Un diálogo europeo acotado por Moscú y Washington
El mundo no es necesariamente hoy un lugar más seguro que lo era en el verano de 1975, cuando 35 países (Estados Unidos, Canadá y todos los de Europa, menos Albania) firmaban en Helsinki un acta solemne por la que Occidente reconocía la intangibilidad de las fronteras surgidas de la segunda guerra mundial a cambio de unas concesiones, puramente formales, como se ha visto con el transcurso de los años, en materia de derechos humanos en los Estados comunistas.Ocho largos años después de Helsinki, la realpolitik internacional acaba de hacerse presente con toda su crudeza en el mar del Japón, cuando se está a punto de ratificar en Madrid un nuevo documento que permita afirmar que la distensión está aún viva. Al igual que ocurrió a finales de 1979, cuando la Unión Soviética decidió la invasión de Afganistán, rompiendo el difícil equilibrio internacional entonces existente y oscureciendo las posibilidades de diálogo fructífero en la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), ahora también los soviéticos, con el derribo de un avión comercial por sus Mig 23, abandonan todas las reglas del diálogo diplomático. Este hecho confirma que la militarización de la política internacional es norma de conducta generalizada en 1983. La conducción por Ronald Reagan de la crisis centroamericana o el uso de la fuerza bélica en Oriente Próximo son también ejemplos válidos de esta tendencia.
FRANCISCO BASTERRA
C.,
Diálogo con futuro
Ante este panorama, no deja de ser feliz, aunque paradójico, que el Este y el Oeste alcancen en Madrid acuerdos que, a pesar de ser muy diluidos y poco comprometedores en la práctica, permitan seguir hablando durante dos o tres años más de medidas de aumento de confianza recíproca, preaviso de maniobras militares; en definitiva, de pasos hacia el desarme o un cierto control del rearme.
La Conferencia de Madrid es e único foro de reunión de todos los países europeos, y ahí reside su principal validez. Sin embargo Estados Unidos ha utilizado fundamentalmente esta oportunidad para recomponer la unidad de la Alianza Atlántica. Para ello se sirvió del arma propagandística que le ofreció el Este con la ley marcial impuesta en Polonia, relegando el verdadero interés de sus socios europeos por consolidar la distensión.
Por su parte, la Unión Soviética ha contestado con una propaganda de signo contrario y, sobre todo, ha proseguido su rearme mientras trataba de conseguir en la CSCE la convocatoria de una conferencia de desarme.
Mientras, en Madrid, los europeos proseguían penosamente el diálogo, Moscú y Washington abrían la carrera de armamentos cualitativamente más importante desde el final de la segunda guerra mundial: el despliegue de 572 misiles nucleares de alcance intermedio en territorio europeo occidental para contrarrestar a los cohetes SS 20 soviéticos. Estados Unidos y la URSS están preparando los medios para convertir Europa en teatro de una guerra que bien pudiera ser la última, pero los países rehenes de los euromisiles no han podido discutir esta cuestión en Madrid: el acta de Helsinki no lo prevé.
Un dúo en Ginebra
Es en Ginebra donde se negocia lo que de verdad importa a Europa, y lo hacen a solas Washington y Moscú. Su concepto de la distensión no es europeo, es global, y sus acciones internacionales, como el derribo del avión civil de la KAL, provocan tensiones que afectan también a Europa, haciendo casi imposible la realización de una política autónoma de los dos grandes bloques. Choca, por tanto, con la realidad la angélica afirmación del titular español de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, que propugna para nuestro país una política equidistante entre el Este y el Oeste. La actual geometría continúa siendo bipolar.
Los europeos parecen abocados a un papel de testigos de actos que no pueden controlar. Sin embargo, toda resistencia lúcida a esta aplastante realidad, buscando áreas de autonomía política, es encomiable. La diplomacia del Gobierno socialista de Felipe González así lo ha entendido y ha encontrado su hueco ofreciendo una mediación útil para concluir la CSCE. Es una lástima que lo ocurrido en el mar de Japón, tras una decisión del poder militar de Moscú, ponga en peligro la esperanza de que en Madrid, con la conclusión de la CSCE, se pudiera sellar el reinicio de la distensión.
Volverán a ser el secretario de Estado norteamericano, George Shultz, y su colega soviético, Andrei Gromiko, los encargados de arreglar el jarrón roto por ellos mismos. A los otros 33 países europeos participantes en la CSCE sólo les queda esperar, ver y, en definitiva, sufrir las consecuencias de lo que por ellos decidan, una vez más, en Washington y en Moscú.
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