Los 'campanilleros' no se arrepienten
"¿Quién es Amparo para romper con una tradición del siglo XV?"
"Yo saldría también por el pueblo tocando los campanillos si no fuera alcalde", dice Samuel Herrero, de 53 años, ex tratante de ganado que comparte las tareas de su alto cargo municipal con las de su finca en Galisteo. Herrero, elegido en 1979 y reelegido este año, -"soy el primer alcalde democrático de Galisteo", exclama con orgullo-, entró en el PSOE poco antes de su acceso a la alcaldía, tras previos coqueteos con UCD y AP según cuentan en el pueblo, situado a 19 kilómetros de Plasencia (Cáceres), cerca de la confluencia del río Alagón con el Jerte, y con más de 2.000 habitantes. Sus mayores fuentes de ingresos son el maíz, el pimiento y el tabaco, cultivados en tierras subarrendadas a latifundistas."Aquí tenemos problemas mucho más gordos que la campanillá", señala Samuel Herrero, que a toda costa quiere minimizar el tema, al igual que los acusados por Amparo de promover la cencerrada en cuestión. "Aquí hay mucho paro, mucha emigración y poca cosa para los jóvenes", lamenta.
A Samuel le parece que "lo de Amparito" se ha desbordado. Niega que un cabo de la Guardia Civil se pusiera en contacto con él. "Yo no oí ni ví nada, porque aquella noche no estaba en el pueblo. Sólo sé lo que me han contado la gente del pueblo y los que ella ha acusado, que no dijeron barbaridades, que sólo tocaron cencerros", se excusa, mientras que los padres y familiares de Amparo aseguran que oyeron a la hija de Samuel decir a unos vecinos: "pues mi papa durmió aquí".
"Si el caso fue como dice Amparo, tenía que haber pasado por aquí a poner una denuncia por escándalo público, pero el ayuntamiento se lo saltó, fue directamente al Gobierno Civil. El gobernador me mandó un oficio pidiendo que le informara de los hechos ocurridos, y los hechos son... que la campanillá es algo que no se espera. Se sabe que la preparan, pero no cuando salen, y aquí no hay municipales las 24 horas del día", dice el alcalde de Galisteo, que asegura no haber dado permiso a nadie para organizar la cencerrada de la noche del 18 al 19 de junio, porque está convencido de que una cencerrada en sí -"como otras fiestas, como las alboradas"- no constituye un escándalo público y de que no puede prever.se si la cuestión adquiere al final visos escandalosos. "Para los escándalos públicos no hay permiso", dice tajante, e insiste en que no pudo comprobar que los campanilleros escandalizaran puesto que no los vió. Remacha también lo de la denuncia al ayuntamiento: "Si no hay queja formal por escándalo público no hay sanción a los presuntos causantes".
No fue bastante para Samuel Herrero la cadena de visitas de Amparo y su familia. "Yo le di mi palabra a la madre de Amparito de que, mientras fuera alcalde, nadie se metería con ella, pero no puedo publicar un bando o decir por altavoces 'Se prohibe terminantemente dar la campanillá a Amparito'". El edil, a quien nunca han corrido una cencerrada pero sí ha participado en más de una, no oculta sus preferencias: "A mí me va lo de las campanillás", dice y lo ratifican numerosos vecinos, sabedores de que "al alcalde también le gustan las bromas". Porque, como mucho, los galisteños reconocen que la campanillá es una broma, que puede ser pesada, pero que "al día siguiente se olvida y no pasa ná".
Pesadilla de ocho días
Hay, sin embargo, quienes no pueden olvidar fácilmente, máxime cuando a intermitencias durante tres años y de forma continua durante una semana les repasan la broma. Aurelia y Mario, los padres de Amparo Paramio, propietarios de un bar en Galisteo, han tenido que escuchar alusiones a su hija que no les regalaban precisamente los oídos. Han aguantado el chaparrón, apretando los puños y mordiéndose la lengua "para no responder a las provocaciones y no rebajarnos ante ellos". Ahora parece que las aguas han vuelto a su cauce. Han cesado los ecos verbales de las campanillas, pero "después de la campanillá pasamos ocho días de pesadilla, la de barbaridades que nos decían, por puro desahogo", comenta la madre de Amparo. Ella estaba en otro bar del pueblo, arrendado por uno de sus cinco hijos, cuando los campanilleros hicieron su aparición. "Los cabecillas reclutaron gente joven, que se arrimaron porque estaban bebidos y les iba la juerga, porque la verdad es que los jóvenes ya no ven esto bien".En este punto los galisteños no se ponen de acuerdo. Un compadre del alcalde -satisfecho, por otra parte, de que el pueblo sea "liberal, que no nos metemos con nadie, hay varias madres solteras y parejas arrejuntadas y no se les dice ná" opina que las cencerradas son inofensivas y que todavía se celebran en unos cuantos pueblos de las provincias de Cáceres y Salamanca, aunque "van cayendo por su propio peso". Sin embargo, para Chani, de 19 años, casada y madre de un niño de poco más de un año, los jóvenes de Galisteo son partidarios de seguir con la costumbre de sus ancestros de "dar la campanillá a quien le corresponda". Ella, con fama de buena coplera, participó en, la de Amparo, "no por hacerle burla, por pasar bien un rato", pero dice que no se inventó coplas.
Chani (Sebastiana García) es uno de los siete "cabecillas de la salvajada" denunciados por Amparo Paramio: Vicente Barco, Álvaro González y su mujer, Clementina, Carlos Sánchez, Monserrat Gutiérrez y José García y su mujer. Vicente Barco, que fue jornalero del alcalde y que hace pocas semanas se paseó por el pueblo con una chica de un club cercano y sus amigos campanilleros detrás -lleva dedicadas más de siete cencerradas-, se ha convertido en acusado/acusador. Repite a cuantos se lo quieren oir que no se arrepiente de la campanillá de Amparo, a quien ha denunciado por insultos e intento de atropello.
Tampoco se arrepiente de la guasa el taxista Álvaro González, viudo que al casarse con Clementina, con la que hoy tiene ocho hijos, le dieron la campanillá más sonada de la comarca. Como Clementina, dice que la fiesta debe seguir y que "todos deben aguantarla", aunque haya toqueteos y volteen a la novia, paseándola en un carro por todo el pueblo, como antaño, porque "son cosas de la vida". Así, dice que una de sus hijas recibió con alegría la cencerrada que le dedicaron. Se casaba con un policía, ya viudo, y como era de rigor le correspondía el tradicional jaleo. Viudo con moza, mozo con viuda y separados que se arrejuntan son los casos que exigen la cencerrada cacereña.
El taxista y Clementina alegan que sólo acompañaron "con los brazos cruzados" a la comitiva de la cencerrada de Amparo, a quien acusan de haber participado antes en otras. "Esto que hace ahora es un farol. Esta mujer está mal vista en Galisteo por todo el mundo y es incierto que la gente se meta con su familia", dicen.
"No es motivo para cabrearse", opina la mujer de José García en el bar de ambos, Los emigrantes, donde se supone que se fraguó la campanillá y donde ahora el comentario de los hechos está a la orden del día. Allí se reúnen los que se consideran agraviados por la actitud de Amparo. Actitud que "el pueblo ha tomado muy a mal, porque no es una fiesta ofensiva, ustedes, en la ciudad, son quienes la ven así; un pueblo es un pueblo". Además, está el asunto del dinero. "Amparo nos ha incluído en la denuncia porque piensa que nosotros tenemos perras, y va lista si cree que a nosotros nos va a pesetear como al marido, que seguro que no se casa para seguir cobrando la pensión de viudedad", dice José García, a cuyas palabras asienten los parroquianos. "Vicente si llevó los campanillos, pero los demás fuimos de espectadores. Éramos unas treinta personas. Si no llega a ser de madrugada, va todo el pueblo. Amparo quiere que nos disculpemos, pero no tenemos que arrepentirnos porque no hemos hecho nada. Nunca habido quejas sobre las campanillás de Galisteo, ¿quién es ella para romper con una vieja tradición nuestra, del siglo XV o XVI?".
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