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Reportaje:

¿Tiene la URSS razón en el debate sobre los euromisiles?

Andrés Ortega

¿Tiene la URSS razón en el tema de los euromisiles? Algunos herejes próximos a la OTAN -muy minoritarios y entre cuchicheos a título personal empiezan a pensar que sí: los misiles de crucero y Pershing 2 constituyen una amenaza sin precedentes para Moscú. EE UU dispone ahora de unos misiles nucleares que pueden alcanzar el territorio soviético sin poner en juego su, propio territorio. Con el despliegue, Moscú se ha convertido en blanco, Washington no. La única salida, según esta manera de razonar, es fusionar las negociaciones sobre armas estratégicas START con las de las fuerzas nucleares de alcance intermedio (INF), para llegar a un acuerdo que suponga la eliminación de los euromisiles norteamericanos. Pero incluso así, la OTAN parece estar en un callejón sin salida.Respecto a las negociaciones INF, algunos europeos en la OTAN piensan ahora que no hubo consultas, en el verdadero sentido de este término, por parte de EE UU. Tan sólo información. "Ahora es un tema exclusivamente de Estados Unidos", comentó una fuente atlántica. Pero, a nivel multilateral o público, nadie se atreve aún a chistar.

Las quejas apuntan también a las presiones norteamericanas en la OTAN para redactar los comunicados finales de las reuniones y al hecho de que la bilateralidad de las negociaciones llevaba a olvidar en Ginebra que el territorio y la población de los países en los que se iba a desplegar eran elementos a tomar en consideración. Se ha producido así malestar en la OTAN ante la pura americanización del tema.

El territorio (de donde sale un misil y a donde llega) es un concepto básico en este debate. Y, sin embargo, según fuentes atlánticas, esta palabra es tabú en las reuniones del Grupo Especial de Consultas, encargado en la OTAN de seguir estas negociaciones. Nunca se ha explicado el por qué de la cifra de 572 misiles que decidió la OTAN en 1979 para el eventual despliegue. Tampoco la contradicción de que EE UU acepta una desigualdad numérica entre los SS-20 y sus euromisiles a falta de compromiso, pero, para un acuerdo, es necesaria la igualdad.

No se puede hablar exclusivamente de equilibrios cuantitativos o cualitativos. Es necesario incluir la percepción real de la amenaza o la capacidad de respuesta ante la amenaza, es decir, la capacidad de ser objeto de ataque y de poder contrarrestar eficazmente el mismo. Está reflexión que se hacen algunos expertos parte de que los misiles de crucero y Pershing 2 no son una respuesta a los SS-20, pues éstos no suponen una verdadera nueva amenaza. El despliegue de los SS-20 parece una modernización de los antiguos SS-4 y SS-5, con la mejor tecnología disponible.

Desdoblar la amenaza

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La doble decisión de la OTAN trató de desdoblar la amenaza, estratégica e intermedia, pero norteamericana en ambos casos. Se rompe así el pacto tácito entre las superpotencias, según el cual el territorio de una de ellas sólo podía ser alcanzado con misiles disparados por y desde el territorio de la otra superpotencia. El despliegue de unos misiles en bases avanzadas europeas viene a suponer la posibilidad de una guerra nuclear limitada a Europa, ya que el territorio soviético queda amenazado directamente sin que el norteamericano lo sea. Existen, eso sí, los submarinos. Pero la base terrestre o territorial tendría upa importancia política básica para los inicios de un conflicto nuclear, que no poseen las armas en el mar.

No parece razonable pensar -y de ahí la preocupación de Moscú- que, frente a un euromisil, la URSS daría su respuesta lanzando sus misiles estratégicos hacia EE UU, pues ello llevaría a una guerra generalizada. Con el despliegue, como se ha indicado, Moscú se convierte en blanco, Washington no. El territorio de una de las superpotencias queda rebajado a ser blanco en un estadio inferior del conflicto -y con un armamento de menor alcance-, pero anterior al de lá "guerra generalizada", al que se espera no llegar nunca.

La paridad conceptual se ha roto. La garantía de destrucción mutua queda pues debilitada. Por ello, aunque sea sólo un paliativo, han decidido los soviéticos desplegar sistemas nucleares en las zonas oceánicas y marítimas próximas a las costas de EE UU para amenazar el territorio norteamericano sin recurrir a la escalada intercontinental.

Ante la nueva situación, la distinción entre armas estratégicas y de alcance intermedio tiene sentido desde el punto de vista norteamericano, pero no -así lo obliga la geografía- desde la óptica soviética. Es una distinción ficticia. Es más real cuando EE UU plantea como ventajas para las START el pequeño tamaño y la movilidad de los misiles, pero cuando se pasa a las INF, estas mismas características -que tienen los SS-20 y los misiles de crucero y Pershing 2- se convierten en un problema.

Los soviéticos no volverán así a las negociaciones INF, ni aceptarán nunca el principio del despliegue de los euromisiles. ¿Hay alguna salida? EE UU no puede dar marcha atrás. El precio ha sido demasiado alto para la unidad atlántica. Y es más, la OTAN se ha metido en un callejón sin salida al plantear durante el debate la duda -puesta de relieve por Henry Kissinger en 1979- de que EE UU no podrá arriesgar su propio territorio para salvar Londres o Hamburgo. Y la OTAN no ha ganado aún la batalla diplomática contra sí misma. Ahí están los casos danés y griego. La tensión puede aumentar a medida que lo haga el número de euromisiles.

Algunos europeos en la OTAN apuntan a una solución: la fusión de las negociaciones START y INF, ampliándolas a los aviones, relacionándolas incluso con las negociaciones MBFR sobre armamento convencional, dado que es la superioridad convencional soviética la que plantea la necesidad de un posible uso del arma nuclear por parte de la OTAN. Pero cada vez está más claro que habrá que entrar en una negociación multilateral. En efecto, a mediados de los años noventa, cuando hayan completado sus programas de modernización, Francia y el Reino Unido estarán en posesión de unas 1.050 cabezas nucleares, capaces de alcanzar el territorio soviético. ¿Es posible seguir pretendiendo que no existen? El primer ministro canadiense, Pierre Trudeau, ha lanzado su iniciativa: una conferencia de las cinco potencias nucleares. ¿No podría España aportar algo propio?

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