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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La revolución sandinista cinco años después / 1

Hace poco más de un mes, el autor de este trabajo viajó a Nicaragua y lo que vio le ha impelido a escribir su testimonio sobre la situación actual en el país centroamericano cinco años después de que la revolución sandinista llegara al poder. En esta primera parte concluye que el régimen de Managua tiene un carácter realmente pluralista y que lo seguirá siendo si se logra la paz y la no intervención extranjera en la zona.

En este artículo deseo presentar mis observaciones y reflexiones sobre la situación interna de Nicaragua en la primavera de 1985. Pasé la mayor parte de mis dos semanas en Managua (del 22 de abril al 5 de mayo), pero también hice algunas breves visitas a las ciudades cercanas de León, Masaya, Masatepe y Granada, así como a la ciudad de Bluefields, en la costa atlántica. No visité las zonas de guerra a lo largo de la frontera norte, en parte por la brevedad de mi estancia y las dificultades de transporte, pero también porque mi propósito fundamental, era recoger ideas sobre la vida civil, tanto política como social, cinco años y medio después de julio de 1979, triunfo del movimiento sandinista revolucionario. Doy por supuesto que el lector tiene algún conocimiento de la guerra entre el régimen sandinista y los contras, de las diversas formas de hostilidad de EE UU hacia el régimen, del proceso de búsqueda de paz de Contadora, del papel de los consejeros soviéticos y cubanos y de los recientes esfuerzos del Gobierno sandinista para asegurar un apoyo económico y diplomático, tanto de Europa del Este como del Oeste. En todas mis conversaciones, observaciones, entrevistas preparadas y visitas a instituciones centré mi atención sobre el desarrollo político, los problemas económicos, las cuestiones de salud, educación, rutina diaria, libertad de expresión y juicios personales sobre la experiencia revolucionaria.Hablemos primero de política: Nicaragua está gobernada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), una coalición político-militar interclasista, que desde mediados de 1960 trabajó para derrocar la dictadura de la familia Somoza, y desde julio de 1979 para la creación de una sociedad socialmente democrática, con libertad política, libertad religiosa, economía mixta y una política exterior no alineada.

En términos de ideologías contemporáneas, debe mucho tanto al marxismo como a las corrientes de la izquierda católica vinculadas con la teología de la liberación, y a los ejemplos del obispo Helder Cámara, de Brasil, y al recientemente asesinado arzobispo Romero, de San Salvador. Pero sus principios fundamentales vienen directamente de la trayectoria y el pensamiento del general Augusto César Sandino, interpretados, por Carlos Fonseca, padre intelectual del FSLN, muerto en 1976 durante la lucha armada contra el Gobierno de Somoza, y por importantes dirigentes actuales del Gobierno sandinista, como Sergio Ramírez y Tomás Borge. El general Sandino actuaba sobre la base de tres principios que cumplía firmemente y sin buscar la más mínima recompensa de poder o dinero en el orden personal. Creó un pequeño ejército de campesinos y mineros para defender a la población, en su mayoría analfabeta, de la explotación de los propietarios y de las corporaciones multinacionales. Se comprometió a deponer las armas y a aceptar un Gobierno civil en el momento en que el último marine de EE UU dejara la Nicaragua ocupada, compromiso que cumplió en 1933.

Entonces se dedicó a construir cooperativas agrícolas y mineras, hasta que en febrero de 1934 fue asesinado por orden de Anastasio Somoza, jefe de la Guardia Nacional, que había sido entrenada por EE UU para reemplazar a los marines como .fuerza militar de mantenimiento del orden en Nicaragua. Del ejemplo de Sandino la dirección colectiva del actual FSLN tomó los principios de un ejército popular al servicio de las clases explotadas, una resistencia sin concesiones a la intervención extranjera y la búsqueda de una economía no capitalista que se ajustara a los recursos humanos y geográficos de Nicaragua.

El actual sistema de Gobierno no corresponde ni al modelo soviético de dictadura del partido comunista ni al modelo occidental de democracia parlamentaria. El Frente Sandinista es una organización política mucho más libre, heterogénea y no dogmática de lo *que es cualquier partido comunista. Al mismo tiempo, Nicaragua es un país subdesarrollado, que nunca tuvo la economía variada, la gran clase media y la experiencia de generaciones de autogobierno local que, en todos los casos, precede al desarrollo de la democracia parlamentaria en Europa occidental, Escandinavia y el mundo anglosajón.

Elecciones correctas

Desde julio de 1979 hasta noviembre de 1984 el poder ejecutivo máximo lo ejercía una Junta de Gobierno, presidida por Daniel Ortega, que incluía alrededor de una docena de comandantes, máximo nivel de oficiales del ejército revolucionario. El 4 de noviembre de 1984 la Junta realizó elecciones, cuyo resultado fue que Daniel Ortega se hizo presidente de la República y que una Asamblea Nacional fue elegida con el fin de preparar una nueva Constitución. La corrección de procedimiento de estas elecciones fue atestiguada por numerosos observadores europeos y americanos en todos los lugares del país. Por otra parte, como un dirigente de la oposición me dijo, "las elecciones no se hacen en un día". Leí y escuché varias sustanciales críticas referidas a la violencia y a las amenazas de violencia en los actos electorales de los partidos de oposición.

El período de la campaña fue muy corto y estuvo marcado por censuras esporádicas que podían o no estar justificadas por la seguridad militar. El 22 de abril de este año el principal periódico de la oposición, La Prensa, publicó un análisis estadístico en el que daba fuertes evidencias circunstanciales de que los sandinistas habían inflado el total real de sus votos con unos 400.000 votos fantasmas; pero aun aceptando la crítica con los valores que presenta, todavía queda el hecho de que los sandinistas obtuvieron más del doble de votos (en vez de tres veces y media más) que sus competidores más próximos, los demócratas conservadores. Los dirigentes de la oposición también acusaban de que los sandinistas se habían adjudicado una deshonesta ventaja de último momento bajando la edad para votar de los 18 a los 16 años y autorizando a votar a los soldados por primera vez. Pero me parece difícil que uno apoye la causa de la democracia negando el voto a quienes tienen 16 años (que en un país subdesarrollado ya realizan tareas de adultos) y a los hombres que están cumpliendo el servicio militar.

También es un hecho que los sandinistas perdieron miles de votos potenciales por las acciones de -los contras, que impidieron que muchos votantes fueran a las urnas en las zonas fronterizas. Estos numerosos desafíos, de los cuales todos tienen alguna parte de verdad y ninguno de los cuales puede ser totalmente cuantificado, ha llevado a la crítica muy escuchada de que la oposición no tiene tantos escaños como debiera tener en la Asamblea Nacional; también es cierto que con motivo de la emergencia de guerra la Asamblea todavía no ha comenzado a redactar la nueva Constitución.

Que las elecciones de 1984 sean juzgadas positiva o negativamente, desde un punto de vista democrático, depende del contexto en el cual se las ubique. Si se pretende que después de un siglo y medio de Gobierno no democrático, completamente corrupto, con el poder real en manos de corporaciones extranjeras, de pronto Nicaragua produzca elecciones tan limpias como las de Inglaterra o Escandinavia, por supuesto que el juicio será negativo.

Pero si se ubica la elección en el -contexto del pasado nicaragüense, se destaca, con todas sus imperfecciones, como la primera elección en la cual todo el pueblo de Nicaragua tuvo una opción real respecto a su futuro político. Que el proceso electoral se perfeccione en ocasiones futuras dependerá en buena medida de que las democracias occidentales amplíen su apoyo diplomático y económico o acepten la caracterización de Nicaragua que hace Reagan, que es la de tiranía comunista.

La mejor evidencia sobre la libertad política en Nicaragua no fue para mí el debate sobre las elecciones o sobre la composición de la Asamblea Nacional. Más bien fue la evidencia de la actividad política de cada día. Las críticas que leí en la Prensa y las discusiones que escuché en la radio y en la televisión eran tan variadas, tan pluralistas como cualquiera de las que he encontrado en EE UU o en España.

Todos los juicios negativos sobre la política sandinista, la economía, la política exterior, el tratamiento a los indios miskitos y las violaciones a los derechos humanos que había escuchado fuera de Nicaragua, las escuché también dentro del país. Hablé con dirigentes de los demócratas conservadores, de los socialdemócratas, de los partidos socialista y comunista (ambos se consideran parte de una oposición leal), con varios dirigentes gremiales no sandinistas y con abogados defensores de personas acusadas de actividades contrarrevolucionarias. Ninguno de ellos me pidió el anonimato ni el tratamiento confidencial de sus palabras. Todos ellos hicieron serias críticas de las elecciones, de los tribunales, de las prisiones y de la política económica. Pero ninguno de ellos acusó a los sandinistas de purgas tipo Stalin o Hitler, ninguno les acusó de torturas sistemáticas como las que caracterizaron a los recientes regímenes de Argentina y Uruguay y ninguno de ellos actuó como si esperara violencia o detención por su actual actividad política. Los partidos tienen absoluta libertad de organización y de publicidad. Publican folletos, boletines mensuales o semanales, de tanta variedad como la literatura política de la Europa occidental. Las conversaciones con oficiales del Gobierno y la lectura de los periódicos prosandinistas Barricada y Nuevo Diario con frecuencia reflejaban las mismas críticas que había escuchado de la oposición, si bien las explicaciones respecto a las intenciones del Gobierno eran más benignas. Este tipo de experiencia política diaria es lo que me convenció de que la revolución sandinista tiene un carácter realmente pluralista y de que permanecerá así si el proceso de Contadora finalmente logra la paz y la no intervención en Centroamérica.Gabriel Jackson es historiador.

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