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Tribuna:El difícil encuentro de dos culturas
Tribuna
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La brecha entre EE UU y Latinoamérica

Ariel Dorfman

El semiólogo y crítico Ariel Dorfman intervino el pasado 7 de mayo en la apertura del Diálogo de todas las Américas, en Nueva York, que reunió a escritores e intelectuales de toda América, con la ponencia que se extracta en esta página. Para Dorfman, autor de estudios semiológicos sobre el Pato Donald y El Llanero solitario y de varias novelas, "la brecha entre EE UU y América Latina se sigue abriendo".

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La intervención norteamericana

Aun antes de que comience, a este diálogo lo ronda la distancia. El hecho de que se abra el mismo día en que se inaugura el embargo comercial de Ronald Reagan contra Nicaragua ilustra de qué modo la brecha entre Estados Unidos y América Latina se sigue abriendo. Ese embargo, que busca castigar, aislar, obstaculizar, acentúa con más fuerza por qué reuniones como ésta son cada vez más indispensables. Pero el hecho de que los aquí presentes estemos dedicados a construir puentes mientras que el actual Gobierno norteamericano pareciera empeñarse en quemarlos no quiere decir que no tengamos distancias propias para superar.Solamente si reconocemos esas distancias, y las exploramos, es posible buscar aquello que verdaderamente pudiera unirnos. No se trata, ahora, de definir esas distancias. ( ... )

Son pocos los miembros de mi comunidad que pueden estar presentes hoy. No me refiero solamente a los escritores. Pienso sobre todo en los lectores. O en aquellos que ni a lectores pueden aspirar debido al analfabetismo y la miseria. Están, no obstante adentro de nosotros. Pienso, en este momento, en un estudiante en algún sótano en Santiago, amordazado, escuchando pasos que se acercan. Pienso en otro perro que huele otro cuerpo en otra zanja de El Salvador. Pienso en una madre en Argentina que saca la foto de su hijo desaparecido y lo mira y sólo la guarda cuando suena el teléfono y por cierto que no es él, ya nunca más será él. Pienso en la mujer de un minero en Bolivia, que una vez más deberá pedir fiado. ¡Cuántas mujeres no estarán pidiendo fiado en América en este momento! ( ... )

Los escritores, los artistas, los intelectuales de América Latina no pueden fingir que esas personas no importan. No podemos separar nuestro derecho a, expresamos de su derecho a la vida. Cuando a la vasta mayoría se le niega una existencia decente, limitando el control sobre sus propios cuerpos, y por ende el control sobre cómo se les permíte recordar el pasado y proyectar su futuro, nosotros no vamos a iniciar un embargo contra ellos, no vamos a rehusar el contacto, no vamos a cerrar nuestras fronteras. Es casi inevitable convertirse, en esas circunstancias, en testigos.

Los privilegiados

Los que nos hemos juntado aquí hoy somos privilegiados. No solamente porque casi todos, de una u otra manera, somos sobrevivientes, sino porque disponemos de una voz. Los tiempos están difíciles para los escritores en América Latina. Pero están peores para los lectores. Están difíciles para aquellos que tenemos el regalo de una voz y están imposibles para aquellos que no tienen voz alguna. Poseemos, a lo menos, este consuelo triste, que afortunadamente no necesitan nuestros, colegas norteamericanos: si nos silencian y nos persiguen, si sufrimos exilio y cárcel y censura en tantos lugares de Latinoamérica, se debe a que aquellos que detentan el poder tienen miedo de nuestras palabras. Tenemos pruebas en nuestros cuerpos de que esas palabras sí llegan a otros seres humanos, sí crecen en su interior. Pero esta prueba paradójica también nos separa de los norteamericanos. Puesto que nuestra vida está determinada por el hecho de que en alguna parte, siempre cerca, hay un hombre que nos aguarda. Si llegáramos a caer en sus manos, avanzaría sobre nosotros, avanzaría encapuchado para que no lo pudiéramos reconocer. Es posible que esté sonriendo debajo de esa capucha.

Relación desequilibrada

La existencia de ese hombre, la represión que él encama, significa que nuestra relación con los escritores norteamericanos parte por ser, quizá inevitablemente, desequilibrada. Venimos con necesidades impostergables. Necesitamos firmas, necesitamos telegramas, necesitamos cuidar a las víctimas.( ... ) Necesitamos romper la barrera de la indiferencia, la barrera de la ignorancia erudita y arrogante, la barrera de "¿llame mañana, ya?", "¿vuelva otro día, qué le parece?", la barrera que dice que no hay espacio para ese tipo de problema. Necesitamos romper la barrera del silencio en EE UU. ( ... )

¡Hay tanto que podemos aprender los unos de los otros! El Gobierno de ustedes, sus banqueros, sus industriales, sus coroneles han sacado bastante provecho de su relación con nuestro continente. ¿Por qué no podemos hacer nosotros algo similar? Ustedes han estado presentes, después de todo, a lo largo de toda nuestra historia. Han estado presentes sus agregados militares, pero también Walt Whitman ha estado presente. ( ... )

Tenemos una historia común que explorar y exorcizar. Es cierto que la compartimos de una manera diferente. En mis cinco años de exilio en Estados Unidos me ha fascinado el modo en que los norteamericanos olvidan su pasado, lo cubren, lo reinterpretan para deshacerse de sus pesadillas, lo convierten en un aviso comercial para el presente. Pero como en nuestros países solemos no controlar nuestro presente, ni que hablar de nuestros avisos comerciales, no debería ser sorprendente que estemos obsesionados con el rescate de nuestro pasado. Si no lo hiciéramos y quién sabe si no se origina en esto nuestro modo supuestamente emocional de ser y de estructurar el idioma- nos podríamos quedar sin futuro. Y ese pasado, ese presente, aquel futuro están fusionados con los de ustedes. Somos y hemos sido el campo suyo de experimentación. ( ... ) Muchas de las políticas internas que Reagan practica se probaron por primera vez en el conejillo de Indias de Chile, mi país. En la medida en que vaya creciendo la crisis de su sociedad, en la medida en que en tantos sentidos ustedes comiencen a parecerse a nosotros, y nosotros a ustedes, vuelve a emerger un espacio para un diálogo. ¿Qué harán ustedes con los múltiples terceros mundos, incluyendo el vasto mundo latino? ( ... )

El hombre de la capucha

En este mismo momento, en un sótano en Santiago, alguien está atado, con una mordaza, esperando unos pasos. Los pasos del hombre con la capucha, aquel hombre al qué presumo sonriendo debajo de su capucha.

Tengo la esperanza de que las múltiples distancias que nos separan de esa víctima, y que nos separan a los unos de los otros, no impidan que él escuche, aun desde tan lejos, aun desde esa oscuridad, nuestros propios pasos, aunque sean muchos kilómetros, reuniéndonos, lentamente, con dolor, quizá hasta balbuciendo, pero reuniéndonos, reuniéndonos.

Ariel Dorfman es semiólogo y crítico literario chileno.

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