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Miguel Hernández, víctima

La casa natal del poeta Miguel Hernández se abrió ayer al público en Orihuela. Madrid se une al homenaje que se brinda estos días al autor de El rayo que no cesa -hoy se cumple el 43º aniversario de su muerte debida a una tuberculosis, en la cárcel de Alicante-, y el próximo sábado, el Ayuntamiento madrileño inaugura un monumento dedicado a su memoria en el parque del Oeste, a propuesta de la Asociación de Ex Presos y Represaliados Políticos. Un especialista en la obra del poeta alicantino analiza en este artículo su trayectoria vital y poética.

Año 1942. Por el mundo, el Ejército de la URSS arrostra la batalla de Stalingrado; los japoneses se imponen en Filipinas y los judíos mueren en los hornos crematorios. Tras las rejas de un penal alicantino, deja de existir un joven poeta 'sólo por amor odiado"."Un carnívoro cuchillo / de ala dulce y homicida / sostiene un vuelo y un brillo / alrededor de mi vida", había escrito Miguel Hernández, ese joven poeta al que se atribuyó destino trágico. Ojalá este recuerdo pueda deshacer el tópico de semejantes predestinaciones que no son otra cosa que eufemismos para silenciar injusticias. Si Miguel fue "alumno de bolsillo pobre" en el colegio de Orihuela, si una humilde familia rural necesita que arrime el hombro hasta el más pequeño de sus hijos para salir adelante, si se desencadena contra un poeta como aquel la máquina de la represión y si un joven con poco más de 30 años muere de tisis en la cárcel, no hay por qué traer a colación la fatalidad del destino, sino más bien atribuirlo a un enseñanza clasista y discriminatoria, a un sistema capitalista mal repartido, a la arbitrariedad punitiva de una dictadura y a un inhumano régimen penitenciario. Miguel no estaba signado por sedicente estrella trágica, frase literaria y romántica, pero irreal. Miguel fue víctima de unas situaciones injustas. No enmascaremos los dramas sociales con los inherentes a la existencia. El carnívoro cuchillo no es el hado fatal. Tanta penuria y tanto dolor como le acosaron dependían no del cielo, sino de la tierra. No del más allá, sino del más acá. El carnívoro cuchillo fue, eso sí, expresión poética de la zozobra y la angustia que el amor lleva consigo, cantadas en juego de antítesis por los poetas siempre, hasta por los más felices. Garcilaso acusó "la vengativa mano de Cupido", y a Lope, la ausencia de unos bellos ojos le hace pensar que "fue infierno el mundo y fuego el aire blando". Y los dos iban de triunfadores por el mundo.

Miguel fue de perdedor. Toda su vida se la llevó pidiendo ayuda: a los jesuitas, que le tuvieron unos años gratis; al canónigo Almarcha, que costeó su primer libro; a los amigos, que echaron un guante para el billete de tercera a Madrid; al diputado Martínez Arenas, que sufragó el regreso al pueblo; a José María de Cossío, en anticipos de febles salarios. Falto de pecunia, sinecuras o hijuelas. El pan de los suyos dependía tan sólo de unos cuantos papeles manuscritos. Tampoco llegó a ver cómo prosperaron éstos, cómo se difundió su hermosa obra.

¿Compensación?

Su final fue una de las páginas más crueles y amargas de la historia de la posguerra. ¿Qué dedo divino iba a señalar tan implacablemente al poeta? Fue la mano del hombre la responsable de un cúmulo de circunstancias injustas que le hicieron su víctima y lo llevaron a la muerte un 28 de marzo, cuando la primavera apenas renacía sobre una tierra castigada. Ahora, aquí, en Madrid, la ciudad donde el poeta tanto luchó (por su obra, por su libertad, por su vida), va a dedicársele un monumento, en un jardín que un día fue frente de guerra. ¿Será como una compensación? Mas no se olvide que donde de verdad debe tener estatua y homenaje el poeta es en el corazón de las gentes de su pueblo.

Leopoldo de Luis es autor de la Antología de la poesía social española.

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