Una España rectificada
"La historia ha de fundarse en cierto' amor integral, que se revela en el verdadero historiador de su propia cultura", escribía Américo Castro en 1939, en su primer libro del exilio. Y no sería arbitrario afirmar que el móvil permanente de la obra y la vida de Américo Castro fue el amor integral a España. Amor heredado por supuesto de sus maestros y paradigmas hispánicos: don Ramón Menéndez Pidal, don Francisco Giner de los Ríos, don Manuel Cossío. De ellos aprendió Américo Castro que solamente los españoles europeizados podían recobrar los altos valores del pretérito nacional.Aunque también actuaba en Américo Castro el impulso político propio de su generación, la de Ortega y Azaña, la de 1914. La generación que veía la solución del llamado problema español en una sola palabra: Europa. Y que se oponía a "la España introvertida que deseaba Unamuno, consagrada a meditar sobre el enigma de la muerte" (para citar las palabras del matemático Rey Pastor, perteneciente a la generación de 1914). Añadiendo Rey Pastor: "Así surgió una generación vigorosa y optimista, extrovertida hacia la alegría de la vida que tuvo una nueva meta, antípoda de la señalada por Unamuno".
Y fue justamente con unas breves páginas de severa crítica de Unamuno que apareció por vez primera en la prensa española el nombre de Américo Castro: en el resonante artículo Unamuno y Europa, fábula publicado por Ortega en septiembre de 1909 y en el cual transcribe una carta de Américo Castro que acusa a Unamuno de haber cometido "una felonía intelectual". Mas en los ensayos y artículos periodísticos de Américo Castro en las tres décadas 19091939 abundan las referencias elogiosas a la persona y obra, de Unamuno. Es más, podría decirse que en dichos textos el estilo de Américo Castro adquiere una creciente impulsividad unamuniense. Impulsividad que no aparece en la prosa didáctica y erudita (le sus estudios filológicos y literarios en los cuales sigue las normas estilíticas de Menéndez Pidal y de Cossío (mesura, atenuaciones).
Los cerriles y los humanos
Muchos de los artículos con mayor impulsividad estilística versan sobre las circunstancias españolas del momento y son expresión del ánimo reformador de Américo Castro. Corresponden, en suma, a la orientación política en su generación y a su temple vitalizador. Dejando ahora de lado las turbulencias de la prosa periodística de Américo Castro -"la frailocracia española", "los cerriles y los humanos"- que lamentarían sin duda alguna sus amigos de la Institución Libre de Enseñanza, aquellos artículos le situaban claramente entre los españoles "que pensaban y preparaban una España rectificada, justa, sensible, instruida y fuerte" (1935). Más concretamente aún, Américo Castro fue uno de los más decididos propulsores de los designios españoles de la Segunda República: "innovación en métodos de vida, tensión constructiva y arrolladora de perezas, crear bosques y no talar el del Pardo" (1936). Esto es, Américo Castro fue, hasta 1936, uno de los intelectuales políticos más representativos de la generación reformadora en 1914.
Mas hay también en él una temprana premonición de barreras infranquebales, un sentimiento crecientemente unamuniano de sinos incoercibles. Y al recordar en 1933 a algunos españoles reformadores de otros tiempos observaba doloridamente cómo aquellos hombres habían querido ser "lo que no se es, cómo no se es". Sentía probablemente que unas palabras suyas de 1927 iban a resultar proféticas. Tras elogiar a Unamuno (en su exilio de Francia entonces) y llamarle "la más preclara esencia de lo hispánico" exclamaba Américo Castro: "No habrá paz para nosotros; cada raza, su sino".
La magna catástrofe de 1936 cumplió en grado sumo los temores de Américo Castro. Abandonó España (en forma equivalente a una deserción ante el adversario) y cesó para siempre su actividad periodística de intelectual político. Tonsuró también para siempre el símbolo más visible de su altiva figura. Y en la muy sombría primavera de 1939 inició el camino unamuniano que le llevaría a la gran obra de su vida, España en su histona (1948): "no hace el plan a la vida sino que ésta se lo traza a sí misma viviendo" -en el epígrafe de Unamuno se cifraba la experiencia de la propia vida de Américo Castro-.
Los ensayos de 1939 (Lo hispánico y el erasmismo) muestran el nuevo estilo oriental de Américo Castro. Porque la erudición más refinada revela en cada página no sólo el saber de mi maestro, sino sobre todo los sentimientos más profundos de un español atormentado por la tragedia de su patria. El estudioso insigne de Lope de Vega, otrora tan fieramente orgulloso, se refiere ahora a "las peripecias en que se engolpa la pobre barquilla de cada uno".
No cejará ya de aspirar a fijar las "constantes de la historia hispana que hacen posible intuirla como durable y una". ¡Y cómo iluminan los seminarios nocturnos de Princeton las vivísimas chispas que se desprenden de los textos comentados por don Américo! Mi maestro (1946-1949) hubiera podido escoger también como lema suyo el de un español de¡ siglo XVI, "eslabón me es toda cosa". De pronto viene a la memoria del estudiante maravillado el dicho de la santa castellana: "En cada cosita que Dios crió hay más de lo que se entiende". La unidad de la vida de Américo Castro ha quedado así en los textos de las tres prodigiosas décadas, 1940-1972, ya que en ellos perviven, para la eternidad humana, "la fulgente continuidad" del estilo español de Américo Castro.
Babelia
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