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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El penúltimo de la lista

LA REPÚBLICA Oriental del Uruguay es el penúltimo pais del Cono Sur en sumarse a la lucha de estos pueblos por desembarazarse de sus toscas y anticuadas dictaduras militares. Perú y Bolivia viven en democracias inestables pero esperanzadas; Argentina y Brasil tienen fijada la fecha de las elecciones, y Chile despertó hace cuatro meses de su obligado sopor y la oposición cerca al régimen con sus jornadas mensuales de protesta. Sólo resta el Paraguay de Alfredo Stroessner, cuya capital -Asunción- disfruta ininterrumpidamente del estado de sitio desde hace sólo 30 años.La reconstrucción de la democracia en este extremo del mundo no es una carrera competitiva entre países, pero es cierto que el pueblo uruguayo, ya en 1980, antes de la descomposición de la tercera Junta Militar argentina tras la guerra de las Malvinas y antes de que la Multipartidaria chilena comenzara sus embates, se atrevió a darle un rotundo "no" al régimen militar que le proponía en referéndum una Constitución envilecida. Y posteriormente, en las elecciones internas de los tres partidos autorizados, descabalgó las candidaturas presentadas por la ultraderecha en connivencia con el régimen.

El pasado 25 de agosto, el teniente general Gregorio Álvarez, presidente de la República, y la Junta Militar que gobierna el país, tuvieron que celebrar en soledad el Día de la Independencia, con una parada militar a 100 kilómetros de Montevideo, mientras en la capital, los ciudadanos se encerraban en sus casas, oscurecían la ciudad y golpeteaban las cacerolas. Era el comienzo del final de una dictadura obtusa y particularmente cruel. Las conversaciones semanales que venía manteniendo el régimen con líderes de los partidos Blanco, Colorado y Unión Cívica (los tres tolerados) abocaron al fracaso ante la pretensión militar de hacer aceptar a estos partidos la Constitución restrictiva que ya rechazaron los uruguayos.

Por lo demás, los uniformados en el poder no han dado un solo paso para crear las condiciones mínimas que permitan las prometidas elecciones de 1985. Continúan las proscripciones de personas y la prohibición de socialistas, comunistas y democristianos, y no hay perspectivas de que se autorice el regreso del exilio político ni de que se decrete una amnistía que libere, al menos como gesto de buena voluntad, a algunos presos por delitos de convicción de las abominables penitenciarías de Libertad y Punta Rieles. Diecisiete ciudadanos españoles (uno ha perdido la razón) llevan años pudriéndose en estos pena.les sin que el Gobierno haya sido sensible ni a la petición de clemencia del Rey de España. El general Seregni y otros jefes y oficiales constitucionalistas continúan cumpliendo sus penas por haberse negado a violar las leyes del pueblo uruguayo. Prosigue la censura, la obligación de pagar la cárcel y la división de los ciudadanos entres categorías administrativas, de mayor amenor adhesión al poder constituido. Juan Carlos Onetti y Mario Beriedetti son bestias negras para el régimen; es todo un dato.

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Los dos grandes y tradicionales partidos del país -colorados y blancos; el 80% del electorado- han llegado finalmente a un acuerdo. Hasta hace dos meses, Julio María Sanguinetti, brillante líder de los colorados, se resignaba a la tortura semanal de dialogar con los militares en el Parquehotel de Montevideo con tal de arrancarles una mínima concesión, una brizna de sentido común. Cuando los representantes de las tres armas le exigieron riodificar la Constitución introduciendo un artículo que hiciera violables los domicilios durante las horas nocturnas ("el marxismo internacional conspira de noche", le dijeron), se levantó y se fue.

Wilson Ferreira, carismático conductor de los blancos, exiliado en Londres, mantuvo siempre la tesis de la inutilidad del diálogo y de la necesidad de aislar al régimen hasta que desaparezca por consunción. Sus tesis han triunfado o, sencillamente, el tiempo le ha dado la razón. El mismo 25 de agosto, Ferreira y Sanguinetti se abrazaban en Bolivia y firmaban un llamado conjunto por la libertad de la República Oriental.

Comienza para Uruguay el duro camino de la vía chilena hacia la democracia: protestas periódicas y pacíficas, bocinazos, conciertos de cacerolas, reclusión en las casas, limpiaparabrisas conectados sin lluvia en el signo universal de la negación, detenciones, huelgas de hambre, acaso como Chile, matanzas indiscriminadas. Y los orientales, además, carecen de la resonancia internacional de que disfruta el pueblo chileno. Pequeño país aplastado informativamente por los sucesos de Brasil, Argentina o Chile.

Sin embargo, Uruguay, el penúltimo de la lista, tiene algo a su favor, y no es poco: sus partidos no están destruidos, la conciencia nacional democrática permanece intacta, su economía, por simple y reducida, es reconstruible a medio plazo. De entre los países del Cono Sur devastados por el huracán del militarismo-monetarismo, será el primero en curar sus heridas. Acaso por ello sea doblernente abyecto el empecinamiento del régimen en no restituir la libertad del país que dio a Garibaldi algunos de sus años más felices.

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