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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Papa, en Asia

LOS VIAJES del Papa tienen siempre una dimensión política que se define, en primer lugar, por las características de los países visitados, y luego, por los textos de los discursos y el clima de las ceremonias. En cuanto al viaje que acaba de concluir, y durante el cuál Juan Pablo II ha recorrido varios países de Asia y del Pacífico, ha tenido una serie de aspectos políticos, aparte de su significado pastoral y religioso, que merecen ser destacados. En primer lugar, la extraña escala en Alaska para una breve conversación con el presidente Ronald Reagan; sobre todo, para que ambos aparezcan juntos en las pantallas de televisión. Ha sido un apoyo, no pequeño, a la candidatura de éste ante el electorado católico de EE UU; este hecho confirma que el Papa Wojtyla, muy condicionado por los hechos de Polonia, es sensible al rígido anticomunismo que caracteriza la. política de Reagan. En segundo lugar, Juan Pablo II ha visitado países como Corea del Sur y Tailandia, sometidos a regímenes autoritarios, escasarnente democráticos, y en los que el cristianismo, por ser minoritario, ha sido inspirador, con frecuencia, de actitudes liberales de oposición. A pesar de las declaraciones abstractas, el viaje ha sido considerado como una especie de aval por los gobernantes, y ha decepcionado a sectores de la oposición. El caso más típico ha sido el de los estudiantes coreanos, encerrados en las universidades durante la estancia del Papa para que no pudiesen expresar ante él sus actitudes democráticas.Otro aspecto político del viaje papal ha sido el esfuerzo de Juan Pablo II por enviar, de diversas formas, mensajes encaminados a lograr un restablecimiento de las relaciones entre el Vaticano y China. Si se recuerda que el Vaticano sigue manteniendo relaciones diplomáticas con Taiwan, no puede sorprender que esos esfuerzos hayan chocado con serias dificultades. Un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores acaba de repetirlo en Pekín. És probable que obtengan un impacto más conéreto, en el plano de las relaciones internacionales, los planteamientos acertados y profundos que ha hecho el Papa, durante su estancia en Tailandia, sobre el problema de los refugiados. Se ha referido más directamente a los vietnamitas; pero lo mismo sufren los palestinos y muchos miles de personas de diferentes países. Es una tragedia para millones de seres: la intervención de Juan Pablo II puede ayudar a evitar una tendencia al olvido que sería una vergüenza. Urge una solución humana, es decir, que no normalice los campos, sino que reivindique el derecho de todos a vivir en sus países, respetados en sus ideas y convicciones.

Si se tiene en cuenta la magnitud de los problemas que tienen las poblaciones de las regiones que ha recorrido, no parece que el Papa, a pesar de discursos bienintencionados, haya podido conectar con esas realidades. No puede sorprender. La Iglesia católica forma parte, después de todo, de un contexto cultural que no es universal, que es, sobre todo, europeo y americano. Sin duda, es lógico que la Iglesia quiera adaptarse a una evolución de la historia, que está superando el eurocentrismo. Y en este marco se explica el último viaje del Papa. Ha- visitado países en los que la Iglesia católica tiene escasa influencia, en los que el budismo, o religiones animistas, dominan la espiritualidad de las poblaciones. Sobre todo en los casos de Papúa-Guinea ha sido para muchos una sorpresa agradable ver cómo Juan Pablo II acepta integrar en el culto católico ritos y costumbres típicas del animismo y de la vida en esas islas: el lanzamiento de polvos amarillos y rojos para alejar los malos espíritus, la participación en la misa de mujeres con los pechos descubiertos, etcétera. No cabe explicarlo diciendo simplemente que hace falta aceptar las costumbres de cada sitio. Ante realidades y costumbres que se abren camino en nuestra civilización occidental, y que conforman una forma de vivir más libre y natural, superando hipocresías y trabas del pasado, lo que caracteriza la actitud de la Iglesia es la máxima rigidez para mantener puritanismos anacránicos. En un terreno más ideológico se advierte una dicotomía en la actitud de Juan Pablo II ante los problemas que el Tercer Mundo plantea a la Iglesia católica: actitud muy abierta ante la integración en el catolicismo de creencias y ritos derivados del animismo primitivo, y, en cambio, un dogmatismo conservador al enfrentarse, dentro de la Iglesia, como ocurre en América Latina, con corrientes renovadoras como la teología de la liberación.

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