Pintar al sol
El verano es un motivo artístico tan oportuno como el otoño o cualquier otra estación. Un pincel impresionista o figurativo puede reflejar con idéntica inspiración un crepúsuclo nublado y un cielo sin mácula. Quizá la probabilidad de que no llueva sea más cómoda para el artista que instala sus herramientas al aire libre, pero el arte y el esfuerzo, la famosa transpiración, son amigos de toda la vida.Sin embargo, el verano tiene algo propio. Las galerías urbanas cierran por vacaciones. En la costa, por el contrario, se multiplican. Algunas procuran que su oferta no desmerezca el genérico del establecimiento.
Muchas, no obstante, equiparan el óleo al souvenir artesanal y ofrecen con idéntica desfachatez un botijo al lado de un cuadro de firma visible aunque de escasa resonancia. Las artes gráficas, que hunden la singularidad de la pieza -aunque no la cotización de la obra original- permiten al turista ilustrado regresar con un plato de cerámica y una litografía, dos cachivaches perfectos para la decoración del comedor o del cuarto de los niños.
Se supone que el veraneapte no sólo se deja en casa el trabajo sino el gusto y en esta confianza sobreviven no ya supuestas galerías sino establecimientos que encuentran una paradójica afinidad entre la cocina y el museo, el colmado y lo artístico.
Junto a ellos, las excepciones de rigor, quienes consideran que la cultura no tiene fecha y que el pantalón corto no es eximente para disfrutarla y comprarla. Claro que nunca pueden ser grandes ventas, los buenos inversores compran por teléfono y en invierno.
Babelia
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