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La muerte de Jorge Guillén

En la onda sucesiva

Apagada en la luz cenital de su Mediterráneo, la voz de Jorge Guillén parece brillar aún -y seguirá haciéndolo, indestructible- desde las páginas de su obra y en el retorno mental de sus versos.Clásico ya en la elección precisa de su registro inconfundible, Jorge Guillén ha afirmado ese poder de la voz poética que trasciende -sin énfasis idealistas, pero con precisa exigencia de sentido- el recinto del yo individual. De los nombres a las cosas, del nombre al hombre y de éste a un nombre que es ya cifra imperecedera de la plenitud que supone estar en el mundo. Con sus libros, en sus poemas, el poeta sigue con nosotros. Y no sólo en los versos más conocidos, en su restitución al mundo natural de los objetos que nos rodean (el tablero es el árbol recuperado en la estricta mesa de trabajo, la luz total es la primera que nos ilumina y acucia cortés a un trabajo sereno y constante, la noche sólo es promesa de una luz más alta), sino en un tono sucesivo de obra constante en marcha, de bodas renovadas con el amor compartido y en la fruición también del más personal e intransferible. A fuerza y fervor de ser un yo luminoso y exaltado, el yo se trasciende y afirma -como la materia y su aura sensual- una alegría que, en esa su memorable gradación de los verbos, se extiende, cunde, manda.

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El sentido de convivencia que dimana de Cántico, de Clamor, de Homenaje, de Y otros poemas y de Final congrega una meditación que es su, aparentemente, paradójica transformación en júbilo exaltado. El hombre, y su nombre preciso en el poeta Jorge Guillén, sabe de ese diccionario que, paralelo del mundo, sólo él ha de descifrar con limpidez impecable. Los tres primeros títulos conforman ese Aire nuestro (mío y, por lo mismo, de todos) en el que aletea fulgurante la palabra desde un más allá que no es sino el mas acá trascendido en el cuerpo y en lo visible. Alegría de vivir, y de nombrar, que es seguridad: "(El alma vuelve al cuerpo / Se dirige a los ojos / Y choca.) -¡Luz! Me invade / Todo mi ser. ¡Asombre!". Y, luego, la seguridad de la luz en la cual "El esplendor aploma / La insinuada mañana". Es el mundo entero, todo lo que "Se ahínca en el sagrado / Presente perdurable". Es, en los últimos versos de Más allá, "Toda la creación, / Que al despertarse un hombre / Lanza la soledad / A un tumulto de acordes".

Y en la obra, también las sombras -aunque para ser arrumbadas con renovada energía- surgirán por un sórdido paréntesis en aquella "Guirnalda civil: las tieneblas terminan en tinieblas que no terminan". Pero el alma podrá tender de nuevo sus alas. Y, parafraseando al clásico y enlazado con otro -el otro inmortal Quevedo-, el poeta dirá con éste: "El alma así serena, / Diciendo sin cesar sus inquietudes, / asciende hasta un lenguaje soberano, / última cima / De visión, de invención, de triunfo y calma".

Jorge Guillén nos lega el privilegio de un mundo esclarecedor, y hacia renovables iluminaciones. Sus poemas, como el diseño normativo de una manera ejemplar de ser, y para ser, están junto a nosotros como prenda segura de un existir colectivo y exigente. Más alto, sólo en la medida en que sea más participable.

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