Bella Venecia lóbrega
División de opiniones para Francisco Nieva, director de escena y escenógrafo de I due Foscari. Cuando salió enlazado a las figuras de la representación, en la sardana final del éxito, unos arreciaron sus aplausos, otros abuchearon.Suele pasar así en la ópera. Hay una parte de público tradicional que se resiste a casar una estética musical y teatral clásica con otra que les parece moderna. Por otra parte, se sabía su polémica con Renato Bruson y, siendo éste un triunfador -nato y confirmado-, el griterío a Francisco Nieva podía apoyar a Bruson. Todo es parte del espectáculo. Sin embargo, los dos son profundamente verdianos. Es decir, los dos son enormemente teatrales.
El barítono actuando, haciendo el papel de anciano digno, muriendo en escena como ahogado por su propio dolor después de haber sido reflexivo y apenado, es un personaje soñado por Gitiseppe Verdi -Piave, libretista, cuenta menos: era un amanuense, un rimador, un adaptador-; pero no hay que negar la calidad verdiana de una Venecia lóbrega y suntuosa, en un carnaval de conjuras pintada por Nieva; el reflejo del agua de los canales en el cielo negro, las góndolas mortuorias, las máscaras narigudas, el consejo de los cuarenta solemne y rígido... Una profunda belleza oscura y so bre todo dramática.
Contar la ópera
Lo que pasa es que cada vez es más dificil contar una ópera, desde el punto de vista de un director de escena. Sobre todo, I due Fóscari que ha perdido sus claves con el tiempo. Francesco Foscari existió en la realidad (1373-1475), aunque posiblemente su hijo Jacopo fue menos inocente de lo que los poe tas posteriores decidieron.
En un momento determinado sus guerras con Milán, por la adhesión de otros Estados contra los Visconti, tuvieron el carácter de una lucha por la libertad de Italia; se sabe lo sensible que era Giuseppe Verdi al tema, y su trabajo contínuo para dar esos motivos de nacionalismo libre y unitario a sus políticos espectadores, con especial regocijo, en este caso, de los venecianos.
El tema estaba tomado de Lord Byron, que escribió su poema The two Foscari en su época de carbonario y de su amor por Teresa Guiccioli: un revolucionario romántico. Todo ese contenido estaba resaltado en las primeras representaciones de I due Foscari.
La estética
Hoy no tendría sentido: queda la estética. La conducción narrativa de una ópera con su ritmo lentísimo -a veces Nieva lo acentúa deliberadamente-, en contraste con la estética dramática de nuestros días, en la que todo es apócope, abreviatura, velocidad: es prácticamente imposible aplicarla a la ópera.
Se consigue muchas veces con la ópera más moderna: no lo es en la ópera I due Foscari. La lucha por la grandiosidad es también difícil cuando el espacio es tan limitado como el de este teatro -partir el escenario en dos planos es un recurso- y cuando los ensayos con todos son imposibles.
Aun comprendiendo el punto de vista de los que no quieren que la ópera se distraiga y prefieren la inmovilidad y el punto fijo para las arias y la alineación de los coros, no parece que haya dificultad en la reunión.
Los trajes y los decorados del director escénico Francisco Nieva son de una belleza permanente, ni antigua ni moderna, y su concepto general de la obra resalta el dramatismo en que se desenvuelve; la dirección de movimientos tropieza por todas partes con los límites habituales de música y espacio, y se defiende como puede. Es un trabajo grande e inspirado, en el que no se niega el servicio a los cantantes.
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