269 muertos
Un disparo fatal contra un avión civil con 269 personas a bordo, en tiempo de paz o de guerra y cualquiera que sea la causa o las razones, es sin más vueltas un asesinato masivo. No hay más ideología que lo sustente, ni cálculo político que lo justifique, ni dios que lo perdone. Es un acto inconcebible, si es deliberado, pero lo es mucho más si sucede por equivocación, porque en los cielos más altos del poder y con el grado de desarrollo actual de las ciencias de la guerra, ninguna de esas dos circunstancias permite forjarse muchas ilusiones sobre el destino de la especie humana.El derribamiento del avión de la Korea Air Lines por un avión de guerra soviético está dentro de ese cuadro. Es un acontecimiento tan irracional, tan inhumano, tan estúpido inclusive desde el punto de vista político, que muchos amigos de la Unión Soviética -cuidadosos de no dar argumentos útiles a sus enemigos- no hubiéramos podido creerlo si el propio Gobierno de este país no lo hubiera admitido. Pero el hecho mismo de que lo hubiera admitido con tanto retraso, y sólo cuando las denuncias encarnizadas y farisaicas de Estados Unidos le impidieron seguir demorando la verdad, es algo que agrava mucho más la gravedad. En la carrera armamentista sin control ni medidas en que están enfrentadas las dos grandes potencias, la Unión Soviética le ha regalado a su adversario un arma imprevista y demoledora en un campo en el que ya son maestros viejos y sabios los Gobiernos de Estados Unidos: el aprovechamiento, a veces honesto y legítimo, pero muchas veces torcido y manipulado, de la información pública.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
C.,
Con todo, en medio del festín de buitres del Gobierno norteamericano y de los retazos de verdades a medias de la Unión Soviética, la otra mitad del mundo que ve la contienda desde la galería no acaba de acomodar en su puesto todas las fichas del rompecabezas. La historia parece comenzar cuando el Boeing 747 de la KAL, al mando de un capitán surcoreano de 46 años y con 18.000 horas de vuelo, se salió de la ruta que debía seguir desde Anchorage (Alaska) hasta Seúl, la capital de Corea del Sur. Cuándo ocurrió esa desviación, y por qué, es algo que no se ha podido establecer hasta ahora. De acuerdo con el plan de vuelo, la nave debía eludir por el Sur el cordón de las islas Kuril, que señalan el límite del espacio aéreo soviético. En la carta de vuelo de esa ruta hay una línea muy visible con un letrero perentorio: "Todo avión que penetre en este territorio restringido puede ser abatido sin advertencia". La razón es muy conocida. En esa extensa área está la península de Kamchatka, que es el más famoso laboratorio de cohetes de la Unión Soviética, y una avanzada de radares de largo alcance para detectar cualquier ataque procedente de Estados Unidos. También en ese área se encuentra una base importante para un centenar de submarinos nucleares capaces de alcanzar el territorio norteamericano con sus cohetes, y está, por último, el puerto de VIadivostok, donde se concentra casi toda la defensa naval del Pacífico. Es un vasto arsenal de destrucción y defensa, que los soviéticos quieren mantener lejos de observadores indiscretos. Siempre de acuerdo con las escasas informaciones de la agencia Tass, el avión surcoreano fue detectado por los radares desde el momento en que atravesó la línea prohibida, y fue rastreado durante dos horas y media, hasta que fue localizado y más tarde derribado por un cohete.
Esta desviación no es ninguna prueba de mala fe. Sucede en ocasiones, y aun a los pilotos más expertos. En 1973, un avión de la Panamerican, cuyo piloto debió cometer un error en la programación de su computadora, salió de Nueva York para París, pero al amanecer, en lugar de la Torre Eifel, lo que vio fue el desierto del Sáhara: se había desviado 1.000 millas del rumbo correcto. En otra ocasión, un 707 de Colombia que volaba de San Juan de Puerto Rico a Madrid, se encontró de pronto con el sol en la cola, cuando debía tenerlo enfrente: la verdad es que había derivado tanto, que había dado la vuelta completa y estaba regresando a Bogotá. La explicación era tan divertida como increíble: el navegante se había guiado por la sofisticada brújula electrónica, que tenía un defecto, y nunca la comparó con la humilde brújula magnética que inventaron los chinos, y que sigue siendo la más confiable. De modo que no era raro, ni mucho menos, que el avión de la KAL creyera estar en un lugar y estar en realidad en otro muy distinto. Lo sospechoso -y que permite poner en duda la inocencia del piloto- es que mientras éste se negaba a responder a los llamados y señales de los soviéticos, hizo varios contactos con los controles radiales de Tokio. Y no dijo nada sobre la situación difícil en que se encontraba. Peor aún: minutos antes de ser derribado, el control del radar de Japón estableció que el avión perdido estaba a 115 millas al norte de la isla japonesa de Okkaido -o sea, dentro del espacio aéreo soviético- y no a 115 millas al Sur, como acababa de decirlo el piloto.
Esto derrota también la hipótesis de que el avión tuviera descompuestos todos sus sistemas de radio. Un 747 tiene cuatro equipos independientes de VHF y dos de HF que le permiten comunicarse nada menos que con 20.000 frecuencias. Pero aun si llegara a ocurrir la casualidad imposible de que en efecto se quedara sin contacto radial, al avión coreano le quedaba todavía el recurso de un código de señales con las alas, con las luces y aun con las ruedas, que los aviones de guerra soviéticos dicen haber utilizado sin obtener res-
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En este punto, es imposible que un novelista no intente suposiciones que pudieran parecer fantasías. La primera de ellas sería pensar que el avión se había despresurizado, y todos sus ocupantes estaban (ya) muertos en sus asientos mientras el vuelo continuaba en línea recta al mando del piloto automático. Otra suposición podría ser que alguna materia letal había contaminado el oxígeno y envenenado a todos los pasajeros, incluida la tripulación. Pues bien: estas fantasías de ficción científica no son en realidad de un novelista febril sino de un comandante del 747 con más de 30 años de experiencia, que lejos de considerarlas disparatadas, le parecen más que posibles. Hay muchos antecedentes, pero sin duda el más fascinante es el de un avión espía de Estados Unidos -el famoso U2- que salió de su base en Carolina del Norte con destino a Panamá, pero nunca llegó allí sino que fue a estrellarse en un pico de los Andes de Bolivia. La única explicación es que el piloto había tomado su altura de crucero, había puesto los mandos automáticos y había muerto de repente en algún lugar anterior a Panamá.
No había confusión posible con el avión coreano. Dos horas y media son mucho tiempo para identificar y recapacitar, en un país que no sólo es uno de los más refinados del mundo en su industria de guerra, sino que ha demostrado ser además uno de los más cautelosos en sus decisiones políticas; la cola de un 747 tiene 35 pies de altura y sus insignias son visibles para un avión de caza que lo persigue y lo rodea. Por otra parte, todos los pilotos entrenados en la intersección aérea aprenden a reconocer cualquier clase de avión de cualquier marca en cualquier parte del mundo, aunque sólo sea por la silueta.
Nada de esto quiere decir, por supuesto, que la culpa ineludible de la Unión Soviética sea una demostración de la inocencia absoluta de Estados Unidos. El reconocimiento tardío que hizo este país de que había un avión espacial norteamericano en el área donde ocurrió la desgracia, hace indispensable algo más- que una explicación, y nadie se ha acordado de pedirla. Los muertos se quedarán muertos, y pasará mucho tiempo antes de que la Unión Soviética se reponga de este percance, pero la búsqueda de todos los culpables no puede terminar en punta. Pues hay dos acontecimientos importantes que todavía no han ocurrido. El primero es que la caja negra del avión abatido -donde, sin duda, reposan otros pedazos de la verdad- no ha sido rescatada aún del fondo de los mares y la Unión Soviética parece haber empeñado todo su poder para conseguirla. El otro hecho que todavía no ha ocurrido en medio del escándalo y el regocijo publicitario de Estados Unidos y sus satélites es que el Gobierno de ese país no ha dicho en ningún momento que el avión coreano no tuviera en realidad una misión de espionaje.
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