Pacifismo y disidentes
Si es cierto que el desenlace de la crisis de los euromisiles ha incrementado los riesgos de conflicto nuclear, también lo es que está demostrando una saludable capacidad de resaltar las contradicciones, ilusiones y temores del mundo capitalista y del de la Europa del Este, de propiciar un examen de conciencia político y religioso. El proceso de adopción y puesta en práctica de la doble decisión estuvo rodeado desde noviembre de 1979 de una serie de acciones pacifistas que se intensificaron a partir de 1983, en coincidencia con el agotamiento de la cuenta atrás y la proximidad de un año, 1984, que el recuerdo inevitable de Orwell hacía más desagradable aún. Las contramedidas anunciadas por la Unión Soviética desde un primer momento suscitaron interrogantes sobre el grado de aceptación de los aliados del Pacto de Varsovia. También sobre la inquietud de las poblaciones.Y es que en una circunstancia de áspera oposición entre el Este y el Oeste, ciertas mentes perspicaces han cesado de profundizar en las razones del pacifismo en Occidente, para investigar reacciones y sentimientos en sociedades y medios gubernamentales de la Europa del Este. En todos ellos ya no se puede presumir entusiasmo especial en favor de los SS-20 ni de un conflicto con el corrupto mundo capitalista que esta vez podría ser a muerte. Por supuesto, tal tipo de investigaciones tampoco es ajeno a la preocupación por la práctica inexistencia de pacifismo en el Este, al reconocimiento de que la disidencia constituye una gota en un océano de pasividad.
En la configuración de las mentalidades colectivas, mucho tiempo mental ha transcurrido con la instalación de los primeros misiles norteamericanos. Es posible que a partir de entonces el pacifismo haya ido percibiendo mejor la amenaza soviética, y la elevada cuota de responsabilidad que también corresponde a Moscú en la actual inseguridad europea; que se hayan superado las actitudes favorables al desarme unilateral y que la disidencia -término tan genérico como el del pacifismo para expresar rechazo político, desobediencia civil, temores varios, etcétera- registre un incremento y una diversificación. Fenómenos como el de los esposos Sajarov, debidamente tratados en el plano informativo, sólo pueden producir el encadenamiento de reacciones perjudiciales a la imagen internacional de la Unión Soviética. La quiebra de la distensión puede tener una elevada capacidad de influencia en la estabilidad de los países del Este.
Pocas esperanzas de arreglo suelen existir sin una clara voluntad negociadora en las dos superpotencias. Sin embargo, a estas alturas puede reconocerse que en cierta medida la voluntad occidental también dependió de una respuesta social visible a la más grave crisis registrada desde la de Cuba en 1962, al peor miedo desde que terminara la segunda guerra mundial. La respuesta hizo posible plantear la polémica en términos no exclusivamente militares. El pacifismo ha supuesto tanto una valiosa expresión del malestar occidental como un arma para la diplomacia soviética. A la postre, el arma ha resultado menos eficaz de lo que pudo pensarse. Por mucho que la presión pacifista llegara a influir, la idea de que podría condicionar, incluso suplantar, la voluntad política de los países de la OTAN, es quizá uno de los mayores errores de cálculo y apreciación cometidos en los últimos tiempos. Las razones estatégicas y políticas se han impuesto. Los Tomahawk y los Pershing 2 están destinados a lograr el reequiliibrio de las armas nucleares intermedias; también a reforzar esa especie de social clinch o abrazo del oso de Europa occidental, Estados Unidos y la Unión Soviética, a que los principales agentes del arma nuclear se ven forzados.
Tratamiento de traidores
Ignoro si es prematuro o exagerado imaginar que en la sociedad de la Europa del Este la disidencia llegará algún día a ocupar el lugar que el pacifismo ha ocupado y ocupa en Occidente, con sus aciertos y equivocaciones, y ello aunque llegue también a convertirse en medio potencial de influencia para el otro campo. En cualquier caso parece existir un relativo incremento en los signos de la disidencia. Su posible percepción exagerada en Occidente no puede negar la realidad de un fenómeno que situaciones como las de Alemania Oriental y Polonia harían inquietante. En la Europa del Este, en la Unión Soviética en particular, los disidentes reciben hoy el tratamiento de traidores. En Occidente jamás han sido objeto de calificativo tan rotundo. Pese a ser tachados ocasionalmente de servidores de la causa soviética, nunca ha dejado de justificarse su acción, menos en el plano político y militar que en el de la moral y la supervivencia. La asimetría entre el Este y el Oeste, repetidas veces denunciada y discutible en el cálculo de tropas y armamentos respectivos, no lo es en el tratamiento que cada zona da a sus movimientos de protesta.
Es difícil aún comparar el pacifismo y la disidencia. La sociedad occidental ha generado y permitido el movimiento pacifista en la idea de que su reflexión sobre el desarme, la ecología y la política, en definitiva contribuye a crear respuestas ante una vida amenazada y un sistema internacional que debe renovarse. Esa recepción no parece vislumbrarse de modo significativo en la Europa del Este. En último término, la acción pacifista no supone la negación del mundo de la economía de mercado y de la vida política pluralista; la de los disidentes ya en primer término es difícilmente aceptable en un sistema de poder y de relaciones sociales de dudosa capacidad evolutiva.
Las perspectivas más o menos utópicas que en años pasados se establecían sobre la convergencia entre el Este y el Oeste, parecen haberse abandonado, aunque el proceso de la Conferencia para la Seguridad y la Cooperación en Europa autorizara alguna ilusión. Pese al notable auge de los intercambios comerciales, situaciones como la de los misiles echan por tierra cualquier acercamiento entre los dos sistemas.
Aunque pacifistas y disidentes no lo puedan todo frente a la cerrazón política, sí han contribuido a la consideración del peligro común. Entre las dos Alemanias ya se ha producido cierta convergencia en Ja protesta.
Los renovados riesgos del rearme hacen que no sea tan importante el posible eco de la política soviética en el pacifismo, como el silencio de la sociedad de la Europa del Este respecto al problema. La convergencia y la solidaridad en Europa pueden acudir a través de los que protestan; contra los misiles y la guerra, la agresión ecológica, la negación de los derechos humanos... Obstruidos los caminos del diálogo político entre el Este y el Oeste, aunque sea también una ilusión utópica, es en la disidencia y el pacifismo donde podría haber algún futuro, una comprensión para los políticos de lo que está ocurriendo.
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