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Cela, en Roma: "La lengua española es como un toro"

Juan Arias

Después de 20 años de ausencia, el escritor español Camilo José Cela ha aterrizado días atrás en Roma. Hay quien asegura que estaba esperando a que el nuevo concordato quitase a la capital italiana el pomposo título de ciudad sagrada. Pero Cela, que ha sido huésped durante cuatro días y cuatro noches en la residencia del embajador español, Jorge de Esteban, responde: "¡Qué va, a mi qué me importa! Lo que siento es que no hayan hecho nunca papa a aquel cardenal Cicognani pariente de mi madre y, claro, también mío". En la conferencia que pronunció dijo que "la lengua española es como un toro".

Cuando el director del Instituto Español, Sito Alba, le preguntó a Cela si quería que invitara a su conferencia sobre La evolución del lenguaje a alguien en particular, don Camilo, sin dudar un segundo, respondió: "Pues al Papa y a Paloma Gómez Borrero, a quién va a invitar usted si no". Por cierto, Cela fue a cenar a la embajada española ante el Vaticano, invitado por el embajador Nuño de Arce.Cenar dos veces seguidas con un mismo personaje puede ser un tostón. Con Cela, en cambio, uno se queda siempre con ganas, como le ha pasado a este corresponsal, a quien el encantador de serpientes le dijo, comentando sus pasos romanos: "El problema es que esta ciudad tiene demasiados monumentos". En verdad, Roma ha tenido estos días un monumento más, porque en este país, que fue el primero donde se tradujo La familia de Pascual Duarte fuera de España, Camilo José Cela está considerado como una columna de Trajano de la lengua de Cervantes.

Las jornadas de Cela en Roma han sido apretadas. En la residencia del embajador, Jorge de Esteban, este personaje de las letras coincidió además puerta con puerta con el ministro Carlos Solchaga, considerado aquí como el mago de la reconversión industrial. Y la embajada, entre hispanistas que pasaban a saborear la prosa de Cela y magnates de la industria italiana que acudían a negociar con la nueva España representada por el ministro de Industria, fue como un puerto de mar.

Y se cruzaron los brindis, y el nombre de España resonó con un eco distinto de antaño, tanto cuando se le criticaba como cuando se le exaltaba. A don Camilo se le notaba, sin embargo, que le daban mucha rabia las críticas: "No se dan cuenta que la España nueva no ha fusilado ni exiliado -¡qué horror!-, y que pueden volver a ella los que quieran". A quienes no traga Cela es a los periodistas que van al Parlamento "vestidos de pobre". Dice que si él fuera Felipe, "los vestiría a todos como Dios manda".

Cela defendió con orgullo, en su conferencia, la fuerza de la lengua española, "que es como un toro que arremete" y que "hay que tener el coraje" dijo, "de usarla tal como es". Acabó diciendo que Cervantes "había hecho al castellano el gran regalo del evangelio del Quijote".

Entre las cosas sabrosas, paradójicas, verdaderas pero inverosímiles algunas ideas de Cela quedaron claras estos días en Roma: por ejemplo, que hubiese preferido encontrarse a un papa italiano; que le gustaría que Umbral entrara en la Academia; que prefiere "un mal criado a un buen frigorífico" y "una mujer fea a una muñeca hinchable". Como "que ha sido una lástima el que hayan robado el santo prepucio". "¡A quién se le ocurre!", repetía Cela, como amargado.

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