Clima de frustración en la apertura de la 'cumbre' africana por la catastrófica situación económica del continente
La 21ª cumbre de jefes de Estado de la Organización para la Unidad Africana (OUA) aclamó ayer a Abdu Diuf, presidente de Senegal, como sucesor de Julius Nyerere, presidente de Tanzania, al frente de la organización. La cumbre, que se desarrollará en la capital etíope hasta el próximo sábado, está rodeada de un clima de frustración y alarma por la catastrófica situación económica del continente.
ENVIADA ESPECIAL
Los líderes africanos aprobarán, probablemente, una declaración de índole moderada en la que se solicitará una conferencia internacional sobre la deuda exterior (170.000 millones de dólares, unos 28 billones de pesetas); se fijarán objetivos para dedicar, de aquí a 1989, el 20% o 25% de sus presupuestos a programas agrícolas, y se esbozará, por primera vez, un principio de autocrítica por las "insuficiencias constatadas a nivel político". En el capítulo político, la cumbre estudia la posibilidad de lanzar un llamamiento, junto con el Movimiento de Países no Alineados, para que se celebre una conferencia mundial contra África del Sur.La elección de Diuf no constituyó ninguna sorpresa, aunque hasta el último momento corrieron rumores de que el líder libio, Muammar el Gaddafi, que ya fue rechazado en 1982, presentaría su candidatura y provocaría un escándalo.
Diuf no es uno de los líderes históricos del continente, como lo es Nyerere, pero está considerado como un hombre moderado y abierto, y cuenta con el respeto de la mayoría de sus colegas. Su trabajo al frente de la OUA será difícil y poco grato. Los líderes africanos han querido, por una vez, dejar de lado sus querellas políticas y concentrarse en los problemas económicos de sus respectivos países, pero aun así ya se han apreciado las primeras diferencias notables.
Los países más pobres, como el antiguo Alto Volta (que ahora se llama Burkina Faso), Malí o Etiopía, hubieran querido que la OUA pidiera la cancelación de su deuda exterior. La negativa de los líderes de Egipto, Nigeria, Costa de Marfil o Senegal, que temen que se les exija una mayor solidaridad, hizo que renunciaran a sus pretensiones.
La declaración que saldrá de Addis Abeba acusará a los países occidentales de penalizar a los Estados más pobres por culpa de su propia crisis económica, pero admitirá que la situación se ha agravado sobre todo por la sequía y por la insuficiencia de los políticos africanos. Los jefes de Estado recuerdan, un poco incómodos, que en 1980 aprobaron un plan de acción (conocido como el plan de Lagos) en el que se comprometían a poner en marcha una serie de medidas de índole económica para mejorar su producción agrícola. Han pasado cinco años, y los resultados son nulos. Ahora retomarán algunos de aquellos principios, brillantemente expuestos y mal cumplidos, pero de forma más realista. Agricultura, transportes y comunicaciones siguen siendo los sectores prioritarios: hay que olvidarse, dicen hoy, de los grandes proyectos industriales o la compra de tecnologías que, en la práctica, no tienen aplicación posible en países tan deteriorados
Con vistas a los organismos internacionales de crédito, que le acosan para el pago de la deuda, la OUA reconoce sus culpas, pero explica, con justeza, que el problema de su deuda se ha agravado por cuestiones que están completamente fuera de su control, como el encarecimiento del dólar o la disminución de sus exportaciones tradicionales.
Conferencia internacional
El mínimo que se puede exigir a los prestamistas es que acepten una conferencia internacional para discutir el rescatamiento de los pagos. "¿Cómo vamos a pagar si la deuda supone que cada africano debe a un banco o país 340 dólares?", se quejaba un portavoz oficial.
Pocos creen en la efectividad de las medidas anunciadas. Por lo pronto, sólo una veintena de jefes de Estado (en lugar de los 49 anunciados) se ha desplazado a Addis Abeba para discutir de economía y del hambre. De nada ha servido que para dar solemnidad al acto acudieran a la capital etíope el secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, y el presidente de la Unesco, Amadu M'Bow. Los líderes de Libia, Gabón o Somalia (en permanente conflicto con Etiopía) han preferido quedarse en sus casas y enviar a sus representantes.
Mayor acuerdo ha despertado el problema de Namibia. Los jefes de Estado estaban dispuestos a no hablar casi de política, pero el nombramiento de un Gobierno interino en el territorio de África del Suroeste ocupado por África del Sur exigía una reacción inmediata. Nyerere se despidió, precisamente, con un discurso en el que acentuó la necesidad de que todos los países no racistas del mundo impongan sanciones económicas efectivas a Pretoria. La propuesta fue aceptada por unanimidad y, por una vez, se evitaron los enfrentamientos. Las discusiones más duras pueden llegar mañana, cuando se trata de elegir al nuevo secretario general.
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