Lejos de la alfombra
Aunque parezca mentira, también hay gente que viene al festival a ver cine, que se lo monta lejos de la alfombra recepcional, por la que pasa y pisa, ineludibleínente, oliendo a pelu, la crema de la intelectualidad antes de perderse en la première de la noche. Ya se han oído voces de desaliento ante la escasez de monstruos y estrellas, catástrofe que comenzó con la defección (cantada) de Fellini y que se prolonga con la evidencia de que tampoco están entre las flores articiales del Victoria Eugenia Douglas Fairbanks, ni Ben Turpin, ni Mae West. Y eso se refleja en la escasa concurrencia de mirones detrás de los tubulares amarillos que flanquean y defimitan.la alfombra mágica (la alfombra de os 30 pasos de satén, de boxcalf, de moaré) rumbo a la música de txistu y las guirnaldas artificiales, del Victoria Eugenia.Cada año decrecen los grupos de pánfilos avizorando desde detrás de la valla con esa sonrisa indescifrable y apimentonada de los corrillos callejeros, el desfile, de los inmortales. Y es que, claro, como este año tampoco han venido ni James Dean, ni Zeppo Marx, ni Joselito, a nadie le pica la curiosidad de comprobar por sí mismo que los artistas no son más que un producto de trucaje con un tuxedo y un clavel. Aunque lo que realmente agudiza la crisis es el absentismo del público que va a ver al público, el cual, una vez salvado el túnel afelpado de la alfombra, se conforma con entreverse mutuamente para después enfrascarse de forma casi televisual en el contenido de la pantalla.
De todas formas, hay un cierto sector, ya digo, que se lo monta fuera del felpudo, que acude con el madrugón y una vaga reminiscencia de estar haciendo pellas al Miramar, al Savoy, donde echan los ciclos de nuevos realizadores, Sinfronteras o El otro camiño, lejos de los oscars de escayola de la sección oficial. Allí te alegras el ojo con Jean-Louis Leconte, un Carles Mira, un José Antonio Zorrilla, y recobras la fe con el Berzosa de Entre-temps."
Todos los cuales, por no citar un montón más, podrían papearse tranquilamente un bocata de rabas en lo viejo o sorber su café al sol -cuando sale- del Guría.
El cine se nos da por añadidura. Sin embargo, el cine consiste más bien en mirar que en ser mirado; y en este sentido, los chinos de la sección Puerta de Oriente lo tienen más dificil, no sólo por ser chinos, sino por ir vestidos, con esos atavíos mitad clergyman y mitad uniforme de portero del barrio de Salamanca, que los incompatibilizan con títulos como Lluvia deflores en la ruta de la seda, de Yan Xueshu.
Por otra parte, no es tan aguda la ausencia de figuras. Todos hemos identificado a Graciela Borges, herramienta predilecta del argentino Raúl de la Torre. Va y pide la consumición con esa voz suya, que es como una zona erógena. La miras, ella está sin maquillar, y constatas que todas las actrices argentinas terminan pareciéndose a Sandra Negrín, aquella Sibila de cuando Eloy de la Iglesia llegó al café Gijón con una pipa en la boca y unos kilos de más. Pero Elpico es otra guerra.
Babelia
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