Carta póstuma a un viejo escritor alemán
Ahora, Heinrich Bóll, que andarás por el cielo que más te plazca, situado a la izquierda -se supone- del que en ellos mande, y quejándote -imagino- sin desfallecer de que sus representantes oficiales en esta tierra cobren puntualmente un sagrado porcentaje de impuestos a todos sus fieles creyentes.Ahora, Heinrich Böll, que disfrutarás por fin de la gran paz y del infinito tiempo que tanto echaste de menos en estas latitudes que acabas de dejar; ahora que tu vieja pluma Montblanc -que fue uno de los escasos lujos que te permitiste durante tu estancia en esta vida- reposa sin posible consuelo en tu viejo refugio de Eifel, cerca de tu Colonia natal, mientras tú te ves a tí mismo probando estas plumas de arcángel que sólo viste en las manos de los inmortales, ahora, Heinrich Böll, recibe este pequeño y emocionado homenaje que te dedica uno de tus innombrables traductores.
A otras lenguas
Es probable que mejores lenguas habrán glosado tu inquebrantable pacifismo, que describan aquella paloma blanca que adornaba las puertas de tu casa en Renania, tu cara adusta y triste de alemán bueno, perpetuamente conmovido por lo que tantos compatriotas tuyos olvidaron, tu gigantesca obra, en la que aprendieron y seguirán aprendiendo la verdadera historia de Alemania los que pretenden seriamente llegar a conocerla, tu indiscutida autoridad moral en un país que insiste de manera casi sistemática en eludir los compromisos, tu dignidad de hombre y de escritor que escribió tan solo lo que pensaba y que practicó siempre únicamente lo que escribía, tu vieja chaqueta y tu bronquitis de fumador empedernido.
Yo prefiero darte las gracias por el interés que demostraste siempre por tus compañeros escritores; por los muchos que padecieron y que siguen padeciendo persecución por la justicia y, sobre todo, por la injusticia. Por la atención y la condescendencia que siempre otorgaste a los que vertieron tus inagotables escritos a otros idiomas distintos del tuyo.
Por las anchas palabras de aliento que pronunciaste hace tan solo unos pocos meses, durante la inauguración de la nueva sede del Colegio Europeo de Traductores, en Straelen, un lugar cercano de la frontera de Alemania con Holanda.
Un buen consejo
Prefiero ahora darte las gracias porque tú, que conocías y habías practicado hace ya tiempo nuestro viejo oficio, sabías mejor que nadie que hay algo todavía más frustrante que el hecho de escribir una cuartilla, y es ponerse a la tarea de traducirla.
Y porque en vez de ver, como hacen tantos otros, los toros desde la barrera -por ejemplo, como tiene por costumbre tu compatriota y colega Peter Handke, que se desentiende olímpicamente de todas las versiones a lenguas extranjeras que hacen de sus libros-, o de sefialar con desmesurada modestia -como suele hacer Jorge Luis Borges- "que los traductores mejoran considerablemente mis obras", te limitabas tan solo a dar de cuando en cuando un buen consejo al que se empeñaba en verter tus palabras a otras lenguas.
Gracias, Heinrich Böll, y envíanos de cuando en cuando, desde tus alturas actuales, esa idea feliz que nos ayude a reconciliarnos impenitentemente con nuestro trabajo.
Babelia
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