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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sanguinetti, el símbolo

LA VISITA a España de Julio María Sanguinetti debe ser saludada como el símbolo del reencuentro en la libertad de dos naciones vinculadas por la historia, la lengua y la cultura. El presidente de Uruguay, elegido en las urnas por sus compatriotas tras el sombrío paréntesis abierto por una dictadura militar, ha traído no sólo un mensaje de solidaridad y fraternidad, sino también el angustiado memorial de los países latinoamericanos cuya recuperada democracia se halla amenazada por el dogal de una deuda externa de imposible cumplimiento en los términos estrictos de la letra de los acuerdos. La retórica vacía de la hispanidad sobrevuela los cambios de sistema político y puede ser recitada sin apenas modificaciones ante dictadores repletos de entorchados y ante sobrios mandatarios de la voluntad popular. Sólo cuando el lenguaje desgastado que la diplomacia ha ido acuñando en las oficinas de protocolo sea sustituido por la voluntad de analizar los problemas comunes y de buscar soluciones conjuntas, la expresión "comunidad iberoamericana de naciones" podrá ser rescatada del raído terciopelo de juegos florales en el que hasta ahora ha permanecido instalada.Ante las Cortes Generales, Sanguinetti ha subrayado que el cimiento de la nueva comunidad hispanohablante no es sólo el vínculo de la lengua, sino también la común aspiración a la libertad. El interminable medio siglo traspasado por los exilios de los españoles, primero, y de los uruguayos, después, a uno y otro lado del Atlántico, período durante el cual "no oímos la misma melodía ni conjugamos el mismo verbo", sirvió al menos para que los demócratas de España y de Uruguay perseguidos en su propio país conocieran y apreciaran a la nación que les dio asilo. José Bergamín encontró la amistad de Uruguay en su primer trasterramiento; Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti han podido proseguir su labor creadora en la España democrática. Sanguinetti ha recordado que la transición desde el franquismo hasta la Monarquía parlamentaria fue "fuente constante de inspiración" para los procesos democratiz adores del Cono Sur, "no para remedar, no para copiar, no para hacer la fácil y simplificada traslación de fórmulas, pero sí para recoger su espíritu". El homenaje del presidente de Uruguay a la decisiva contribución de don Juan Carlos al restablecimiento de la democracia -"republicanos de formación, de convicción y de militancia, terminamos siendo no monárquicos, que no lo podemos ser, pero sí realistas en cuanto a reconocer el papel ilustre de la Corona en ese tránsito"- se halla más allá de las fórmulas de cortesía entre jefes de Estado.

Sanguinetti señaló que América Latina, desgarrada por las contradicciones y agobiada por los problemas de la deuda externa, trata, sin embargo, de abrir nuevos senderos y de influir positivamente en los destinos de la humanidad. Las fuerzas equilibradoras capaces de ofrecer alternativas distintas son cada vez más necesarias en el polarizado mundo actual. El presidente uruguayo se pregunta: si Europa tiene esa vocación y si también la tiene América Latina, "¿por qué no hacerlo juntos? ¿Por qué no tratar de ser esa fuerza equilibradora y moderadora?". La experiencia del Grupo de Contadora, respaldada por Uruguay, muestra las posibilidades de esa tercera vía. La creación del Grupo de Cartagena para plantear el problema de la deuda externa latinoamericana constituye una expresión de madurez de los países que intentan resolver juntos ese desafío. La denuncia por Sanguinetti del proteccionismo de las naciones desarrolladas, que cierran sus mercados a los países exportadores de materias primas o deterioran dramáticamente sus relaciones de intercambio, no se limitó a las dimensiones económicas, sino que se proyectó al ámbito político: "Detrás de cada acto proteccionista de una potencia industrial hay una amenaza de las libertades de nuestros pueblos". En 1985, Latinoamérica ha perdido más de 10.000 millones de dólares de exportación, sobre un total de 85.000 millones, de resultas de esas prácticas restrictivas. En definitiva, el enfoque político del problema de la deuda externa remite a los mecanismos de desarrollo de los países de la periferia, a una distribución justa de los recursos y a las posibilidades de estabilidad democrática.

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