Un Verdi casi olvidado
De los siete títulos seleccionados para la presente temporada operística, cuatro pertenecen a Verdi y el primero de ellos, con el que fue inaugurado el ciclo en el teatro de la Zarzuela, no creo que se haya representado en Madrid después del cierre del Real. Se trata de I due Foscari sobre libreto de Piave, basado en la pieza de Lord Byron.Madrid fue pronto una gran plaza verdiana y los estrenos del compositor llegaban a los teatros de la capital: Hernani sube al escenario de la Cruz al año de su primera en La Fenice; I due Foscari tarda sólo unos meses en ir desde el teatro Argentina de Roma al del Circo de Madrid con Tamberlick en la cabecera del reparto. Cuenta I due Foscari entre los títulos de la etapa denominada por Verdi "gli anni di galera" ("los años de esclavitud"), según una carta dirigida a la condesa Maffei: "Después del Nabuceo no he tenido una hora de sosiego. ¡Dieciséis años de esclavitud!" (mayo 1858). La crítica tomó esta etiqueta y otras frases autocríticas del compositor para considerar ese período de manera global como "parón", "decadencia" o "inferioridad espiritual".
I due Foscari
Libro de Piave, sobre Byron. Música de G. Verdi. Reparto: Renato Bruson (Foscarí padre), Ottavio Garaventa (Foscari hijo), Margarita Castro-Alberti (Lucrezia Contarini), Alfonso Echeverría (Jacopo Loredano), Sánchez Jericó (Barbarigo), Carmen Cabrera (Pisana), Rafael Martínez Lledó y José Luis Sánchez. Escenarios y trajes: Francisco Nieva y Juan Antonio Cidrón. Coreografía: Elvira Sanz. Coro: José Perera. Director musical: Armando Krieger. Director escénico: Francisco Nieva. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 6 de febrero.
De un tiempo a esta parte, aproximadamente desde el llamado redescubrimiento de Verdi las óperas de los años "de galera" han sido sometidas a nuevo examen para llegar a dos conclusiones principales: que es erróneo echar todas en un saco y que no existe parón y basta escuchar el preludio o el segundo acto de I due Fóscari para divisar el Verdi grave y grande de Don Carlo y hasta el Verdi shakespeariano de Otello y Falstaff.
Sucede con Los Foscari lo que Verdi reconoció muy pronto: posee "un color demasiado unifor me desde el principio al fin". Los tintes negros dominan la ópera como impera el estatismo, la na rración simple y lineal, con lo que la única verdadera acción queda a cargo de la música. Verdi la cumple con su formidable talento dramático y alterna pasajes magníficos con otros no sólo convencionales sino decid¡ damente vulgares.
Margarita Castro-Albert -una voz grande, invasora de la sala- sirve la parte de Lucrezia Contarini y vence esa increíble dificultad, esa "manía de desgarrar las gargantas" que anotaba el bueno y desmedido Castelar. La gran belleza vocal, la estupenda dicción, el mordiente de una expresividad incalculable, residió en Renato Bruson, un divo en todo, pero, para empezar, en la manera de cantar. Con Ottavio Garaventa, un tenor de hermosa materia y convincente impulso, termina lo más destacable del reparto, en el que Carmen Cabrera defendió con dignidad el personaje de Pisana. Bien trabajado el coro que prepara José Perera, y en general toda la parte musical, a cargo del director y compositor argentino Armando Krieger.
Una inauguración en tonos si no negros, sí bastante grises, con la excepción de las largas ovaciones a Bruson. Por otra parte, y en honor a la verdad, versiones análogas son normales en los buenos teatros líricos del mundo.
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