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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los libros y las exportaciones

LA DEUDA que los países latinoamericanos tienen contraída con los editores españoles asciende ya, según las últimas cifras publicadas por la revista Fomento de la Producción, a más de 28.000 millones de pesetas. Para Calibrar la magnitud relativa de esta suma basta tener presente que el total de la partida de -exportaciones de libros en 1982 se elevó a 35.000 millones de pesetas. Se trata, pues, de un 80% de lo facturado el año anterior lo que se encuentra no sólo pendiente de cobro, sino con muy inciertas posibilidades de hacerlo efectivo. Las primeras informaciones de este año indican que en los seis primeros meses de 1983 se ha registrado un descenso del 21% de las exportaciones.Las fortísimas devaluaciones producidas en México, Argentina y Venezuela en los últimos meses son la causa principal que dificulta a esos países realizar sus pagos y .que, como consecuencia, coloca a la industria editorial española en una de las más graves crisis de su historia. únicamente México adeuda 13.434 millones. Siguen después Venezuela, con 6.257 millones, y Argentina, con 6.243 millones. En otras épocas la crisis de algunas naciones de habla española requirió créditos extraordinarios y moratorias, pero ahora el problema se multiplica en su monto total y en el número de países implicados en la demora o suspensión de los pagos. Según los cálculos, más optimistas, los cobros podrían comenzar a hacerse efectivos de manera fraccionada no antes de 1985, pero es posible que esto repercuta de una manera, en algunos casos irreversible, sobre parte de los editores españoles con menor capacidad de resistencia. La Administración socialista, que ha venido siendo más sensible a los problemas del libro, ha concedido nuevo vigor a una comisión interministerial ya existente para tratar ese asunto que se reunirá a principios de septiembre y de la que se esperan medidas que al menos atenúen la intensidad de esta amenaza, capaz de borrar radicalmente los buenos presagios exportadores de hace unos años.

España es actualmente la quinta potencia mundial de producción de libros (tras Estados Unidos, Reino Unido, URSS, República Federal de Alemania y Japón). En el ejercicio de 1982 se editaron 270 millones de ejemplares, correspondientes a 23.213 títulos, 21.355 de ellos títulos nuevos. En el sector existen 500 empresas, con un total del 3.000 empleos directos y unos 120.000 indirectos que participan en un nivel de producción valorado en 120.000 millones de pesetas. Todos estos datos, que más de una vez han sido enarbolados con una orgullosa significación de poderío industrial, tienen también, por la clase de artículo de que se trata, una connotación cultural favorable, que, sin embargó, dista mucho de corresponderse con la realidad.

La notable proyección editorial hacia él exterior, no obedece sólo, en el caso español, al vigor de una industria que con su prosperidad rebasa las cumplidas necesidades interiores. Más bien, al contrario, es en buena parte el raquitismo de la demanda interna lo que ha promovido a precipitarse en los mercados de Hispanoamérica. Mercados, por otra parte, sustanciales para la proyección exterior de nuestro país y en los que las empresas españoles han realizado un notable esfuerzo, como demuestra el hecho de emplear a unas ocho mil personas de nivel cualificado en los países destinatarios de nuestras exportaciones.

Al margen de la indiscutible importancia que para la extensión cultural española han de ofrecer siempre esos lugares de venta, lo cierto es que, en las actuales circunstancias, es en buena parte la penuria del mercado nacional lo que pone sucesivamente en un brete a los editores españoles. El hábito de lectura español ha seguido siendo en las dos últimas décadas, pese a la extensión de los niveles educativos, uno de los más bajos de Europa. El 64% de los españoles no lee casi nunca un libro, el 92% no acude a las bibliotecas y el 8% de los hogares no posee ni siquiera un libro. La ausencia de bibliotecas públicas en nuestro país es uno de los indicadores más sangrantes de nuestro equipamiento público.

Sin duda que el tratamiento dé las deudas de los importadores, hispanoamericanos requiere unas medidas específicas que salven esta apurada situación actual. Y sin duda también que, con motivo de esta tesitura, será preciso reordenar la vigente política exportadora e incluso, según algunas voces autorizadas, cuestionar el grado de implantación que es posible, por el momento, sostener allí tras 70 años de una presencia notable. Pero también, paralelamente a estas acciones urgentes y de orden netamente económico, se revela inaplazable la adopción de una política cultural interna que contribuya, más allá de los puros intereses económicos de las editoriales, a redimir la indigencia lectora de los españoles. No basta, al aire de las necesidades económicas del país, apelar al plan de apoyo a las exportaciones que el Gobierno tiene previsto para estos próximos tres años. Además de esta política genérica, el país necesita de estímulos educativos y culturales, de dotaciones presupuestarias para bibliotecas y de una promoción generalizada del libro que termine de una vez con ese grotesco diagnóstico del editor que considera al mercado español como "un mercado saturado". Efectivamente, el mercado español está económicamente saturado. No obstante, ¿puede cuturaImente estimarse saturada de libros a una población donde una amplísima mayoría no los lee practicamente nunca?

La comisión interministerial que se reúna próximamente no tiene ante sí tan sólo un problema financiero. La característica del artículo que tiene en sus manos la industria editorial, da, con su evolución, algo más que el índice de una crisis económica. Pero actualmente, atender a los problemas económicos de los editores, amenazados por la deuda exterior, puede también ser coincidente con. atender a las necesidades de un país subdesarrollado en su demanda de lecturas.

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