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Tribuna
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Déjanos respirar, Guillerno

Primero se ha ido apresuradamente Angel María de Lera en esa siega estival de hombres de letras. Y le ha seguido el escritor entrañable y censor a toda prueba de los derechos sociales del escritor, Guillermo Díaz-Plaja. Y no me lo puedo explicar, porque tuvo que ser a descuido de un proyecto de viaje apenas llegado de otro, de la preparación de una conferencia detrás de otra, del artículo constante -hace cuatro días publicaba uno sobre las otras lenguas de España-, de un Ebro apenas llegado a las librerías el anterior. ¡Déjanos respirar, Guillermo!, hube de decirle cuando al tenerle siempre delante en mis comentarios de libros, ya se me venía otro libro suyo encima. Guillermo era el libro que no cesa, como dije -y se hizo proverbial- en un prólogo de sus centenares.Distante de todos tus libros y relatando en unas largas conversaciones tu hazaña en la cultura española, escribo requerido telefónicamente a pocos instantes de enteranne de tu muerte. ¡Esto no se puede hacer Guillermo y menos así! Tú sabes lo que me costó clasificar en orden todos tus ensayos, primero los que llamamos mayores, aquel del romanticismo de 1935 que te dio el Premio Nacional de Literatura cuando eras un muchacho, el del barroco que tanto interesó a Vosler, los de Valle-Inclán, Azorín, Basterra, Martí, Juan Ramón, Lorca, Modernismo y 98, y tantos otros. Y tus numerosos y cálidos poemarios que iban del aforismo al alejandrino de ondulación modemista, del júbilo y la transparencia guifieniana del ser y del estar en la existencia y la firme precisión del soneto renacentista a las turbaciones versolibristas de tema religioso. Y tu obra en catalán. Un paisano te expresa un día la pena de que te hubieras empleado tanto en el castellano y le preguntaste por lo suyo en el común vernáculo. Dos o tres cositas. Tú le respondiste, con toda modestia, que, en efecto, no tenías más que veinte libros escritos y publicados en catalán desde aquel juvenil de L'avantguardisme en Catalunya.

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Ya desde antes de su llegada a la Academía de la Lengua, el castellano de Guíllermo Díaz-Plaja se proyectaba al continente unericano, para lo que le parecía imprescindible el mejor castellano en su pluma, en la pluma de todos los que se proyectan hacia allá, incluso si no mejora la mente en los rriísmos catalanes o en quienes hubiera de traducirles, porque según él el catalán ponía mucho y pone mucho en el enriquecimiento de la lengua de Castilla. Desde América venían cada año, después que el premio se fundara, las propuestas de su nombre para el premio Miguel de Cervantes. Puede ser que en este siglo hayan sido, Ortega, Marañón, Américo Castro, Salvador Madariaga, Amado Alonso, Dámaso Alonso, Julián Marías y él los ensayistas españoles que con su presencia física y su obra más huella y recuerdo hayan dejado en todo el continente.

También como Angel María de Lera, tu compañero de vuelo final, ocupaste mucho de tu tiempo en los problemas de los colegas, en sus derechos y deberes. Eras presidente constituyente de la asociación de críticos literarios para atinar la militancia en el trazado de juicios y panoramas sobre la literatura que se hace ante nuestros ojos, agrupación nacida de las ya más que treintañeras reuniones de los premios de la crítica, y presidías también, para lanzarla a, nuevos cometidos, la veterana y un poco dormida asociación de escritores y artistas. A caballo entre Madrid y Barcelona y desde aquí a París o a Moscú, para llevar -siempre a tu lado aquel vanguardista catalán de Aragón, Juan Ramón Masoliver- la presencia de la crítica española a los convivios internacionales.

Ya nos dejas respirar, Guillemo. Cesará de llegamos el paquetito obsidional de tu último libro a poca distancia del asalto del anterior, tu artículo culturalista, tu palabra fraterna y estimulante, comprensiva y justa, tan llena de catalanismo avasallador de intimidades culturales de la lengua de Maragall y Xenius y penetrado de universalidad. Descansa, Guillermo, descansa.

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