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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La causa de la paz

MUY POCAS personas en este mundo se encuentran en las claves del secreto que envuelven el brutal asesinato, perpetrado por las fuerzas armadas de la Unión Soviética, de las 269 personas que viajaban a bordo del avión de las líneas aéreas surcoreanas. Un Estado que no ampara la libertad de información está siempre expuesto a que sus explicaciones oficiales u oficiosas han de tomar se, en principio, como documentos de intoxicación y propaganda más que como datos que expliquen la realidad de lo sucedido. Si encima se suceden las versiones contradictorias, falsedades en los hechos y mentiras que tratan de justificar el asesinato masivo de 269 pasajeros, los pueblos comprometidos en el progreso de la humanidad sólo pueden expresar su condena moral y política ante un hecho tan escalofriante como el derribo de un avión de línea comercial.Las dimensiones humanas de esta barbarie no pueden enturbiar, sin embargo, la reflexión a que se encuentra sometida la política internacional y el alto riesgo a que están sometidos los ciudadanos del mundo en las postrimerías del siglo XX. Bastaría señalar que si verdaderamente se quiere la paz las naciones no pueden estar comprometidas en preparar la guerra. Desgraciadamente ésta es la más simple y, al mismo tiempo, la reflexión más coherente que se puede extraer de un hecho que marcará seriamente la historia de las relaciones entre los países. El principio de que si vis pacem para bellum (si quieres la paz, prepara la guerra) es una de las mayores falsedades que puede contemplar la humanidad, y todas las personas con independencia de criterio y coraje político deberían comprometerse en su desenmascaramiento.

Ha querido el azar o la necesidad de que este hecho suceda en las vísperas de signos claros de distensión internacional: el término de la Conferencia de Madrid y el comienzo de las conversaciones de Ginebra sobre misiles de alcance medio. Un incidente de este tipo no hace sino entorpecer las posibilidades de acuerdo y dificultar el acceso a las posiciones de encuentro de las superpotencias. Derribar un avión de línea comercial es el mejor argumento para fortalecer la política de confrontación de Reagan.

Independientemente de estas consideraciones, los hechos de esta semana ponen en evidencia el reparto del poder en la Unión Soviética y las condiciones de estabilidad en que se desenvuelve este país. Para nadie es un secreto que existe un desmesurado crecimiento de la cuota de influencia y decisión de los militares en la URS S y que, según fuentes de toda solvencia, la orden de derribar el jumbo pudo partir del aparato militar, sin que las instancias políticas fueran consultadas para perpetrar el asesinato. Las propuestas de Andropov, formuladas en Pravda (27 de agosto de 1983), de suprimir (desmontar y destruir) 162 cohetes SS-20 para equilibrarse con el arsenal disponible en Francia e Inglaterra no pueden ser tomadas como un ejercicio de propaganda si se confrontan con este hecho. Todo parece indicar que, frente a los intentos de conciliación, en el aparato de poder de la Unión Soviética existen elementos -al igual que en Occidente- empeñados más en la causa de la destrucción que del entendimiento. Tras la muerte de Breznev, tal como este hecho parece confirmar, la posición de los líderes de la URSS no está consolidada y los militares despliegan un poder autónomo, carentes de control.

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La concentración en la Conferencia de Madrid, el próximo miércoles, de los ministros de Asuntos Exteriores ofrece un marco propicio para el diálogo y el establecimiento de fórmulas que impidan el aumento de la tensión internacional. La Unión Soviética debe dar explicaciones convincentes, y no propagandísticas o justificatorias de las circunstancias en que se han desarrollado los hechos, si realmente quiere contribuir de forma sincera a la causa de la paz mundial. Por su parte, los Estados Unidos no deberían utilizarlos para fundamentar una política agresiva y de confrontación, que en definitiva serviría para cerrar la otra parte de la tenaza que indefectiblemente conduce al belicismo como norma de comportamiento en la política internacional.

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