reactivar de forma sostenida una economía mediante una reducción de los impuestos, siempre y cuando se hayan alcanzado previamente niveles bajos de inflación. La única limitación seria consiste en que el crecimiento de las importaciones desequilibra la balanza de pagos, situación que puede ser muy conflictiva en economías abiertas y pequeñas, como la de los países europeos.

La desconfianza hacia las políticas de corte keynesiano arranca de los desajustes suscitados por el fuerte encarecimiento de los factores productivos. El empeoramiento de los desequilibrios básicos y la reestructuración global de las técnicas productivas aceleró la quiebra de las empresas obsoletas, elevándose de ese modo el nivel de paro estructural, lo que a su vez ha contribuido a que el déficit público adquiera un carácter permanente.

Por otra parte, la caída de las inversiones productivas contribuye igualmente a elevar el nivel del déficit estructural, ya que rebaja la capacidad productiva rentable de las empresas y fuerza al alza las subvenciones de explotación, con lo que finalmente se consolidan las pérdidas empresariales en el seno del presupuesto.

Por otra parte, la persistencia del déficit público trae consigo un incremento de los servicios (intereses y amortización) de la deuda pública, de tal modo que llega un momento en el que el crecimiento de los gastos financieros supera ampliamente él aumento de los ingresos impositivos.

A partir de ese momento, la financiación del déficit público, mediante nuevas emisiones de deuda, tiende a desestabilizar a los mercados monetarios, a la vez que contribuye a incrementar el déficit de años sucesivos.

Es en esas circunstancias cuando se produce el desplazamiento de la financiación privada por la pública, situación que puede verse agravada por una subida generalizada de los tipos de interés. En el caso español, esta subida se ha visto compensada mediante el fuerte aumento del coeficiente de inversión obligatoria del sistema crediticio, aunque otra solución hubiera sido el establecer un techo a la rentabilidad del pasivo bancario.

Aumento de la deuda pública

Además, hay que tener en cuenta que la existencia de expectativas inflacionarias acelera el crecimiento en forma de bola de nieve de, la deuda pública. En esas condiciones, la falta de inversiones rentables y el carácter más expansivo de una financiación mediante deuda pública exige nuevas emisiones para drenar los excedentes de liquidez, emisiones que a su vez impulsan hacia arriba los tipos de interés y los servicios de la deuda. De hecho, la existencia de un déficit estructural presiona a favor de una financiacion puramente monetaria que reactivaría la inflación de precios, por lo que finalmente no queda más remedio que contener el crecimiento del gasto público y acrecentar la presión fiscal.

Por eso la actual situación de la economía española aconseja disminuir, en la medida de lo posible, el déficit público, ya que con ello se reducen las tensiones inflacionarias y se mejora la financiación global de la economía.

En estos momentos la recuperación de nuestra economía depende de que sigan creciendo las ventas al exterior, lo que a su vez exige moderación salarial, mayor productividad e innovaciones tecnológicas. De ahí la necesidad de asegurar las aportaciones tecnológicas y de capital exterior.

A este respecto, poco se puede hacer mientras que no se supere el raquitismo de nuestros mercados de capitales y se organicen mejor los procesos de investigación y desarrollo (I+D). La modernización y ampliación de los mercados de valores, junto con la formación de buenos equipos de investigadores, constituyen auténticos escollos, de cuya superación depende en gran medida la salida de la crisis económica. Para ello se requiere imaginación y audacia, cualidades que en otras ocasiones no han faltado, pero que actualmente chocan contra el corporativismo y el excesivo afán de seguridad que prevalece, en nuestro país.

es economista.

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