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La muerte de Jorge Guillén

Una generación, una fotografía

Para demostrar que la Generación del 27 existió, alguien hizo una fotografía al pie de una comida literaria. ¿O tal vez la Generación del 27 existió por culpa de esa fotografía? Lo cierto es que ahí están casi todos y en especial tres rostros, tres actitudes. García Lorca seducido seductor pidiendo amor. Alberti en una pose de señorío, de desplante al flash, Guillén con una leve sonrisa algo condescendiente, sonrisa de comensal de paso. Cernuda, cuya antipatía por Guillén es evidente, retrató literariamente a un Guillén al que en su opinión le falta la amplitud, vuelo humano "Yo no diría, como dicen los críticos de Guillén, que su poesía es la poesía del Ser". Cernuda discute la visión óntica de la poesía de Guillén porque para el poeta andaluz a la metafísica le sobra el meta: se es cuando se siente y las palabras traducen la sensación de existir. Próximos en el rigor poético, Cernuda y Guillén discrepan radical mente en su actitud moral ante el mundo y los otros. Con ser dos isleños, el uno se tuesta al sol en las islas prohibidas y al otro le basta la isla real o imaginaria de un campus universitario, de un despacho lleno de libros para sentir y sentirse.Como reacción al monopolio lorquiano de la memoria de la llamada Generación del 27, los poetas más jóvenes en los años cincuenta releyeron a Cernuda y Guillén y los relplantearon como demostración del rigor poético. A Jaime Gil de Biedma, por ejemplo, se le debe un completísimo estudio sobre Cántico y varias iniciativas que permitieron la reinserción de Cernuda en la conciencia poética española de la posguerra. Cernuda o el maldito diferenciado y Guillén o el esencialismo lingüístico personal y sólo transferible a través de un esfuerzo de investigación por parte del lector. Una poesía sin propósito de comunicación. Es la poesía de un burgués ensimismado, dirá Cernuda, aunque aplica este análisis al primer Guillén, al poeta de Cántico, que aún no ha hecho poesía de sus desgracias personales e históricas en Clamor. Para Ignacio Prat, en cambio, esa ambición de normalidad en el primer Guillén, ese gozo de aceptar el aquí y el ahora inevitables, no es consecuencia de la comodidad burguesa, sino del deseo de sentirse en contacto con lo externo. Incluso en la poesía de Guillén hay solidaridad, la solidaridad sentida por un distanciador poeta solitario.

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Sus compañeros de generación, menos agrios que Cernuda, le recuerdan como un poeta profesor, siempre de paso por España y su literatura. Vivía la literatura española más profesoral que vivencialmente y le debía más a Paul Valèry que a cualquier otro poeta español o universal. A sus compañeros dedicaba sonrisas, conversaciones que nunca podrían prorrogarse y una curiosidad es posible que maliciosa en los casos extremos, malicia que alguna vez debió advertir Cernuda, agraviado por alguna mirada acristalada y divertida de un pacto que siempre vivió en una cierta extranjería metafísica que le permitió escribir la poesía más singular e irrepetible, al decir de José María Valverde.

Mientras la mayor parte de poetas de su promoción se dedicaban a liberar la masa verbal de la obligación del tema y de la idea, Guillén, por el procedimiento de escultor de mármoles, iba precisamente por el tema y la idea radical en la palabra. Poeta marmóreo, le llamó Cernuda para mal, y es en cambio un poeta marmóreo para bien que dudaba de la eficacia de las fotografías, incluso de las fotografías en las que él salía acompañado de tan curiosa y variopinta gente.

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